Autoestima

El poder de la introyección o por qué adoptamos creencias ajenas sin cuestionarlas

El poder de la introyección o por qué adoptamos creencias ajenas sin cuestionarlas

El poder de la introyección o por qué adoptamos creencias ajenas sin cuestionarlas 1500 1000 BELÉN PICADO

Las personas que nos rodean y el entorno en el que vivimos influyen profundamente en la construcción de nuestra identidad. Es normal adoptar ideas, valores y creencias de aquellos con quienes mantenemos un contacto cercano, a quienes admiramos o con quienes compartimos una visión de la vida similar. El problema surge cuando adoptamos de manera inconsciente valores o actitudes de otras personas sin cuestionar si realmente se alinean con nuestras propias necesidades y deseos. Este mecanismo de defensa denominado introyección puede llevarnos a vivir según creencias que ni siquiera nos pertenecen y a entrar en una dinámica que condicionará nuestra forma de relacionarnos con el mundo.

Al no cuestionar los introyecto,  asumimos que forman parte de nuestra propia identidad cuando en realidad son creencias impuestas por el entorno. Por ejemplo, aceptar como verdad absoluta que «llorar en público es una muestra de debilidad» sin darme cuenta de que esta idea proviene de mi entorno familiar o social y no de una reflexión personal.

La introyección como parte del desarrollo

De niños somos como esponjas y absorbemos, sin ningún filtro, creencias, valores y comportamientos de nuestros padres o cuidadores principales. Y eso no es negativo. Al contrario, se trata de un proceso fundamental tanto para nuestra socialización como para el desarrollo de nuestra personalidad.

En este sentido, los introyectos nos proporcionan un ‘mapa’ para poder entender el mundo y aprender a relacionarnos con los demás. Sin embargo, aunque nos ayudan a ubicarnos, nos aportan seguridad y contribuyen a que comprendamos las expectativas del entorno, también es crucial que desarrollemos nuestro propio criterio y aprendamos a diferenciar entre lo que hemos adoptado de otros y lo que realmente resuena con nuestra verdadera identidad. Es lo que hacemos al llegar a la adolescencia. Empezamos a cuestionarnos valores y normas adquiridos en la infancia y a decidir por nosotros mismos cuáles tienen que ver realmente con nosotros.

Ahora bien, puede ocurrir que ciertos introyectos, como valores familiares profundamente arraigados o expectativas sociales demasiado rígidas, se mantengan sin llegar a ser desafiados, lo que puede llevarnos a conflictos internos que seguiremos cargando en la edad adulta. Esto suele ocurrir cuando hay una excesiva dependencia emocional de los padres o cuidadores o cuando se busca continuamente la aprobación externa. Si sentimos que no tenemos control sobre nuestro entorno o tendemos a buscar seguridad fuera de nosotros, es fácil que acabemos adoptando creencias o comportamientos ajenos para sentirnos aceptados y evitar el rechazo. De este modo, quienes crecen en ambientes inestables o inseguros tienden a desarrollar más introyectos como forma de encontrar sentido o estructura en su vida.

El poder de la introyección o por qué adoptamos creencias ajenas sin cuestionarlas

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La introyección como mecanismo de defensa

Los mecanismos de defensa son estrategias psicológicas inconscientes cuyo objetivo es ayudarnos a mantener nuestro equilibrio interior. Nos ayudan a defendernos de pensamientos y sentimientos negativos que pueden amenazar nuestra autoimagen y generarnos mucho dolor y angustia.

Cuando adoptamos una idea o un comportamiento sin cuestionarlo y sin una reflexión crítica previa, ya sea porque lo percibimos como nuestro deber, como una forma de no decepcionar o llevados por la necesidad de agradar al otro, el proceso de la introyección pasa de ser parte de nuestro crecimiento a convertirse en un mecanismo de defensa que puede acabar causándonos mucho malestar e impidiendo que desarrollemos nuestra propia personalidad.

El propósito de la introyección como mecanismo de defensa es protegernos ante situaciones que nos generan ansiedad y en momentos en los que nos enfrentamos a algo especialmente doloroso, amenazante o que no encaja en nuestro conjunto de creencias. También es una forma de intentar tener algo de control en situaciones que percibimos como incontrolables. Y es posible que temporalmente funcione y nos permita sentirnos más seguros o protegidos en un contexto emocional difícil. Pero, a largo plazo, acabaremos perdiendo la capacidad de diferenciar entre nuestras propias emociones y las de los demás, desarrollando una identidad basada en mandatos o expectativas externas, en lugar de en lo que nosotros necesitamos.

Tragar sin masticar

Fritz Perls, fundador de la terapia Gestalt, utiliza una poderosa analogía relacionada con el proceso de digestión para explicar el concepto de introyección como mecanismo de defensa. Al igual que nuestro sistema digestivo procesa y asimila los alimentos, nuestro «yo» psíquico debería hacer lo mismo con las ideas, creencias y valores que recibimos del entorno. Este proceso natural implica tomar lo externo, descomponerlo, asimilar lo útil y desechar lo que no nos sirve. Sin embargo, en la introyección, este proceso no se completa correctamente.

