Pareja

El amor está en el cerebro

El amor está en el cerebro

El amor está en el cerebro 1920 1920 BELÉN PICADO

¿Sabíais que cuando nos enamoramos se activan doce áreas del cerebro? ¿O que desde niños empezamos a crear una especie de mapa mental con los rasgos que nos atraerán en otras personas más adelante? Durante generaciones, los poetas han tenido en el amor su  fuente de inspiración. Pero hace tiempo que dejaron de ser los únicos interesados en el tema. Ahora también son numerosos los investigadores que han hecho de este sentimiento uno de sus principales campos de análisis. Está claro que el amor está en el cerebro…

Así responde nuestro organismo

Los ‘científicos del amor’ llevan décadas estudiando este sentimiento como un proceso bioquímico. Dicho proceso se inicia en la corteza cerebral, sigue hasta las neuronas y de allí al sistema endocrino, dando lugar a respuestas fisiológicas intensas:

  • El corazón comienza a latir más deprisa, a unas 130 pulsaciones por minuto.
  • La temperatura del cuerpo se eleva.
  • La presión arterial sistólica (lo que conocemos como máxima) sube.
  • Se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
  • Se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.
  • Los hombres presentan niveles de testosterona relativamente bajos, mientras que las mujeres aumentan la secreción de esta hormona. Estos cambios están relacionados con una menor agresividad en ellos y un incremento del deseo sexual en ellas.
  • Se produce un estado de euforia, falta de sueño y apetito que están asociados a altos niveles de dopamina y norepinefrina, estimulantes naturales del cerebro.

Nuestro organismo reacciona al amor con diferentes respuestas fisiológicas.

El amor está en el cerebro

Según la psicóloga estadounidense Stephanie Ortigue, nada menos que doce áreas del cerebro están implicadas en el sentimiento del amor. Y una de ellas está relacionada con la percepción, lo que explicaría, por ejemplo, por qué idealizamos a la persona amada y nos parece más especial que otras. Esta investigadora, que recurrió a las técnicas de neuroimagen para sus estudios, también asegura que solo se tarda medio segundo en enamorarse. Este es justo el tiempo que tarda el cerebro en liberar las sustancias que producen distintas respuestas emocionales.

La neurobióloga y antropóloga Helen Fisher también recurrió a las técnicas de neuroimagen y encontró que, mientras el cerebro masculino experimenta una mayor actividad cerebral asociada a estímulos visuales, en las mujeres se activan más las zonas relacionadas con la memoria. En lo que sí coinciden hombres y mujeres es en la activación de dos estructuras cerebrales relacionadas con el circuito de recompensa (el núcleo caudado y el área tegmental ventral) y, a la vez, en la desactivación de una parte de la amígdala relacionada directamente con el miedo. Así que ya sabéis por qué, cuando nos enamoramos, nos vemos capaces de enfrentarnos a todo y a todos por la persona que ha originado esa emoción.

¿A qué huele el amor?

Algunos científicos afirman que las feromonas juegan un papel muy importante en la atracción sexual, ya que estamos liberándolas continuamente por todos los poros de nuestra piel e, incluso, por el aliento. Estos compuestos químicos, utilizados por especies animales tan diferentes como las mariposas, las hormigas o los elefantes, pueden enviar señales de interés sexual, situaciones de peligro, etc.

Las feromonas juegan un importante papel en la atracción sexual.

Sin embargo, el verdadero enamoramiento sobreviene cuando se produce en el cerebro la feniletilamina, una sustancia que, al igual que las anfetaminas, aumenta la sensación de energía física y de lucidez mental. Según explica Anthony Walsh en su libro La ciencia de amor: entender el amor y sus efectos en la mente y el cuerpo, esta sustancia«es lo que hace que uno lance esa sonrisa tonta a un desconocido. Cuando nos encontramos con alguien que nos resulta atractivo suena la sirena en la fábrica de feniletilamina». Otro indicativo más de que la base del amor está en el cerebro.

