Psicología social

Microagresiones: una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Microagresiones: Una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Microagresiones: Una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva) 1500 1000 BELÉN PICADO

Cuando pensamos en el término «violencia» lo que suele venirnos a la mente son imágenes de ataques físicos o verbales directos, insultos evidentes o conductas claramente hostiles. Sin embargo, existen otras maneras de ejercerla que, aunque no dejan cicatrices visibles, pueden afectar profundamente a la salud mental. En la vida cotidiana, muchos de nosotros hemos sido testigos, víctimas o incluso perpetradores de lo que se conoce como microviolencia o microagresiones. Estos términos, que suelen utilizarse indistintamente, engloban una serie de actitudes, comentarios y comportamientos que, pese a parecer inocentes, pueden llegar a hacer mucho daño. No obstante, a menudo se minimizan, tachándolos de exageraciones, bromas sin importancia o simples malentendidos.

¿A qué llamamos microagresiones?

Las microagresiones son una forma de violencia psicológica, sutil y a menudo casi imperceptible, que tiene como objetivo minimizar, excluir o desvalorizar a una persona o a un colectivo. A diferencia de las agresiones directas, la microviolencia se manifiesta a través de comportamientos cotidianos como expresiones sarcásticas, desprecios disimulados, miradas o silencios que actúan como castigo, actitudes condescendientes y otras formas de trato despectivo.

Pero no solo buscan herir emocionalmente. En muchos casos, esconden un intento de mantener una posición de control, poder o superioridad sobre el otro. Como discriminar abiertamente por razón de sexo, raza u orientación sexual está mal visto e incluso prohibido legalmente en muchos países, las microagresiones se convierten en una vía para perpetuar estos prejuicios sin enfrentar las consecuencias que traería una agresión más visible.

Por otro lado, no se limitan a un ámbito específico; pueden ocurrir en todo tipo de relaciones y espacios: pareja, familia, entorno académico y laboral, instituciones… Al estar tan vinculadas a la vida cotidiana, muchas veces pasan desapercibidas para quienes las ejercen y también para quienes las sufren.

¿Qué puede tener de malo un simple comentario? (O por qué se trivializa la microviolencia)

Son varias las causas que llevan a restar importancia a esta forma de violencia y, a veces, incluso a negar su existencia.

  • Efecto acumulativo. El problema con ese «chiste» o ese comentario «sin mala intención» está en que no estamos hablando de un acto único. Lo que verdaderamente lastima no es tanto el hecho aislado como su reiteración constante a lo largo del tiempo. Este goteo continuo acaba generando mucho desgaste emocional y un impacto devastador en la autoestima.
  • La intencionalidad cuenta, pero no tanto. No querer hacer daño no disminuye el impacto de nuestras palabras o conductas. La falta de conciencia sobre las consecuencias de nuestros actos refuerza la idea errónea de que, sin mala intención, el daño es menor o inexistente. Todos somos responsables de lo que hacemos o decimos y de considerar cómo esto afecta a los demás, independientemente de nuestras intenciones.
  • El humor como arma. Muchas ofensas y comentarios hirientes se hacen bajo el paraguas del humor, como si fuera una excusa válida para disfrazar la insensibilidad o la crueldad. Si una broma tiene como objetivo ridiculizar a alguien, no es inofensiva, sino una microagresión disfrazada.
  • Dinámicas sociales profundamente arraigadas. Muchas agresiones están tan enraizadas en la sociedad que quienes las reciben a menudo no las reconocen como tales o no saben cómo responder. Y por esta misma razón, quienes las ejercen no siempre perciben el daño que causan. Al final, esta normalización acaba reforzando las desigualdades y estereotipos hacia ciertos colectivos (mujeres, minorías étnicas, personas LGTBIQA+, etc.).

La normalización de las microagresiones refuerza las desigualdades y favorece la discriminación.

Consecuencias para la salud mental

Los efectos acumulativos de esta forma de violencia pueden dar lugar a:

  • Baja autoestima. Cuando alguien escucha constantemente comentarios despectivos acaba cuestionando su propio valor e interiorizando estos mensajes negativos, convenciéndose de que no merece el mismo respeto que los demás.
  • Ansiedad. Sufrir este tipo de violencia de forma habitual lleva a medir cada cosa que se dice o se hace, para evitar ser objeto de burlas o rechazo, y también a cuestionarse continuamente si las actitudes de los demás son intencionadas («¿Lo habrá dicho en serio o soy yo que estoy exagerando?»). Este estado de alerta constante aumenta los niveles de ansiedad, volviendo el entorno impredecible y hostil.
  • Depresión: Microagresiones recurrentes pueden generar sentimientos de desesperanza, aislamiento y tristeza profunda, lo que aumenta el riesgo de desarrollar un trastorno depresivo.
  • Aislamiento social. En muchas ocasiones, los afectados tienden a aislarse para evitar situaciones de maltrato y comentarios hirientes que los hacen sentir fuera de lugar. Sin embargo, esta actitud termina por privarles del apoyo emocional que necesitan, agudizando todavía más su sensación de soledad.
  • Dificultades en las relaciones. Puede que las agresiones sutiles no desencadenen un conflicto abierto, pero generarán un clima de desconfianza y resentimiento que deteriorará gravemente los vínculos emocionales.

Tipos de microviolencia

1. Microagresiones verbales

Se manifiestan a través de palabras, gestos o expresiones que, aunque parecen inofensivos o incluso halagadores, tienen la intención de menospreciar o herir. En muchas ocasiones, son el reflejo de prejuicios que la persona que los emite no siempre es consciente de tener.

  • Cumplidos envenenados. «Eres muy femenina, no pareces lesbiana”. Este supuesto elogio asume que existe una forma ‘correcta’ de ser lesbiana, lo cual refuerza estereotipos sobre la identidad sexual. Otros cumplidos envenenados: «Vaya, eres más listo de lo que parecía», «Para ser mujer te orientas muy bien», «Admiro tu valentía, ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Sarcasmo. «Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta», «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú». Detrás de expresiones como estas hay una gran dosis de hostilidad y, a menudo, inseguridades disfrazadas de arrogancia.
  • Consejos no solicitados. «Deberías bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud». Esto no es preocupación ni mucho menos, sino una crítica cruel.
  • Difamación. Consiste en propagar comentarios malintencionados o falsos rumores para dañar la reputación de una persona. A veces, lo que comienza como un chisme aparentemente inocente puede propagarse rápidamente dejando a la víctima pocas opciones para defenderse.
2. Microagresiones conductuales

Comportamientos o actitudes que, pese a no ser explícitos, invisibilizan, marginan o excluyen a una persona.