Del mismo modo que no llegamos a descomponer y digerir la comida cuando no la masticamos y nos la tragamos entera, cuando introyectamos estamos absorbiendo ideas, valores o creencias externas sin cuestionarlas, sin filtrarlas ni evaluarlas críticamente. Como resultado, esas ideas no digeridas permanecen dentro de nosotros, afectando a nuestras decisiones, comportamientos y emociones sin ser realmente parte de nuestro propio ser. Esto puede generar conflictos internos, ya que a veces estas creencias introyectadas no se corresponden con nuestras verdaderas necesidades o deseos. En consecuencia, para vivir de manera auténtica, necesitamos revisar y procesar estas influencias externas, integrando lo que resuena con nosotros y desechando lo que no.

El poder de la introyección o por qué adoptamos creencias ajenas sin cuestionarlas

Algunos ejemplos

Para entender aún mejor hasta qué punto nos influye la introyección y cómo nos afectan todas esas creencias culturales o familiares que adoptamos sin cuestionar vamos a ver algunos ejemplos:

  • Un niño adopta los valores o comportamientos de su padre maltratador para evitar su rechazo y desaprobación y hacer más tolerable la convivencia. En situaciones de vulnerabilidad o dependencia (infancia, relaciones desiguales) la introyección permite que la persona internalice características de figuras poderosas o significativas para mitigar su malestar. Además, al introyectar los aspectos abusivos y amenazantes, se crea la falsa percepción de tener un mayor control sobre ellos.
  • «Los hombres no lloran», «Las niñas buenas no se enfadan» Hay ciertos estereotipos de género que nos ‘tragamos’ desde una edad muy temprana generando creencias sobre cómo ‘deberíamos’ comportarnos en función de nuestro género. Al aceptar estas ideas sin pasarlas por ningún filtro las convertimos en introyectos que limitan nuestra capacidad para expresarnos emocionalmente en la vida adulta y condicionan la manera en que hombres y mujeres nos relacionamos.
  • «El trabajo dignifica», «Lo que cuenta no es lo que eres sino lo que haces», «Tienes que ser perfecto en lo que hagas». En sociedades donde se da una gran importancia al éxito es común interiorizar la idea de que el valor de una persona depende de lo duro que trabaje o de lo productivo que sea. Una persona que ha crecido en un entorno donde se repite continuamente que «el trabajo dignifica», puede internalizarla sin cuestionarla y hacerla parte de su identidad. Asumirá que trabajar es lo que le otorga valor personal, sin importar las condiciones en las que lo haga o la satisfacción que le proporcione la actividad que realiza. El resultado es el agotamiento y un acusado sentimiento de insuficiencia cuando no se cumplen esas expectativas.
  • Creencias sobre las relaciones afectivas. Convertir en una verdad absoluta la idea de que «es necesario encontrar a tu media naranja para ser feliz», sin siquiera cuestionarla, nos lleva directos a la dependencia emocional. Este introyecto puede generar en la persona la sensación constante de que su felicidad depende de que encuentre a su «pareja ideal». Se obsesionará con la idea de estar en una relación y una vez que encuentre pareja, es probable que desarrolle una dependencia emocional. Otros introyectos similares: «Una pareja debe ser para toda la vida», «Cuando seas mayor debes casarte y tener hijos».
  • Una persona que está atrapada en una relación abusiva puede introyectar los mensajes despectivos del abusador, llegando a creer que realmente es «inútil» o «no merece ser amada». Este proceso permite a la persona soportar la situación, pero a costa de su autoestima.
  • Síndrome de Estocolmo. Se da en contextos extremos: secuestros, relaciones abusivas o de maltrato, entornos de privación extrema de libertad (prisiones, campos de concentración), sectas o situaciones de explotación laboral. La víctima, en una situación de gran vulnerabilidad y peligro, adopta las ideas, actitudes o creencias del agresor como un mecanismo de defensa para sobrellevar la experiencia traumática, poder sobrevivir emocionalmente y tener una mayor percepción de control sobre una situación que, en realidad, es incontrolable. Este proceso de internalización puede llevar a justificar o minimizar el daño recibido, creyendo que el comportamiento del agresor es de alguna manera legítimo y asumiendo que el abuso o la violencia que sufre es «por su bien» o «merecido». En lugar de rechazar al agresor, la víctima adopta sus valores o justificaciones, ya que confrontar la realidad podría ser demasiado doloroso o aterrador.
  • Adoptar comportamientos y decisiones que no están alineados con nuestras necesidades o deseos individuales. A Raquel nunca le ha interesado la natación, pero empieza a practicarla al saber que su jefa, por quien siente un gran respeto, tiene esta afición. En lugar de evaluar si realmente disfruta con este deporte, ha asumido automáticamente que, al ser algo que le gusta a alguien a quien admira tanto, será perfecto para ella también. Y así, de paso, evita un posible conflicto interno entre lo que hace y lo que siente, convenciendo a su mente de que es una buena elección simplemente porque viene de una persona que tiene como referente. En este caso, Raquel no está considerando sus propios gustos o preferencias y antepone la opinión de su jefa por encima de sus propios sentimientos.
  • «Eres una inútil», «No vales para nada», «Qué torpe», «Eres un perdedor» Cuando figuras importantes para nosotros nos repiten frases como estas durante la infancia, lo más seguro es que las internalicemos sin cuestionarlas. Al hacerlas nuestras, empezaremos a vernos a través de ese filtro negativo dañando profundamente nuestra autoestima. Por ejemplo, si hago mío el mensaje de «No puedes», desarrollaré una sensación de incapacidad generalizada que me impedirá asumir retos o creer en mis propias capacidades.
  • «La vida es un valle de lágrimas», «El sacrificio es la base del éxito», «Sin dolor no hay recompensa» Estos introyectos normalizan el sufrimiento y la idea de que el dolor es un requisito necesario para alcanzar cualquier éxito o recompensa. Algo que puede llevar a una justificación inconsciente del sacrificio extremo o a la hiperexigencia en diferentes áreas de la vida (trabajo, relaciones personales…). También se desvaloriza el bienestar, dando por hecho que la felicidad o el éxito conseguidos sin sufrimiento carecen de valor o no son legítimos. Y como solo se puede alcanzar algo bueno a través del dolor, nos prohibiremos disfrutar de los logros que hayamos alcanzado sin grandes sacrificios.
  • «Hay que perdonar siempre», «El perdón os hará libres», «Hay que perdonar y olvidar» Expresiones como estas se convierten en introyectos cuando se adoptan sin reflexión crítica. Frecuentemente promovidas por enseñanzas religiosas, culturales o familiares, pueden llevar a perdonar en todas las circunstancias. Incluso cuando no se ha procesado adecuadamente el daño recibido o cuando el perdón podría no ser saludable. Si se internaliza sin cuestionar, la persona puede sentir que está obligada a perdonar, aunque eso le cause malestar emocional o le impida poner límites sanos. En este caso, el introyecto de que el perdón es la única opción correcta puede generar conflictos internos. Sobre todo, si se siguen disculpando comportamientos o situaciones que hacen daño, en lugar de procesar lo que se siente y tomar decisiones más alineadas con el propio bienestar emocional.
    (En este blog puedes leer el artículo “Perdonar no es olvidar ni justificar (Qué es y qué no es el perdón»)
El poder de la introyección o por qué adoptamos creencias ajenas sin cuestionarlas