De la pasión al compromiso

Con el paso tiempo, el organismo se hace resistente a la fenitelamina y la pasión deja paso a un amor más sosegado, otra fase que, por supuesto, también tiene su explicación química. Ahora son las endorfinas, compuestos similares a la morfina o los opiáceos, los que producen una sensación de seguridad y comodidad.

También aumentan en esta etapa los niveles de oxitocina. Esta hormona se produce en el hipotálamo de hombres y mujeres y, además de generar emociones relacionadas con el cuidado y la ternura, ayuda a forjar lazos permanentes tras la primera oleada de pasión.

Y es que el enamoramiento no dura siempre. Según Cynthia Hazan, profesora de la Universidad estadounidense de Cornell, de Nueva York, “los seres humanos se encuentran biológicamente programados para sentirse apasionados entre 18 y 30 meses”. Para llegar a esta conclusión, entrevistó a 5.000 personas de 37 culturas diferentes y constató que el amor posee un “tiempo de vida” lo suficientemente largo para que “la pareja se conozca, mantenga relaciones sexuales y tenga un hijo”.

La oxitocina ayuda a forjar lazos permanentes en la pareja.

El mapa del amor

Pero no solo de química vive el cerebro… Muchos estudios concluyen que los recuerdos infantiles son decisivos a la hora de enamorarnos de una determinada persona y no de otra. Según el sexólogo John Money entre los 5 y los 8 años los niños desarrollan algo así como un mapa mental de los rasgos esenciales de la persona a quien amarán como resultado de asociaciones con miembros de la familia, con amigos o con experiencias. Por ejemplo, en ese mapa puede reflejarse desde la dulzura de la madre a la seguridad en sí mismo del padre y el sentido del humor del tío pasando por otros hechos que se hayan vivido durante la infancia con determinado tipo de personas.

Poco a poco, las situaciones que se van viviendo van dibujando un patrón particular y el mapa del amor se vuelve cada vez más preciso. De este modo, se producirá una mayor atracción hacia ciertas características: rasgos faciales, color del pelo, carácter, etc.

Años después, cuando la persona tenga antes sí a alguien que le atraiga, en su cuerpo entrarán en funcionamiento multitud de reacciones orgánicas. El primer paso es el coqueteo. Según numerosos estudios, los gestos indicativos de interés erótico por una persona son iguales en Finlandia que en Madagascar. En ese lenguaje, los ojos lo dicen todo: sostener una mirada un poco más de lo normal, esbozar una sonrisa luminosa seguida de una caída de ojos…

Por si te interesa:

Entrevista con Helen Fisher. La neurobióloga explica en esta entrevista por qué el amor está en el cerebro. Fisher cuenta cómo este se ha ido especializando desde hace millones de años hasta conformar tres sistemas independientes e interconectados: el de la atracción sexual, el del amor romántico y el de la creación del vínculo y el compromiso.

¿Por qué la mujer maltratado no deja a su maltratador?

Violencia de género. ¿Por qué la mujer maltratada no deja a su maltratador?

Violencia de género. ¿Por qué la mujer maltratada no deja a su maltratador? 1996 2102 BELÉN PICADO

Una de las preguntas que más escucho cuando sale el tema de la violencia de género es: ¿Cómo es posible que una mujer maltratada no abandone a su maltratador? ¿Por qué aguanta? Y la respuesta no es nada sencilla… Para entender a estas víctimas de la violencia de género antes hay que comprender el proceso en el que se ven inmersas. En primer lugar, es importante tener en cuenta que lo habitual es que una historia de malos tratos empiece como muchas historias de amor. Chico conoce chica y se muestra educado, atento y cariñoso. La llama, es detallista, la colma de atenciones, hace que se sienta especial. Un ‘príncipe azul’ en toda regla… que irá convirtiéndose en sapo sin prisa, pero sin pausa.