  • Interrumpir a alguien constantemente mientras habla o, por el contrario, ignorarlo por completo.
  • Evitar el contacto visual o físico con una persona por su raza, apariencia, etc. es una forma de transmitir rechazo y discriminación. Un ejemplo es no sentarse junto a alguien en el transporte público o cruzar al otro lado de la calle, basándose únicamente en prejuicios o ideas preconcebidas.
  • Asumir que alguien no puede realizar ciertas tareas. Esto incluye situaciones como no pedir ayuda a un compañero mayor en un trabajo relacionado con tecnología, asumiendo que no está capacitado. O no invitar a un compañero con discapacidad a una salida, bajo la suposición de que no podrá disfrutar.
  • Invisibilización. Ignorar deliberadamente a una persona cuando habla, no responderle, o hablar de ella en su presencia como si no estuviera.
  • Infantilización. Tratar a las personas mayores como si no pudieran tomar decisiones por sí mismas o manejar su vida sin contar con ellas, algo que menoscaba su dignidad y autonomía.
  • Miradas o gestos. El lenguaje no verbal también es una herramienta de microviolencia. Gestos despectivos o miradas de desaprobación pueden ser igual de hirientes que las palabras.

Discriminar a alguien por su edad es una forma de microviolencia.

3. Microviolencia en las relaciones

Ya sea en la pareja, la familia, el grupo de amigos o en entornos laborales, la microviolencia puede manifestarse a través de dinámicas sutiles de control emocional o manipulación.

  • Minimizar los sentimientos del otro. «No puedes enfadarte por una tontería así», «Vaya película te estás montando». Estas expresiones invalidan las emociones del otro, haciéndole sentir que sus sentimientos no son importantes.
  • Desvalorización. Menospreciar y poner en tela de juicio todo lo que dice otra persona, sin importar de qué hable o cuán informada esté («Tú que sabrás», «Anda, cállate que solo dices tonterías»).
  • Micromachismos. Este término, acuñado por el psicólogo Luis Bonino, describe comportamientos cotidianos que buscan mantener una posición de poder sobre las mujeres, limitando su autonomía o subestimando sus capacidades. Un ejemplo: relegar a la mujer a roles de cuidadora, basándose en su «mayor capacidad» para el cuidado.
  • Luz de gas. Esta forma de maltrato psicológico busca hacer que la víctima dude de su percepción y juicio. El agresor envía dos mensajes fundamentales: «Tu pensamiento está distorsionado» y «Mis ideas y mi forma de ver la realidad son las correctas». (En este blog puedes leer el artículo «Luz de gas o gaslighting (I): Identifica si sufres este tipo de maltrato psicológico«)
  • Triangulación. Manipulación indirecta que involucra a terceros con el fin de generar confusión y desestabilizar a una persona. Sucede, por ejemplo, en familias donde los progenitores están enfrentados e intentan poner a sus hijos en contra del otro. También ocurre cuando dos o más amigos discuten y presionan a un tercero para que tome partido, involucrándolo en el conflicto.
  • Ley del hielo. Ignorar al otro cuando hay un conflicto en lugar de hablar sobre el problema. En estos casos, el silencio se convierte en una herramienta de castigo y control emocional.
  • Críticas a la identidad. Comentarios como «Si fueras más masculino, no pensarían que eres gay», o forzar a la pareja a cambiar su apariencia para ajustarse a lo que se considera socialmente aceptable, son formas de microviolencia que atacan la identidad de la persona.
  • Microviolencia económica. Ocurre cuando un miembro de la pareja se apropia del control del dinero y maneja todas las decisiones financieras, excluyendo al otro.

Cómo identificar si se trata de una microagresión

El primer paso para confrontar la microviolencia es reconocerla, tanto si la sufrimos como si estamos ejerciéndola sin darnos cuenta. Ahora que ya hemos visto algunos tipos de microagresiones (hay bastantes más), vamos a afinar un poco más y conocer algunas claves para detectarlas.

  • Presta atención a tus emociones. Si un comentario o un gesto te hace dudar de tu propio valor o minimiza lo que sientes, y terminas sintiéndote incómodo, humillado o invalidado después de recibirlos, es muy probable que hayas sido víctima de una microagresión.
  • Busca patrones repetidos. Un comentario aislado o una actitud puntual puede quedarse en una impertinencia, sin más. Sin embargo, si estos hechos se repiten constantemente y, además, provienen de la misma persona o entorno, es un indicio claro de microviolencia.
  • Identifica comentarios o actitudes que refuercen estereotipos. También es una señal si sientes que un comentario te coloca en una posición inferior, como «Hablas muy bien nuestro idioma para ser extranjero».
  • Observa el lenguaje no verbal. Gestos despectivos, miradas de desaprobación o la exclusión silenciosa, como no incluir a alguien en una conversación o actividad, son también formas de microagresión.
  • Reflexiona sobre tus propias acciones. A veces, somos nosotros quienes agredimos sin darnos cuenta, replicando comportamientos que hemos interiorizado por la cultura o el entorno en el que crecimos. Pregúntate si has hecho comentarios o has tenido gestos que podrían herir a alguien, aunque no fuera tu intención. O quizás tiendas a interrumpir a personas que percibes en una posición inferior, pero no a quienes ves como autoridad. Todos podemos cometer errores; lo importante es cómo actuamos al hacernos conscientes de ellos.

Ya la he identificado, ¿y ahora qué?

Una vez que hemos aprendido a reconocer cuándo estamos ante una microviolencia, el siguiente paso es saber cómo actuar. Aquí tienes algunas pautas que pueden ayudarte, tanto si eres víctima como autor.