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¿Cómo identificar tus propios introyectos?

Reconocer nuestros introyectos no es tarea fácil. Sin embargo, si queremos romper patrones disfuncionales, salvaguardar nuestra autoestima y responder a nuestras verdaderas necesidades es necesario hacerlo. A continuación, os doy algunas pautas para iniciar este proceso de autoexploración:

  • Presta atención a los pensamientos recurrentes. Especialmente aquellos que surgen en situaciones emocionales intensas, como ante el miedo al rechazo o ante la necesidad de aprobación. Pregúntate: ¿De dónde provienen esas creencias? ¿Desde cuándo las tienes? ¿Realmente coinciden con lo que tú piensas? ¿O más bien pertenecen a otras personas, como tus padres o tu entorno?
  • Explora tus patrones de conducta. Observa comportamientos que parecen surgir de manera automática. Puede ser la autocrítica constante o la tendencia a evitar conflictos a toda costa («Las personas buenas no causan problemas», «Debo ser perfecto para ser aceptado», etc.). ¿Puedes recordar momentos de tu vida en los que no hiciste lo que querías por miedo a no encajar o a ser rechazado? ¿Qué creencias o valores sientes que te representan más, aunque aún no puedas vivir de acuerdo con ellos?
  • Piensa en personas significativas de tu infancia o adolescencia. ¿Qué valores, expectativas o actitudes te transmitieron? ¿Sigues adoptando esos valores, aunque ya no coincidan con tu forma de ver el mundo? ¿Cuánto peso tienen para ti las expectativas de tus padres, tus amigos cercanos o tu pareja? ¿Hasta qué punto te cuesta hacer algo que contradiga lo que ellos creen que es mejor?
  • Haz una lista de creencias sobre ti mismo/a y sobre el mundo, especialmente aquellas que te causan malestar. Luego, analiza cuáles resuenan como tuyas y cuáles parecen haber sido impuestas desde el exterior. En este último caso, ¿de dónde crees que vienen? ¿Cómo han afectado a tu vida? ¿En qué ocasiones han influido en tus decisiones, pensamientos o sentimientos?
  • Considera si esas ideas te están beneficiando, necesitan una revisión o, por el contrario, te están perjudicando. En el caso de que te estén haciendo daño, pregúntate cómo te sentirías sin ellas. Si sientes alivio o liberación al visualizar tu vida sin esos pensamientos, es probable que sean introyectos negativos y no partes auténticas de tu identidad.