El mito del amor romántico

A lo largo de las épocas, el amor ha estado sujeto a aprendizajes culturales y a condicionamientos sociales. Este sentimiento ha sido exaltado por canciones, películas, novelas, etc. y la mujer lo ha entendido, tradicionalmente, como una entrega total. Y así ha convertido al hombre amado en el centro de su existencia, adaptándose a él, perdonándole y justificándole todo.

Según el ideal de amor romántico, las mujeres que han sido educadas para que su vida gire en torno al amor no solo buscarán un príncipe azul que las salve, las proteja y cubra sus necesidades. También se atribuirán ellas mismas la responsabilidad del cuidado y el mantenimiento de las relaciones. Y esto generará sentimientos de culpa cuando se produzcan conflictos o fracasos de la relación.

En muchos casos, estas creencias reforzarán el ciclo de la violencia. Cuando en una relación de maltrato hay una agresión y detrás viene el arrepentimiento la mujer perdona al maltratador en el convencimiento de que su amor “lo cambiará”. Y seguirá dando nuevas oportunidades y generándose falsas expectativas basadas en que “el amor todo lo puede”.

De este modo, cuando se plantea abandonar al hombre que tanto daño está haciéndola, para ella es mucho más que romper una relación. Es abandonar un proyecto vital. Renunciar al amor se vive como el fracaso absoluto de su vida.

El mito del amor romántico tiene una estrecha relación con la violencia de género

El síndrome de la rana hervida

Estaba una rana tranquilamente dentro de una cazuela llena de agua, ignorando que la cazuela estaba calentándose a fuego lento. Al cabo de un rato, el agua estaba tibia y el pequeño anfibio, como la sentía agradable, siguió nadando. Poco a poco, la temperatura fue subiendo, pero la rana no se inquietó; era un poco friolera, así que el calorcito le venía bien. Una mezcla de fatiga y somnolencia empezó a apoderarse de ella, apenas sin darse cuenta.

Llegó un momento en que el agua se puso caliente de verdad y a nuestra amiga ya empezó a parecerle desagradable. Sin embargo, ya no le quedaban fuerzas para saltar y escapar del recipiente, así que se limitó a aguantar. Tenía la esperanza de que en algún momento el agua se enfriara. Pero el líquido no solo no se enfrió, sino que subió aún más de temperatura hasta que la rana acabó hervida. Así que murió sin haber hecho el menor esfuerzo por salir de la cazuela.

Está claro que si la rana se hubiera metido con el agua a cincuenta grados habría salido inmediatamente de un salto. Lo que viene a decirnos este relato de Olivier Clerc es que “un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía”. Lo mismo ocurre en el caso de la violencia de género. Cuando el inicio es brusco e intenso, es muy posible que la víctima busque ayuda externa o intente separarse. Sin embargo, si al principio el maltrato va produciéndose poco a poco y solo en ciertas ocasiones, la mujer restará importancia al primer insulto, humillación o empujón y elegirá luchar para que la relación salga adelante.

El síndrome de la rana hervida guarda una estrecha relación con la situación de la víctima de malos tratos

La indefensión aprendida

Las mujeres víctimas de violencia de género desarrollan lo que el psicólogo Martin Seligman denominó ‘indefensión aprendida’, que consiste en que la persona que está siendo víctima de maltrato ‘aprende’ que no puede defenderse haga lo que haga. Como los episodios de maltrato se dan independientemente de cómo actúe la mujer, esta siente que no controla la situación y que está a merced de su agresor. Estos sentimientos impiden creer que las cosas pueden cambiar y dificultan que la víctima se enfrente a sus temores y pida ayuda.

Además, en situaciones así la autoestima queda muy dañada. Hay tal alteración de la percepción de la realidad, que la mujer puede negarse a dejar al maltratador por temor a no encontrar a alguien mejor que él o, incluso, por creer que no merece a alguien mejor.