Si eres quien está sufriendo microagresiones…
  • Valida tus emociones. Si un comentario o actitud te hace sentir mal, no ignores ese malestar. Lo que sientes es real. No te culpes ni te cuestiones pensando que «no es para tanto» o que estás «exagerando». Si algo te incomoda, merece atención.
  • Haz visible lo invisible. Si te sientes en una posición segura, verbaliza lo sucedido y expresa cómo te ha afectado. Frases como «Sé que no era tu intención, pero lo que dijiste me hizo sentir incómodo» o «Este tipo de comentarios me hace sentir excluida» te ayudarán a visibilizar la agresión sin atacar. La asertividad consiste en defender nuestro derecho a ser tratados con respeto y dignidad, al mismo tiempo que respetamos a los demás.
  • Establece límites claros. Aprender a a pedir respeto y a decir «no» o de manera firme pero asertiva es esencial para proteger tu bienestar mental y emocional. Por ejemplo, si alguien hace un comentario ofensivo disfrazado de chiste puedes responder algo como «Prefiero que no bromees sobre eso».
  • Busca apoyo. Si este tipo de conductas están afectando a tu día a día y no sabes cómo manejar la situación, busca el apoyo de amigos, familiares o el de un profesional. No tienes que enfrentarlo tú solo/a. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)
Microagresiones: una violencia sutil, pero peligrosa (y nada inofensiva)

Imagen de freepik

Y si te das cuenta de que las estás cometiendo…
  • Reconoce el error sin excusas. No te pongas la defensiva. Si alguien te señala que un comentario o acción tuya fue hiriente, acéptalo sin justificarte. Cuando recurres a expresiones como «Solo estaba bromeando» o «No era mi intención» lo que estás haciendo es desviar la atención del daño causado. Admitir que te equivocaste no te convierte en una mala persona, sino en alguien dispuesto a mejorar.
  • Pide disculpas sinceras. Las disculpas deben ser auténticas y no un «lo siento si te sentiste ofendido» que minimiza tu responsabilidad al transferírsela a la persona herida. Es mucho mejor decir algo como «Lamento haber dicho eso, no me di cuenta de que podría herirte. Gracias por decírmelo». Así, demuestras respeto por los sentimientos del otro y tu disposición a cambiar.
  • Reflexiona e infórmate. Pregúntate por qué hiciste ese comentario o actuaste de esa manera. Muchas veces, ciertos prejuicios están tan arraigados en nosotros que los replicamos de manera automática. Reflexionar sobre nuestras actitudes y educarnos en temas como el respeto, la diversidad y la igualdad es fundamental para evitar repetir esos comportamientos.
Referencias

Bonino, L. (1999). Las microviolencias y sus efectos: claves para su detección. Revista Argentina de Clínica Psicológica, 8(3), 221-233.

Hay numerosos mitos sobre el abuso sexual infantil que es necesario desterrar.

10 mitos sobre el abuso sexual infantil que debemos desterrar

10 mitos sobre el abuso sexual infantil que debemos desterrar 1680 1050 BELÉN PICADO

El abuso sexual infantil es un problema que nos afecta a todos y a todas, como sociedad y como individuos. Y es mucho más habitual de lo que creemos. Por eso fue tan buena noticia que en 2021 se aprobara en España la primera Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y Adolescencia Frente a la Violencia.

Entre otras cosas, este tipo de violencia supone un factor importante de riesgo para el desarrollo de diversos trastornos mentales. Entre ellos, depresión, ansiedad, adicciones, dificultades a la hora de establecer relaciones o trastornos disociativos.

Además, socialmente es un tema incómodo al que no siempre se le da la visibilidad que merece. Este «mirar a otro lado» favorece que asumamos como ciertas ideas totalmente erróneas. Mitos que obstaculizan la toma de conciencia del problema y distorsionan la visión que tenemos de él. Además, a menudo interfieren tanto en la prevención, como en la detección e intervención en el abuso sexual infantil. Por eso es tan importante desmontar estas falsas creencias y conocer la realidad que se esconde detrás. A continuación, tenéis algunas de las que considero más relevantes (aunque hay muchas más).

1. El abuso sexual infantil  es muy poco frecuente

En realidad, los casos que se denuncian son solo la punta del iceberg. Según Save the Children, en España entre un 10 y un 20 por ciento de la población ha sufrido abusos sexuales durante su infancia. De estas personas, solo denuncia un 15 por ciento. El calvario judicial al que hasta ahora han tenido que enfrentarse la mayoría de las víctimas es uno de los motivos por los que muchas veces se opta por no denunciar.

Es necesario acabar con esta falsa creencia porque, al ver el abuso sexual infantil como algo raro y puntual, estamos restando importancia a un hecho sumamente grave que afecta a toda la sociedad. Para que nos hagamos una idea, si un 20 por ciento de niños y niñas sufren este tipo de violencia, eso es 1 de cada 5. Así que es probable que todos estemos muy cerca de alguna víctima. Tengamos esto muy claro y no cerremos los ojos ante una realidad tan dolorosa como verdadera.

El abuso sexual infantil es mucho más habitual de lo que creemos.

2. Si el abuso fuera verdad habría denunciado en su momento y no 20 años después

La culpa, la vergüenza, el miedo al perpetrador y el temor a no ser creída, puede llevar a la víctima a callar durante muchos años. A menudo, cuando la persona se decide a denunciar, el delito ya ha prescrito.

Precisamente por este motivo la Ley de la Infancia aumentó el plazo de prescripción de los delitos graves contra niños y adolescentes, entre ellos los abusos sexuales. Ahora ese plazo empieza a contar cuando la víctima cumple 35 años y no 18, como ocurría antes, y termina 10 ó 20 años después, según la gravedad del caso.

3. Los niños tienen mucha imaginación y muchos inventan que han abusado de ellos

Los niños no mienten sobre lo que desconocen. De hecho, el número de falsas acusaciones es mínimo. Cuando un niño describe en forma detallada y vívida cualquier tipo de actividad sexual con un adulto, no es cosa de su imaginación. Para empezar a proteger a los niños y adolescentes es fundamental creerles y no dar por sentado que lo que cuentan es mentira o resultado de una fantasía.

Si el niño percibe que no le creemos, lógicamente optará por callarse. Unas veces durante meses y muchas otras durante años en los que el dolor, la desesperación y la desesperanza irán creciendo en su interior.

Es posible que según su edad o su nivel de desarrollo tenga dificultades para explicar qué pasó e, incluso, que cambie la historia o llegue a retractarse de su relato por diferentes causas. Pero eso no significa que no diga la verdad. Por un lado, cambiar la historia es normal e, incluso, puede ser indicador de veracidad, pues el abuso altera la percepción, la atención y la memoria. Por otro, negar los hechos puede deberse al temor que le inspira el agresor, a la incertidumbre ante la reacción de sus familiares o a que esté tratando de proteger al abusador.