Estos pasos pueden ayudarte a identificar algunos introyectos y a darte cuenta de cómo te han afectado en tu vida. Sin embargo, si deseas ir más allá, un abordaje terapéutico te ayudará a trabajarlos con más profundidad. Y también a traer a la superficie aquellos que todavía permanecen ocultos y de los cuales no eres consciente.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Referencias

Peñarrubia, F. (1998). Terapia Gestalt. La vía del vacío fértil. Madrid: Alianza Editorial.

Perls, F. (1976). El enfoque guestáltico. Testimonios de terapia. Santiago de Chile: Cuatro Vientos.

Pinillos, I. y Fuster, A. (2012). Guerreros de la mente. Claves para superar las amenazas de nuestro mundo interior. Grijalbo.

 

Rompiendo tabús: Derribamos 12 mitos sobre la menopausia

Rompiendo tabús: Derribamos 12 mitos sobre la menopausia

Rompiendo tabús: Derribamos 12 mitos sobre la menopausia 1500 998 BELÉN PICADO

La menopausia no es una enfermedad, sino una etapa de transición natural en la vida de la mujer que todas vamos a experimentar antes o después. Sin embargo, en pleno siglo XXI sigue rodeada de creencias erróneas e ideas preconcebidas que no solo generan confusión, sino también ansiedad e inseguridad, perpetuando el estigma social que aún la acompaña. Por esto es tan importante  abordar y desmontar los mitos sobre la menopausia. Así podremos transitar este periodo con mayor confianza y bienestar.

Es cierto que se trata de un periodo que presenta desafíos y dificultades, pero no más que otras etapas en el largo ciclo de la vida. No hay que dejarse asustar por frases apocalípticas como «La menopausia es el principio del fin» y similares. Sobre todo, porque no es así.

Me gusta mucho lo que dice la psicóloga y escritora Anna Freixas en una entrevista para El País sobre los motivos que hay detrás de este miedo a la menopausia: «Ha habido culturalmente una definición de mujeres como seres para la reproducción, un útero con patas. Lo que pasa es que esa definición ahora no nos sirve. En nuestra cultura, las mujeres no tienen hijos o tienen muy pocos y nuestro sentido de la vida no es la reproducción. Además, vivimos muchos años más: a los 50 tenemos la menopausia y nos morimos a los 90. Estos 40 años, de los 50 a los 90, son casi más significativos que los 40 anteriores, no podemos pensar que la mitad de nuestra vida es una vida sin sentido».

Mitos sobre la menopausia.

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Para perder ese miedo, vamos a explorar algunos de los mitos más comunes sobre esta fase de la vida y, de paso, a encontrar una visión más equilibrada y precisa de lo que realmente es. Empecemos:

1. «La menopausia comienza cuando una mujer deja de tener el periodo»

La menopausia no es algo que suceda de la noche a la mañana; es un proceso gradual que varía de una mujer a otra. De hecho, muchos síntomas comienzan a producirse bastante antes, durante la perimenopausia. Esta etapa, también conocida como transición menopáusica, es previa a la última menstruación y puede durar varios años. Se trata de un periodo en el que van produciéndose alteraciones del ciclo y también un progresivo descenso hormonal, sobre todo de estrógenos y progesterona, que favorece la aparición de algunos de los signos asociados a la menopausia: sofocos, insomnio, cambios de humor, etc.

La transición culmina con la menopausia propiamente dicha, que se ‘oficializa’ después de 12 meses consecutivos sin menstruación.

2. «La menopausia empieza a los 50 años»

No existe una edad fija universal para entrar en ella. Si bien es común que ocurra entre los 45 y los 55 años, también es posible que aparezca antes o después. La menopausia precoz, que puede comenzar antes de los 40 años, afecta a un pequeño porcentaje de mujeres y puede estar influenciada por factores como la genética, el estilo de vida o condiciones médicas como ciertas enfermedades o intervenciones quirúrgicas. Igualmente, algunas mujeres tienen una menopausia tardía, pasada la edad promedio.

3. «Ya soy una mujer mayor»

Es bastante habitual que se asocie menopausia a vejez. Es más, uno de los mayores temores de muchas mujeres es que los demás sepan que han traspasado este umbral invisible. De este modo, una etapa que debería normalizarse y transitarse sin miedo, se convierte en un tema tabú del que no se debe hablar y que hay que esconder para que nadie descubra que «nos hemos hecho viejas».

Obviamente, los años pasan y vamos haciéndonos mayores (todos y todas). Pero la menopausia no nos convierte en ancianas. Simplemente, porque lo que marca el envejecimiento no es llegar a esta etapa de la vida, sino nuestra edad cronológica y biológica. Es decir, los años que tenemos y nuestro estado de salud.

Como decíamos al principio, no es cierto que la menopausia sea el principio del fin ni tampoco que marque el inicio del declive físico y emocional. Estamos ante una fase que nos brinda una nueva oportunidad para priorizarnos y concentrarnos en nuestro bienestar, desarrollar nuevas pasiones, establecer nuevas metas y aprovechar los beneficios de no tener que preocuparnos por la menstruación o el embarazo.