El ciclo de la violencia

Que el maltrato no sea continuo, sino que se alternen fases de agresión con las de cariño o calma dificulta que la víctima rompa con la situación. Esto fue lo que observó la psicóloga estadounidense Leonore Walker, llegando a identificar un ciclo que se repite en los casos de violencia de género y que consta de tres fases:

  • Acumulación de la tensión: La hostilidad del hombre va en aumento sin motivo aparente para la mujer. El agresor puede demostrar su violencia de forma verbal y, en algunas ocasiones, con agresiones físicas y/o con cambios repentinos de ánimo, que la mujer no acierta a comprender y que suele justificar, ya que no es consciente del proceso de violencia en el que se encuentra inmersa. De esta forma, la víctima siempre intenta calmar a su pareja, procura complacerle y evitar aquello que le moleste, creyendo que así eludirá los conflictos. Incluso llega a creer que algunos de esos conflictos los provoca ella.
  • Explosión: La tensión aumenta hasta estallar, lo que conlleva agresiones físicas, psicológicas y sexuales. Estas pueden ser graves, hasta el punto provocar fuertes secuelas físicas y psicológicas e, incluso, un alto riesgo para la vida. En este momento, la mujer siente que no tiene ningún tipo de control sobre la situación. Su capacidad de reacción se reduce mucho, centrándose básicamente en proteger su integridad física. Suele ser en esta fase cuando se plantea pedir ayuda.
  • Reconciliación o “luna de miel”. El agresor tiende a arrepentirse y a pedir perdón y, para evitar que la relación se rompa, puede recurrir a la manipulación afectiva (regalos, caricias, promesas…). Eso sí, también suele negar su responsabilidad en el conflicto y transferir la culpa a la mujer. Esta, por su parte, desea tanto que la relación funcione que confía en que todo cambiará y, con frecuencia, retira la denuncia y/o rechaza la ayuda ofrecida por familia, amigos o servicios sociales y sanitarios. Algunas de las justificaciones que da es que su pareja tiene problemas y debe ayudarle a resolverlos.

Con el paso del tiempo las dos primeras fases se mantendrán y agudizarán. Sin embargo, la fase de arrepentimiento, que es la que ha actuado como mantenedora de la relación, tenderá a desaparecer.

¿Quien bien te quiere te hará llorar?

Muchas víctimas de maltrato proceden de familias en las que el uso de la violencia estaba normalizado. La violencia se aprende, tanto a ejercerla como a sufrirla; así que la mujer que la sufrió en su infancia tenderá a repetir el patrón en su vida adulta. Además, como para ella una bofetada, un insulto o una humillación eran algo cotidiano, le resultará difícil distinguir la situación de maltrato. En esta situación también influyen mensajes familiares muy peligrosos como “Quien bien te quiere te hará llorar”, “Si te pego o te castigo es porque te quiero y me importas” o “Me duele a mí más que a ti”.

Si me quiere, no me hiere

Espero haber respondido, al menos en parte, a la pregunta que da por título a este artículo. Y si conoces o sabes de alguien que esté en esta situación quizás sería buena idea sustituir la expresión “Si sigue con él por algo será” por “Sé por qué sigues con él y no es tu culpa”. Aprovecho también para recordaros que existe un teléfono gratuito de atención a víctimas de malos tratos por violencia de género que funciona 24 horas del día los 365 días del año: 016.

Si te interesa

Una película

“Te doy mis ojos”. Se estrenó en el año 2000, pero por desgracia el tema que trata sigue vigente. La película refleja con rigor y sensibilidad la gran complejidad que puede haber en una historia de malos tratos. En ella se muestran algunos conceptos de los que hablo en este artículo, como el ciclo de la violencia y la indefensión aprendida. Está dirigida por Icíar Bollaín y protagonizada por Luis Tosar y Laia Marull.

 

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