Y no hay que olvidar que se trata de algo tan duro y devastador que a menudo para los adultos es más fácil creer que la víctima miente o que se ha ‘confundido’ que aceptar la realidad.

Asimismo, no debemos dejarnos engañar y dudar de la veracidad de los hechos si el menor muestra sentimientos positivos y un vínculo afectivo hacía el perpetrador. A veces se obvia el hecho de que, con frecuencia, el adulto es una persona importante en la vida del niño, convive con él y satisface sus necesidades básicas, estableciéndose un vínculo de dependencia material y emocional.

4. El abuso sexual es provocado por la víctima

Detrás de esta creencia está el intento por parte del pederasta de justificar su propio comportamiento abusivo culpabilizando a la víctima y, de paso, reducir la gravedad de su conducta. No es raro escuchar este tipo de argumentos sobre todo cuando se trata de una chica adolescente y se alude a su indumentaria o a su actitud. Pero desde ningún punto de vista la manera de vestirse de un/a niño/a o un/a adolescente ni sus manifestaciones de cariño pueden confundirse con conductas seductoras con fines sexuales.

En ocasiones, los agresores llegan a afirmar, incluso, que el menor dio su consentimiento ‘olvidando’ que la capacidad y madurez del adulto lo coloca en una situación de evidente ventaja sobre la víctima, por lo que la responsabilidad es exclusiva de dicho adulto.

Este mito está unido a la creencia popular y machista de que los hombres «no son de piedra» y les resulta difícil controlar sus impulsos. Una afirmación que solo es un intento más de depositar la responsabilidad en otros, en este caso en la victima que «lo provocó».

5. Si el niño es muy pequeño no tendrá conciencia del abuso, así que mejor olvidarse del tema

Es frecuente que los adultos crean que si el menor abusado es muy pequeño no tendrá conciencia de lo ocurrido y, por lo tanto, no se acordará ni tendrá secuelas en el futuro. Piensan que el verdadero daño lo provocará el hecho de que el abuso salga a la luz, así que lo mejor es no hablar del tema y tratar de olvidarlo.

Pero nada más lejos de la realidad. Es posible que algunas víctimas no manifiesten problemas muy acusados de conducta o de salud a corto plazo. Pero el trauma permanecerá dentro de ellas, a menudo disociado. Y antes o después habrá un detonante que lo dispare al exterior sin que la víctima entienda qué está ocurriendo.

Esta conducta de mirar hacia otro lado también es habitual cuando el niño es un poco mayor. No se saca el tema o se impide que cuente lo que le pasa, creyendo que así lo olvidará antes. El menor, entonces, sentirá que quizás haya exagerado en su reacción, que no sabe afrontar las situaciones y que lo único que ha conseguido es preocupar y angustiar a los adultos que le apoyan.

Cuando hay un caso de abuso sexual infantil no debemos mirar hacia otro lado.

6. Es beneficioso hablar del abuso cuanto antes

En el extremo opuesto de la creencia anterior, hay quienes están convencidos de que cuanto antes hable el niño de lo ocurrido, antes lo superará. Sin embargo, lo cierto es que, si no se dan las condiciones adecuadas, por ejemplo acudir a terapia, existen muchas probabilidades de que al relatar el abuso se produzca una retraumatización.

En caso de que se denuncie y se inicie un proceso judicial hay que ser especialmente cuidadosos. Presionar al menor para que cuente el abuso una y otra vez puede llevarle a sentirse incomprendido, no escuchado y a revivir el trauma. Para evitar esta victimización secundaria, la ley establece que los menores de 14 años solo deberán declarar una vez y su testimonio se grabará durante la fase de instrucción, es decir, antes del juicio (solo testificarán en el juicio con carácter extraordinario).

Hablar es bueno cuando la víctima se siente preparada para hacerlo y no percibe que le están induciendo a hablar contra su voluntad.

7. El abusador suele ser un desconocido

Las estadísticas demuestran que el mayor número de abusos sexuales se comete dentro de la familia. En este entorno, el agresor tiene mayor acceso al niño, puede aprovecharse mejor del nexo de confianza y cuenta con más oportunidades de iniciar y continuar con el abuso.

Según el estudio La respuesta judicial a la violencia sexual que sufren los niños y las niñas, el 98 por ciento de los agresores son hombres. De estos, el 25, 27 son extraños, el 25,80 son conocidos o forman parte del entorno de la víctima y el 48,94 por ciento pertenecen al ámbito familiar.

Esta falsa creencia está relacionada con otra igualmente equivocada: considerar que cuando el abuso se da dentro de la familia es un asunto privado y no debemos meternos (o pensar que denunciando empeoraremos la situación). TODOS y TODAS tenemos el deber y la obligación de salvaguardar la integridad y los derechos de niñas, niños y adolescentes.

Respecto a esto, la Ley de la Infancia establece la obligatoriedad de todos los ciudadanos de denunciar los casos de abuso sexual infantil. Cualquier persona que advierta indicios de violencia está obligada a ponerlo en conocimiento de las autoridades y, si puede haber delito, denunciarlo ante a la policía. También pueden denunciar los propios menores sin necesidad de estar acompañados de un adulto.

8. El abuso sexual infantil es fácil de detectar porque las víctimas siempre presentan señales físicas

El abuso sexual no siempre implica contacto físico. Y si lo hay, puede consistir únicamente en tocamientos que no dejan lesiones o evidencia físicas.

En primer lugar, considerar que un caso de abuso se detecta rápidamente es un error. Hay circunstancias que dificultan su identificación. Entre ellas, amenazas del abusador, miedo del niño o niña a que lo castiguen o creencia de la víctima de que no le van a creer o lo van a culpar. Y, quizás, la dificultad más importante estribe en que muchos adultos no están preparados para hacer frente a una realidad como esta. Es más fácil pensar que no está sucediendo realmente, que eso que se ve no es lo que parece, que lo que se sospecha debe ser un error o que, simplemente, uno exagera al sospechar.

Y la creencia de que las víctimas siempre presentan señales físicas es igualmente errónea. El pederasta no siempre utiliza la fuerza física para someter a su víctima. Es más, en la gran mayoría de los casos lo habitual es que recurra a la persuasión y manipulación, mediante juegos, engaños y/o amenazas para involucrar al menor y asegurarse su silencio. Generalmente, los niños no cuestionan lo que hacen los adultos y mucho menos si son sus familiares.