4. «Los síntomas de la menopausia son inevitables y hay que aprender a vivir con ellos»

Esta falsa creencia puede generar mucha preocupación innecesaria. Aunque los sofocos, la sequedad vaginal o el insomnio son comunes, no son ineludibles ni permanentes y la duración e intensidad de los síntomas varían según los casos. Hay mujeres que los experimentan durante algunos meses, mientras que otras los tendrán durante más tiempo. Sin embargo, hay medidas que podemos tomar para aliviarlos y mejorar significativamente nuestra calidad de vida, comenzando por hacer algunos reajustes en nuestro día a día, como cuidar la alimentación, mantener una higiene de sueño adecuada, hacer ejercicio regularmente, y mantener un peso saludable. A veces, pequeños cambios, como el uso de ropa ligera y el manejo del estrés a través de técnicas de relajación, pueden tener un impacto muy positivo.

Además, la medicina ofrece múltiples opciones para aliviar y reducir estos problemas. Para la sequedad vaginal, los lubricantes y los humectantes vaginales son muy útiles. Y en algunas ocasiones los tratamientos hormonales pueden ser eficaces también.

5. «Todas las mujeres tienen los mismos síntomas»

Cada cuerpo es único. Ni todas experimentamos los mismos síntomas, ni los tenemos con la misma intensidad, frecuencia o duración. De hecho, alrededor del 25% de las mujeres no presentan signos significativos. El resto puede tener una variedad de manifestaciones, que van desde los tradicionales sofocos, sequedad vaginal, y sudores nocturnos, hasta insomnio, ansiedad, y problemas cognitivos como la dificultad para concentrarse.

Es importante recalcar que la severidad puede depender de múltiples factores, incluyendo la genética, el estado emocional y la salud en general. Muchos síntomas que se atribuyen únicamente a la llegada de la menopausia también están relacionados con el estilo de vida, como los problemas cardiovasculares o la osteoporosis. En este último caso, aunque los estrógenos ayudan al cuerpo a absorber el calcio de los alimentos, la aparición de la osteoporosis no se debe únicamente la ausencia de la menstruación, sino a más factores (déficit de calcio y vitamina D, aspectos genéticos, consumo de alcohol y tabaco, administración prolongada de ciertos fármacos, etc.).

6. «Ninguna mujer puede escapar de los sofocos»

Este es uno de los mitos más comunes. Es cierto que alrededor del 70% de las mujeres los experimentan, pero otras no llegan a tenerlos, los sienten de manera leve o durante menos tiempo. Los sofocos se producen porque, al no funcionar correctamente el centro de regulación de temperatura del cerebro, los vasos sanguíneos cercanos a la superficie de la piel se dilatan, aumentando el flujo sanguíneo y provocando el síntoma.

7. «Del aumento de peso no te libras»

Aunque la reducción en los niveles de estrógenos puede favorecer el aumento de grasa abdominal (la grasa de las caderas y muslos se redistribuye y pasa a almacenarse en el estómago), llegar a la menopausia no implica que se vaya a ganar peso automáticamente. El aumento de peso que experimentan algunas mujeres está más relacionado con el envejecimiento y los cambios en el estilo de vida que con la menopausia en sí.

Es posible mantener un peso saludable adaptando nuestra rutina a la nueva situación. ¿Cómo? A través de una dieta equilibrada y ejercicio regular. El fortalecimiento muscular y los ejercicios de fuerza pueden ayudar a contrarrestar la pérdida de masa muscular, que también es común con la edad. Ahora bien, es tan importante comprender que tenemos control sobre nuestro bienestar físico durante esta etapa, como lo es no obsesionarnos. Antes que convertir esos tres o cuatro kilos de más en una obsesión, es preferible lucirlos.

8. «Menopausia es sinónimo de depresión»

Aunque la menopausia trae consigo cambios que suelen afectar el estado de ánimo, no es correcto afirmar que todas las mujeres experimentarán depresión durante esta etapa. Es posible que aparezcan síntomas emocionales como tristeza, irritabilidad o ansiedad debido a las fluctuaciones hormonales, pero, por lo general, son temporales.

La confusión puede surgir porque, efectivamente, algunas mujeres son más vulnerables a desarrollar depresión durante la menopausia, especialmente si tienen antecedentes de trastornos del estado de ánimo o si están lidiando con otros aspectos estresantes como la pérdida de seres queridos, cambios en la dinámica familiar (como el «síndrome del nido vacío» o problemas de pareja) o dificultades laborales. Estos factores externos, sumados a los cambios hormonales, pueden aumentar el riesgo de depresión, pero no todas las mujeres menopáusicas pasan por esto.

En cualquier caso, si el bajo estado de ánimo se mantiene, es muy importante no normalizarlo como algo inevitablemente unido a la menopausia y buscar ayuda profesional (especialmente si se ha sufrido depresión en otro momento de la vida).

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Mitos sobre la menopausia.

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9. «La mujer deja de ser atractiva»

Tener o no la menstruación no tiene nada que ver con el atractivo personal de una mujer, algo que, además, va mucho más allá del aspecto físico. El atractivo no depende exclusivamente de la edad ni de la capacidad reproductiva. De hecho, son cada vez más las mujeres que redescubren su feminidad y sensualidad durante esta etapa de la vida. Se sienten más seguras de sí mismas, liberadas de expectativas sociales y más conectadas con su cuerpo y su bienestar.

Es fundamental desafiar estos estereotipos, ya que perpetúan inseguridades y falsas creencias sobre el valor de la mujer a medida que envejece. Lo que ocurre es que nuestro atractivo ya no está tanto en la forma del cuerpo como en quiénes somos realmente. El atractivo es multifacético, abarca mucho más que la apariencia física, y no desaparece con la llegada de la menopausia. Al contrario, puede evolucionar y manifestarse de nuevas maneras, a través de la confianza, la experiencia, la sabiduría y la autenticidad. Eso sí, primero tenemos que gustarnos nosotras.

Pongamos en valor otros aspectos de nuestra identidad y demos una vuelta al concepto de belleza. Los gestos, la voz, las arrugas, las curvas o las canas pueden ser bellos y también eróticos.

10. «La menopausia reduce la capacidad intelectual»

Algunas mujeres temen que la menopausia afecte su capacidad intelectual, debido a la «niebla mental» (o confusión mental) que suele acompañar esta etapa. Sin embargo, estos síntomas suelen ser temporales y se deben más a la fatiga o los problemas para dormir que a un deterioro cognitivo irreversible. No representan una disminución permanente en la capacidad cognitiva ni de la memoria, más allá de los efectos del propio envejecimiento. Con el tiempo, muchas mujeres encuentran que su claridad mental regresa. Mantenerse cognitivamente activa, a través de actividades como la lectura o el aprendizaje de nuevas habilidades, contribuye a mantener la mente en forma.

Hay estudios que confirman una disminución del aprendizaje y el empeoramiento de la memoria y la atención en el periodo que va de la premenopausia hasta la postmenopausia, pero en la mayoría de los casos es algo pasajero que va solventándose al reequilibrarse las hormonas y al ir reduciéndose otros síntomas que también afectan a las funciones cognitivas, como las alteraciones del sueño.

11. «Adiós a mi vida sexual»

Aunque es verdad que los cambios hormonales pueden afectar temporalmente a la libido, a menudo debido a la sequedad vaginal y las molestias durante las relaciones sexuales, esto no es universal ni irreversible, ni significa que el deseo sexual desaparezca. Hay muchos factores que influyen,  además de los biológicos. Variables emocionales como el estrés, la ansiedad o problemas en la relación también juegan un papel importante.

No debemos olvidar que cada mujer vive la menopausia y su sexualidad de forma diferente. Para unas es un periodo muy complicado y para otras una liberación. Hay mujeres, por ejemplo, que han vivido muy enfocadas en la maternidad y para quienes la llegada de la menopausia coincide con el síndrome del nido vacío, entrando en una crisis que puede afectar también a su relación de pareja.

Otras, sin embargo, llegado este momento viven más intensamente su propia sexualidad, sienten que por fin pueden vivir como quieren y dejan a un lado la preocupación por ser deseadas para enfocarse en su propio deseo. Esto es justo lo que ocurre en la película Buena suerte, Leo Grande. Emma Thompson interpreta a una mujer madura que después de toda una vida sin saber lo que es tener un orgasmo, se atreve a vivir la experiencia del sexo como nunca antes lo había hecho.

En cualquier caso, hay muchas opciones para mantener viva nuestra sexualidad. Además de recurrir a productos como lubricantes específicos o tratamientos hormonales localizados, si los cambios en la vagina dificultan la penetración, también es buen momento para echar por tierra otro mito, el de que «sin penetración no hay placer». No tengas reparo en hablar abiertamente sobre cómo te sientes y qué necesitas. Y anímate a explorar (juegos y juguetes sexuales, masajes, etc.) sin enfocarte exclusivamente en la penetración.

Igualmente, la masturbación aporta numerosos beneficios. No solo mejora el estado de ánimo, sino que permite regular el sueño y ayuda a prevenir la atrofia vaginal gracias al aumento de la irrigación sanguínea en la zona. También puedes animarte con el mindfulness, el yoga o los ejercicios de Kegel, que te ayudarán a mejorar tu conciencia corporal y tu respuesta sexual.

Y recuerda: el órgano sexual más importante es el cerebro.

Buena suerte, Leo Grande

Emma Thompson en una escena de «Buena suerte, Leo Grande».