En cualquier caso, no hay que olvidar que la víctima se encuentra bajo una relación de sometimiento, ya sea por temor, afecto o admiración hacia el adulto abusador.

Es un error pensar que las víctimas de abuso sexual infantil siempre presentan señales físicas.

9. Los abusadores sexuales son personas que sufren algún trastorno mental

No hay un estereotipo claro sobre el abusador sexual de menores. Esto significa que puede ser cualquiera. Es más, muchas veces se trata de personas plenamente integradas en la sociedad, comprometidas con su trabajo e incluso que gozan de buena reputación en su entorno.

Suponer que detrás de cada agresor sexual existe alguna psicopatología que explique su conducta abusiva es un error. La mayoría no solo actúan con plena conciencia de lo que hacen, sino que tienen grandes dotes de manipulación.

Quizás por el hecho de que en su entorno social muestran una apariencia intachable, resulta más sencillo y tentador pensar que solo abusan sexualmente de los niños los alcohólicos, los drogadictos, los delincuentes o sujetos con diferentes trastornos mentales.

10. A los niños es mejor no darles información sobre un tema tan delicado, así no les asustamos

Cualquier información va a actuar como prevención del abuso sexual infantil, obviamente adaptándola a cada etapa del desarrollo. Hay numerosos programas educativos diseñados específicamente para enseñar a los niños a poner límites. Y también cuentos que les ayudarán a prevenir y a detectar a tiempo este tipo de violencia.

Lejos de atemorizarlos, una adecuada educación los ayudará a desarrollar habilidades para protegerse. Es necesario que aprendan que su cuerpo es suyo y que hay partes de él que son privadas e íntimas y nadie puede tocar. Y, sobre todo, explicarles que es muy, muy importante pedir ayuda si eso llega a ocurrir o alguien los hace sentir incómodos.

 

Los sesgos cognitivos pueden llevar a una persona a incumplir las medidas contra el coronavirus.

¿Por qué incumplimos las medidas contra el coronavirus?

¿Por qué incumplimos las medidas contra el coronavirus? 2560 1707 BELÉN PICADO

Desde que se decretó el estado de alarma debido a la COVID-19, la mayor parte de la población ha cumplido con el confinamiento, primero, y con las normas establecidas para la desescalada, después. Sin embargo, también se han producido casos en los que se han ignorado las medidas preventivas para evitar el contagio. Aglomeraciones, situaciones en las que no se respeta la distancia de seguridad, personas sin mascarilla, etc. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué incumplimos las medidas contra el coronavirus?

Desconexión moral

¿Por qué personas que son responsables en otros ámbitos transgreden determinadas normas? El psicólogo canadiense Albert Bandura desarrolló el concepto de «desconexión moral» para explicar algunos mecanismos que utilizamos con objeto de desconectarnos moralmente de determinadas situaciones. O dicho de otro modo, para hacer cosas que no están bien sin sentirnos mal. Esto nos ayuda a justificar hechos que pueden ser perjudiciales para los demás y así no dañar nuestra autoimagen.

Bandura describe ocho mecanismos de desconexión moral para justificar nuestra conducta cuando esta va en contra de nuestros principios éticos y morales:

  • Justificación moral. Si me convenzo a mí mismo de que lo que voy a hacer sirve a una ‘causa mayor’, será mucho más fácil llevarlo a cabo, aun cuando sea una conducta moralmente reprochable. En el caso de los llamados ‘policías de balcón’, no se sienten mal al increpar e incluso insultar a otras personas que ven en la calle. Justifican su actitud, asumiendo que están contribuyendo a combatir el coronavirus aunque, en realidad, no conocen los verdaderos motivos de las personas a las que increpan.
  • Etiquetado eufemístico. Hay acciones que cambian mucho dependiendo de qué palabras utilicemos para referirnos a ellas.
  • Comparación ventajosa. Realizar comparaciones entre el propio comportamiento y otro considerado mucho peor. Si exagero la inmoralidad de algo que ha hecho otra persona, mi conducta no parecerá tan grave (aunque también sea reprochable).
  • Desplazamiento de la responsabilidad. Consiste en atribuir toda la responsabilidad de los propios actos, o gran parte de ella, a otras personas o situaciones. Una muestra de este mecanismo sería echar la culpa de la situación en la que estamos a las autoridades, aunque yo salga a la calle sin mascarilla y sin respetar la distancia de seguridad.

La difusión de responsabilidad puede llevarnos a incumplir medidas como mantener la distancia de seguridad.

  • Difusión de la responsabilidad. Es parecido al anterior, pero en este caso en vez de echar toda la culpa a otro o a otros, se asume una pequeña parte de responsabilidad a la vez que también se extiende por todos los miembros del grupo o de la sociedad. Así se elude la responsabilidad personal. «Sí, es verdad que no me he puesto la mascarilla, pero hay mucha gente que no se la pone».
  • Distorsión de las consecuencias. Los daños causados por una conducta se ignoran, malinterpretan o minimizan, evitando así activar nuestra propia autocensura. «Tampoco va a pasar nada porque nos demos un abrazo para saludarnos. La gente exagera».
  • Deshumanización. Se ignoran los atributos y características que otorgan ‘humanidad’ a una persona, lo que disminuye el nivel de empatía hacia ella. Esto facilita que se reduzca, e incluso se elimine, la sensación de malestar si nos portamos mal con ella o le hacemos daño. Durante la pandemia este mecanismo ha estado detrás de actitudes racistas, como la paliza que dos hombres propinaron a un joven estadounidense de ascendencia china el pasado marzo.
  • Atribución de la culpa. Mecanismo relacionado con el desplazamiento de responsabilidad y la deshumanización. Se basa en hacer de la víctima la principal responsable de que se haya cometido un acto dañino contra ella.

Sesgos cognitivos

Ante situaciones que generan miedo y ansiedad, como las que estamos viviendo a causa de la COVID-19, nuestra mente tiende a dejar la lógica de lado y actuar de forma más impulsiva. La culpa la tienen los sesgos cognitivos, unos resortes que el cerebro activa de forma automática y que llevan a hacer juicios inexactos e interpretaciones irracionales.