12. «La menopausia no tiene ningún beneficio»

Totalmente falso. La vida postmenopáusica tiene importantes ventajas, entre ellas:

  • Gozas de una mayor libertad sexual porque ya no tienes que pensar en un posible embarazo.
  • Dices adiós los malestares propios de la regla y a esos síntomas premenstruales que te traían por la calle de la amargura (distensión abdominal, migrañas, cambios en el estado de ánimo, etc.).
  • Estás en un momento de tu vida en que sabes bien lo que quieres y lo que no. No estás para perder el tiempo…
  • Si eres madre, lo más seguro es que hayas finalizado la crianza o, al menos, esté ya bastante adelantada.
  • Puedes permitirte rebelarte contra todas esas reglas en cuanto a lo que significa ser mujer y decir bien alto: «¡Esta soy yo!». Cada vez hay más mujeres que presumen de arrugas y de canas. Dejan de teñirse y lucen su pelo blanco como una declaración de intenciones. Y si irrumpe un sofoco, en vez de tratar de ocultarlo, sacan su abanico y listo.

Al final, todo es cuestión de perspectiva. Puedes ver la menopausia como una etapa de pérdidas o asociarla a un momento de cambios y sobre todo de libertad. Tú eliges.

“No hay mayor poder en el mundo que el entusiasmo de una mujer posmenopáusica” (Margaret Mead, antropóloga y escritora)

 

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note 1920 1272 BELÉN PICADO

¿Tienes tanto miedo a convertirte en alguien arrogante que te machacas si se te escapa una sonrisa de orgullo por algún logro conseguido? ¿Sientes que si pides ayuda te convertirás en una carga para el otro? ¿Eres incapaz de anteponer tus necesidades a los deseos de los demás, sean cuales sean las circunstancias, porque te sentirías la peor persona del mundo? A veces, el miedo vernos o a ser vistos como narcisistas acaba llevándonos al extremo opuesto. Y desde ahí nos esforzaremos en hacer todo lo posible por no sobresalir y por mantenernos siempre en un perfil cuanto más bajo mejor.  A esta forma de pensar y funcionar se le denomina ecoísmo.

Conviene aclarar que el ecoísmo no es un trastorno, sino un rasgo de personalidad, como puede serlo la introversión o la extraversión. A veces también funciona como una estrategia de supervivencia a la que se ha aprendido a recurrir, hasta interiorizarla y convertirla en automática. Si quiero estar a salvo y sentirme querida y aceptada, tengo que asegurarme de pedir lo menos posible, dar todo lo que pueda y no destacar demasiado.

Ecoísmo y narcisismo

Ambos términos vienen del mismo mito griego. En la historia que cuenta cómo Narciso se enamoró de su propio reflejo aparece también otro personaje llamado Eco, una ninfa del bosque a quien la diosa Hera privó de su voz, condenándola a poder repetir únicamente las últimas palabras que escuchara de otros. Esta limitación fue especialmente dolorosa cuando la joven se enamoró de Narciso y se vio incapaz de expresar su amor con palabras propias. Después de que él la rechazase sin piedad (como suele ocurrir en las relaciones con un narcisista), una destrozada Eco se ocultó en una cueva donde su cuerpo físico acabó desvaneciéndose, quedando solo su voz.

A partir de este relato, el psicólogo estadounidense Craig Malkin desarrolló el concepto de ecoísmo, relacionándolo con esas personas que han perdido su propia voz y solo existen para hacerse eco de la de los demás.

En realidad, ecoísmo y narcisismo son los dos extremos de un continuo en el que la sana autoestima se situaría en la zona media, el Narciso grandioso y carente de empatía se encontraría en un polo, y la Eco desvalida y sin voz, en el otro. Y si bien nadie quiere convertirse en un narcisista arrogante y egocéntrico, tampoco es buena idea irse al lado contrario, donde seremos incapaces de ver nuestras propias necesidades, y mucho menos de atenderlas.

(En este blog puedes leer el artículo «El narcisismo sano también existe (y es esencial para tu autoestima)»)

Eco y Narciso, John William Waterhouse

Eco y Narciso, de John William Waterhouse

Cómo he llegado hasta aquí (la respuesta está en la infancia)

Las personas con tendencia al ecoísmo han crecido, por lo general, en entornos donde sus propias necesidades emocionales eran minimizadas e ignoradas. Os pongo varios ejemplos:

  • Cuando era niña, Sara creía que su madre lo sabía todo y era perfecta. A medida que fue creciendo, aprendió que, para obtener la atención y la aprobación de su madre, tenía que reforzar la creencia de esta en su propia perfección. Porque si Sara intentaba hacer valer sus propias necesidades, solo recibía frialdad y desprecio. Y es que un progenitor extremadamente narcisista puede exigir toda la atención de su hijo, sin dejarle espacio para ‘recrearse’ en sí mismo.
  • Francisco tenía un padre que disfrutaba insultando y criticando a los demás y tratándole a él de flojo y torpe. Deseoso de ver feliz y complacer a su progenitor, Francisco se desvivía por satisfacer cada una de sus peticiones. De adulto, repitió este patrón con amigos y parejas. Tener unos padres acostumbrados a imponer su voluntad dificultan que el niño se permita escuchar sus propios pensamientos y deseos.
  • El padre de Lucía siempre estaba de mal humor y montaba en cólera cada vez que no se hacía exactamente lo que él quería (un plato mal colocado bastaba para estallar). Así que ella aprendió que no debía molestar si no quería tener problemas. Llegó un momento en que ya no solo tenía miedo de decir lo que quería o pensaba, sino que ni siquiera era capaz de verlo.
  • En casa de Rafaela estaba muy mal visto tener aspiraciones. Consideraban que «Soñar a lo grande» era propio de personas «arrogantes» y tener el atrevimiento de requerir algún tipo de atención especial lo veían como el colmo del egoísmo. Rafaela aprendió a conformarse, a ponerse siempre en último lugar y a dar por hecho que tener amor propio y un saludable orgullo era algo vergonzoso.