  • Sesgo de confirmación. Tendemos a focalizar la atención en la información que confirma nuestras creencias y, de forma paralela, a ignorar, desvalorizar o dar menos importancia a la que las contradice. Este atajo, además, hace que en momentos de crisis como al actual las posturas se extremen. Si creo que el Gobierno está tomando decisiones equivocadas respecto a la gestión de la pandemia, daré más credibilidad a los medios y las opiniones que confirman lo que pienso, lo que confirmará aún más mis creencias.
  • Efecto anclaje. Dar mucha importancia a la primera información que se recibe y tomarla como punto de partida (ancla), descartando otras, a la hora de tomar una decisión definitiva. Al principio de la pandemia se equiparó el coronavirus con una gripe. Esto funcionó como ancla y desde entonces se ha tendido a tomar como referencia la gripe, e incluso el número de muertos que esta produce al año, para compararla con la COVID-19. De este modo, muchas personas minimizan la gravedad y restan importancia a no seguir las normas.
  • Sesgo de optimismo. Creencia errónea que nos lleva a pensar que nosotros tenemos menos posibilidades de sufrir desgracias que otros. En el caso del coronavirus, este sesgo me hará creer que tengo menos posibilidades de enfermar y, si enfermo, los síntomas serán leves. Por tanto, es muy posible que no haga caso de recomendaciones como mantener la distancia de seguridad.
  • Sesgo de la ilusión de control. Este sesgo hace referencia a la tendencia natural del cerebro a creer que puede controlar o, al menos, influir en casi cualquier evento, incluso en los que son totalmente aleatorios. Tomamos ciertas medidas, aunque no sean efectivas o no estén recomendadas, porque eso nos hace sentir que tenemos cierto control y, de paso, reducimos la ansiedad que nos produce la incertidumbre (¿Os acordáis de la compra compulsiva de papel higiénico al principio de la pandemia?).

Hay coductas que, pese a no ser efectivas, aumentan nuestra sensación de control sobre la situación.

  • Sesgo de suma cero. Tendencia a pensar que la ganancia de uno se produce necesariamente a costa de la pérdida de otro y viceversa. El que tú dispongas de medidas de protección y otros no, no significa necesariamente que tú no vayas a contagiarte y ellos sí. Todos podemos perder (y todos podemos ganar si somos responsables).
  • Efecto Bandwagon o efecto de arrastre. Hacer o creer cosas porque muchas otras personas también las hagan o las crean. El acopio de papel higiénico también se correspondería con este sesgo.
  • Sesgo de endogrupo o favoritismo endogrupal. Se trata de la tendencia a favorecer o valorar de manera más positiva comportamientos, actitudes o preferencias de los miembros del grupo propio, aunque implique perjudicar a quienes están fuera de ese grupo. Este sesgo es especialmente peligroso porque puede desembocar en racismo y exclusión.

La libertad es inseparable de la responsabilidad

La responsabilidad y los valores morales se van interiorizando desde la niñez. Según Lawrence Kohlberg, psicólogo estadounidense, el desarrollo moral se va asentando a medida que la persona va creciendo y aprendiendo.

Hasta los 9 años, el niño solo juzga los hechos según cómo le afecten a él. Al principio, solo piensa en las consecuencias inmediatas y obedece para evitar el castigo. Poco a poco, empieza a evitar hacer trampas en los juegos, por ejemplo, aunque solo para que no se las hagan a él. A medida que llega la adolescencia, ya se empieza a pensar en el bien compartido. Sin embargo, todavía no se actúa por propia convicción, sino para ser aceptado en el grupo. En esta fase, además, hay una orientación a la autoridad. Lo bueno y lo malo viene de una serie de normas que se perciben como algo separado a los individuos.

El desarrollo moral se completa cuando la persona adquiere principios morales propios y actúa según los mismos. Es el momento en que tomamos conciencia de que más allá de las normas impuestas en la sociedad o de nuestro propio interés, está el interés común, el altruismo y la solidaridad.

Está bien que queramos libertad, pero no debemos olvidar que la libertad es inseparable de la responsabilidad (o debería serlo). Y ser responsable conlleva preocuparnos por cómo afectan nuestras acciones a los demás. Debemos actuar de la forma adecuada más allá de que así lo dicten las normas, de que otros lo vean o de que nos feliciten por ello.

«La libertad significa responsabilidad. Por eso, la mayoría de hombres le tienen tanto miedo» (George Bernard Shaw)

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Por qué no nos movilizamos contra el cambio climático

Cómo influyen emociones y creencias en nuestra percepción del cambio climático

Cómo influyen emociones y creencias en nuestra percepción del cambio climático 2560 1440 BELÉN PICADO

Impotencia, rabia, tristeza, miedo, depresión, culpa son algunas de las emociones que pueden emerger si nos paramos a reflexionar sobre el cambio climático. Entonces, ¿por qué no nos movilizamos para evitar que la situación empeore y llegue a un punto de no retorno?

Una encuesta realizada por el Real Instituto Elcano refleja que la mayoría de los españoles piensa que el cambio climático es la principal amenaza del mundo e, incluso, se consideran insuficientes los compromisos institucionales y políticos actuales. Sin embargo, a nivel individual somos mucho menos conscientes de nuestra cuota de responsabilidad. Nos situamos en el papel de espectadores o víctimas, pero no en el de personas responsables de la evolución del cambio climático. ¿Por qué ocurre esto?

El cambio climático es una realidad

Negando nuestra responsabilidad

La negación es un mecanismo de defensa que puede resultar adaptativo en ciertas ocasiones. Por ejemplo, ante la muerte de un ser querido la negación al principio del proceso ofrece algo de tiempo para empezar a asumir su pérdida. Por lo que respecta al ámbito del medio ambiente, la perspectiva de un cambio irrevocable del clima a nivel global es lo suficientemente aterradora como para activar defensas emocionales como la negación. Si no asumo mi responsabilidad personal y la delego en gobiernos y multinacionales, me resultará más fácil eludir la ansiedad y el sentimiento de culpa.

A esto se une, en algunas ocasiones, cierto ‘optimismo irracional‘. Según esta creencia, la solución está en manos de los científicos que, tarde o temprano, encontrarán la forma de detener los efectos del calentamiento global sin que sea necesario que como individuos realicemos ningún cambio en nuestros comportamientos cotidianos ni en nuestro modo de vida.

El psicólogo y economista noruego Per Espen Stoknes habla de una «paradoja psicológica en el cambio climático«. Dicha paradoja establece que al mismo tiempo que cada vez hay más pruebas y más consenso entre los científicos de que el ser humano es el principal responsable del calentamiento del planeta, también disminuye la preocupación y el apoyo a las políticas ambientales más ambiciosas. O lo que es lo mismo, somos conscientes de la amenaza, pero no pasamos a la acción.

En otros casos se produce una sensación de indefensión ante algo “demasiado grande y complejo” que está fuera de nuestro control como individuos. Ejemplos ilustrativos son frases como “Si los científicos y los políticos no se ponen de acuerdo, menos puedo hacer yo” o “El hecho de que yo deje de utilizar el coche a diario no va a resolver los problemas de contaminación”.

El modo en que percibimos la naturaleza también afecta al grado de inquietud ante el cambio climático. Así, percibirla como caprichosa e impredecible se asocia a una menor preocupación: si los procesos naturales no responden a una lógica específica no merece la pena preocuparse por ellos dado que son incontrolables.

Mientras no asumamos cierto grado de responsabilidad, es muy poco probable una conducta proambiental. Atribuir el calentamiento global al comportamiento individual, en lugar de hacerlo a procesos industriales globales, ayuda a percibirlo como algo más controlable desde la acción individual. Esto implica percibir el problema de forma más grave, pero a la vez aumenta la capacidad de poner en marcha acciones para solucionarlo.

Es necesario asumir nuestra responsabilidad individual en el cambio climático

Percepción del riesgo

El cambio climático es un problema ambiental global y, en cierta medida, impersonal y eso dificulta que lo veamos como una amenaza inminente. Los riesgos que son personales, concretos e inmediatos tienden a generar una mayor percepción de riesgo e indignación. Sin embargo, los que no suponen una preocupación urgente para nosotros tienden a producir más indiferencia. ¿Os habéis fijado que a menudo en los medios de comunicación se transmite información sobre escenarios futuros (2050, en los próximos 20 años…)?

Según el premio Nobel Daniel Kahneman, autor del libro Pensar rápido, pensar despacio, “para que la gente se movilice por una causa ha de existir un componente emocional. Sea lo que sea, tiene que percibirse como respuesta a un asunto inminente y prominente, que sobresalga con fuerza propia sobre todos los demás».

El hecho de que el cambio climático se considere algo inevitable también influye en nuestra pasividad. Lo mismo que no saber con certeza cómo evolucionará en un futuro o que no tenga un origen concreto. Un incendio puede surgir por dejar una colilla mal apagada, por ejemplo. Pero el cambio climático es el resultado de una suma de malas actuaciones individuales y sociales.

Cuanto más cerca, más conciencia

Muchas de las informaciones que recibimos sobre el calentamiento global hacen referencia a lugares tan lejanos como el Ártico o la Antártida. Sin embargo, si ocurre una catástrofe natural o ecológica cerca de nosotros es mucho más probable que se produzcan movilizaciones. Es el caso de las numerosas concentraciones que han tenido lugar en Murcia desde que miles de peces aparecieron muertos en 2019 en el Mar Menor.

Manifestación por el Mar Menor

Según numerosos estudios, el apego al lugar, o vínculo afectivo que se establece entre las personas y el territorio que habitan, favorece la percepción del problema y tiene un efecto movilizador en las prácticas medioambientales. Asimismo, el modelo concéntrico de responsabilidad hacia los demás establece que se genera una responsabilidad más fuerte con aquellos que están física o afectivamente más cerca de nosotros.

Lo que está claro es que Tierra solo hay una y si seguimos mirando hacia otro lado acabaremos por cargarnos nuestro propio hogar. Como individuos todavía estamos a tiempo de hacer algo. Las pequeñas acciones son las que acaban generando los grandes cambios. Este es el mensaje que busca transmitir este cuento:

-Dime, ¿cuánto pesa un copo de nieve? -preguntó un gorrión a una paloma.
-Nada de nada, le contestó la paloma.
-Entonces, si es así debo contarte una historia, dijo el gorrión:
Estaba yo posado en la rama de un abeto, cerca de su tronco, cuando empezó a nevar. No era una fuerte nevada ni una ventisca furibunda. Nada de eso.
Nevaba como si fuera un sueño, sin nada de violencia. Y como yo no tenía nada mejor que hacer, me puse a contar los copos de nieve que se iban asentando sobre los tallitos de la rama en la que yo estaba. Los copos fueron exactamente 3.741.952. Al caer el siguiente copo de nieve sobre la rama que, como tú dices, pesaba nada de nada, la rama se quebró.
Dicho esto, el gorrión se alejó volando.
Y la paloma, toda una autoridad en la materia desde la época de Noé, quedó cavilando sobre lo que el gorrión le contara y al final se dijo:
-Tal vez esté faltando la voz de una sola persona más para que la solidaridad se abra camino en el mundo.

Nuestra decisión de voto no es tan reflexiva como creemos

Tu mente te miente: Así influyen las emociones y los sesgos cognitivos en tu decisión de voto

Tu mente te miente: Así influyen las emociones y los sesgos cognitivos en tu decisión de voto 4000 2667 BELÉN PICADO

La mayoría consideramos el acto de votar no solo un derecho, sino también un acto reflexivo y deliberado que refleja nuestros valores e ideas políticas. Pues bien, no es tan simple. En la toma de decisiones, incluida la de elegir a uno u otro candidato, influyen otras variables que distan mucho de ser reflexivas. Ni la experiencia del candidato, ni el programa político ni su capacidad de liderazgo… Lo que inclina la balanza hacia uno u otro son las emociones, eso sí, aderezadas con unos cuantos sesgos cognitivos.

Las emociones mandan

Según Drew Westen, autor del libro El cerebro político: El papel de la emoción en decidir el destino de la nación, las emociones que más influyen en los votantes a la hora de depositar su papeleta en la urna son el odio, la esperanza y el miedo, especialmente esta última.

El miedo ha sido nuestro salvavidas evolutivo porque nos ayuda a reaccionar ante las amenazas que como especie hemos ido encontrando. Y ese es el resorte que salta en un lugar del cerebro llamado amígdala cuando un candidato alude en su discurso a los principales temores que tenemos los seres humanos. Estos miedos son a que amenacen nuestra integridad física, a que esté en riesgo el acceso a los recursos para subsistir y a que se ponga en peligro el modo de vida al que estamos acostumbrados. Si se relacionan estos miedos subconscientes con preocupaciones actuales (paro, delincuencia…) y se incluye alguna alusión a la inmigración, por ejemplo, el sistema de alerta salta.

Esa celeridad con que se pone en marcha el circuito del miedo es una ventaja evolutiva, pero se convierte en problema si se activa cuando no lo necesitamos. En este caso, perdemos la capacidad de analizar circunstancias en las que no hace falta tanta rapidez y sí una reflexión objetiva. Así que, a la hora de votar, menos amígdala y más reflexión.

Las emociones tienen la última palabra a la hora de votar

El poder de los sesgos cognitivos

A lo largo de nuestra vida manejamos tanta información que nuestro cerebro necesita atajos para no eternizarse procesando los datos que recibimos. Esos atajos nos ayudan a pensar y a tomar decisiones de modo más rápido, pero también aumentan el riesgo de hacer interpretaciones erróneas. ¿Y cómo podemos evitar que nos influyan? Conociendo qué son y cuáles son sus características. Si sabemos cuándo nos pueden afectar los sesgos cognitivos también podremos neutralizarlos o, al menos, conseguir que nos afecten lo mínimo posible.

  • Sesgo de confirmación. Tendemos a focalizar nuestra atención en la información que confirma nuestras creencias y, de forma paralela, a ignorar, desvalorizar o dar menos importancia a la que las contradice. Esto explicaría por qué damos más credibilidad a un medio de comunicación que está en la línea de nuestra forma de pensar. Otro ejemplo: Si hay corrupción en nuestro partido político nuestro cerebro buscará la manera de quitarle importancia, pero si los corruptos son los del partido rival, aunque sea de forma puntual, encontraremos el modo de magnificar el delito.
  • Correlación ilusoria. Consiste en considerar que dos hechos están relacionados aunque no tengamos ninguna prueba que lo demuestre. Este sesgo, que está en la base de los prejuicios, es el que nos lleva a sobreestimar la proporción de comportamientos negativos en grupos relativamente pequeños. Vamos a ver un ejemplo: Según una encuesta internacional  (International Social Survey Programme), el 50,3 por ciento de los españoles creen que los inmigrantes “hacen que aumente el índice de criminalidad».  Sin embargo, según los últimos datos disponibles, pertenecientes a 2017 y elaborados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), los delitos cometidos por extranjeros son un 23,1 por ciento, es decir, ni un cuarto de todos los que se cometen en España. Esto significa que los españoles cometen tres de cada cuatro.
  • Efecto Forer o Barnum. Este sesgo se da cuando aceptamos generalizaciones que podrían resultar válidas para cualquier persona, como si fueran descripciones fiables y detalladas de nuestra personalidad. Además de ser muy utilizado por videntes y en horóscopos, también es un recurso muy habitual en los discursos de los políticos. Estos buscan conseguir el apoyo de los ciudadanos dirigiéndose a ellos con adjetivos positivos, mensajes genéricos y propuestas vagas que responden a los deseos de la mayoría.

El efecto Barnum es un recurso muy utilizado por los políticos

  • Efecto anclaje. Dar mucha importancia a la primera información que se recibe y tomarla como punto de partida (ancla), descartando otras, a la hora de tomar una decisión definitiva. El problema es que el ancla tiene una influencia desproporcionada y el ajuste a la información posterior tiende a ser muy insuficiente. Es habitual que los políticos recurran a menudo a cifras que parecen haber contrastado, pero no siempre es así. A veces, si se sabe que un dato será más alto, se anuncia una previsión más baja y el resultado final en comparación parecerá mejor.
  • Efecto halo. Consiste en trasladar una cualidad particular que nos llama la atención en alguien a toda la persona, incluidas características que no conocemos. Numerosos estudios han encontrado que una persona considerada atractiva también suele ser percibida como inteligente, amable, generosa y honesta. Una de estas investigaciones, realizada por Rolfe Daus Peterson y Carl L. Palmer en 2015, concluyó que las personas que nos resultan físicamente atractivas suelen parecernos también más capaces y persuasivas, por lo que tendemos a seguir sus consejos.  Estudios aparte, solo hay que ver al séquito de asesores de imagen que acompañan a los principales líderes políticos… Respecto al efecto halo, uno de los sesgos cognitivos más habituales, os recomiendo el artículo ¿Por qué preferimos a los políticos atractivos? publicado por El País.
  • Sesgo de autojustificación. Si te equivocas en una decisión tienes dos opciones: asumirlo o buscar una justificación para no admitir el error y evitar posibles remordimientos. Esto último sería el sesgo de autojustificación y tenemos un ejemplo muy claro en las explicaciones de José María Aznar tras avalar ante la opinión pública la existencia de armas de destrucción masiva en Irak para justificar la Invasión de aquel país en 2003. Años después, justificaría su decisión explicando que la tomó «por convicción atlantista, porque convenía estratégicamente a España y por un elemental sentido de la reciprocidad política: no se puede pedir ayuda a un amigo y luego, cuando ese mismo amigo te la reclama, negársela».
  • Efecto Statu quo. Representa el temor a perder lo que se tiene, a ir a peor. O, como dice el refrán, “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. A menudo, los partidos que están en el gobierno elaboran su estrategia en base a este sesgo cognitivo. Este efecto también explica por qué las formaciones políticas que defienden cambios radicales no terminan de convencer.
  • Efecto Bandwagon o efecto de arrastre. Creer que algo es cierto porque la mayoría también lo piensa. Este sesgo les viene muy bien a los políticos para imponer sus programas. En el caso de las encuestas electorales, muchos deducen que el político que las encabeza es el mejor, aun sin haber leído sus propuestas. Lo mismo ocurre en el caso de los candidatos que los medios de comunicación proclaman ganadores antes de las votaciones.

El efecto de arrastre consiste en creer algo solo porque la mayoría lo cree

  • Sesgo de coste irrecuperable. Tendencia a sobrevalorar aquello en lo que hemos invertido más tiempo y esfuerzo. En política esto se traduciría en una mayor reticencia a cambiar el sentido de nuestro voto cuando llevamos muchos años votando lo mismo.

Ser conscientes del poder de nuestras emociones y de las trampas que nos juega la mente nos ayudará a no dejarnos llevar por ellas. Comprueba en qué sesgos cognitivos sueles caer y recopila toda la información posible sobre las propuestas de los distintos partidos. También te vendrá bien escuchar a personas que piensan diferente, con atención y sin juzgar. Si consideramos el mayor número de opiniones sobre un tema, tanto a favor como en contra de nuestras creencias, podremos crearnos nuestro propio juicio.

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