Algunos progenitores muy controladoras y con un estilo autoritario de crianza, suelen creer, erróneamente, que criticar a un hijo o minimizar sus logros evita que «se le suba a la cabeza» o que se vuelva egocéntrico y orgulloso. El resultado es que ese niño, al aprender que será castigado o tratado de forma hostil si sobresale, se esforzará por pasar desapercibido escondiendo cualquier habilidad que tenga, tal vez incluso a sí mismo.

Igualmente ocurre con frecuencia que estos niños, ansiosos por obtener la atención y el amor de sus figuras de apego, acabarán haciendo todo lo posible por llenar el vacío de estas y sucumbiendo a la parentalización o inversión de roles.

Las personas con un alto grado de ecoísmo han crecido a menudo en entornos donde no se han cubierto sus necesidades emocionales.

¿Tienes una personalidad ecoísta?

Las personas con un alto grado de ecoísmo suelen presentar una serie de características, entre ellas:

1. Mayor sensibilidad emocional, de cara a los demás y a sí mismos

Por una parte, son especialistas en percibir los estados emocionales de los demás y lo hacen de forma especialmente intensa. Tal vez por haber tenido que esforzarse mucho para sintonizar con las necesidades de sus padres en la infancia. Por otro lado, esta sensibilidad se extrapola a su actitud ante cualquier crítica o humillación que reciban. Una mirada de reproche o una mala palabra pueden bastar para que se sientan avergonzados e inadecuados y sufran profundamente. Culpa, vergüenza, rabia, tristeza… son solo algunas de las emociones que pueden experimentar en estos casos. Así que, para no atravesar por todo eso, lo que hacen es pasar inadvertidos («Si paso desapercibido será más difícil que me humilles, me avergüences o me hagas daño»).

Esta sensibilidad, además, está directamente relacionada con un alto grado de empatía. Obviamente, ser empático está muy bien, pero serlo en extremo, que es lo que suele ocurrirles a estas personas, puede convertirse en una carga demasiado pesada. Especialmente, si se priorizan las emociones y necesidades de los demás, ignorando o minimizando las propias.  Y todo para evitar conflictos o desagradar a otros.

2. Dificultad para reconocer y expresar las propias necesidades y deseos

El resultado de haberse pasado la vida enfocándose en lo que desean o necesitan los demás, hará que la persona con un alto grado de ecoísmo ni siquiera sea capaz de reconocer lo que necesita o desea ella misma. Y si llega a identificarlo, le resultará muy difícil expresarlo por miedo a ser una carga o causar molestias. Al final, el precio a pagar por ese silencio será mucha frustración, resentimiento o vacío emocional, ya que esas necesidades emocionales seguirán existiendo aunque sin ser satisfechas.

A su vez, esa incapacidad para expresar las propias necesidades lleva también a no pedir ayuda ante el temor de que hacerlo sea visto como un signo de debilidad o pueda desatar conflictos o críticas. Como resultado, uno prefiere enfrentar sus problemas en silencio, lo que muy probablemente le conducirá al aislamiento y la soledad.

3. Hipervigilancia sobre el impacto que puede tenerse sobre los demás

Hay un estado de alerta constante y un exceso de preocupación por cómo las propias palabras, acciones, o incluso su presencia, podrían afectar a los demás. Se anticipa y analiza en exceso las posibles reacciones de los otros, con el fin de evitar causar incomodidad, conflicto, o cualquier forma de descontento. La mera idea de haber «cargado» a alguien con sus problemas puede sumirles en una espiral de vergüenza y automachaque.

Esta hipervigilancia es, en parte, una estrategia de protección desarrollada a partir de experiencias pasadas en las que las reacciones negativas de otras personas resultaron dolorosas o amenazantes. Como resultado, los ecoístas adaptarán su comportamiento constantemente para minimizar cualquier impacto negativo percibido en los demás. El resultado: la autoanulación y el agotamiento emocional.

4. Baja autoestima

El hecho de no sentirse especiales, minimizar los propios logros o ignorar las propias necesidades o deseos creyendo no merecer el mismo nivel de consideración que quienes están a su alrededor conduce a una autopercepción negativa y esta a su vez, refuerza la conducta de mantenerse en un segundo plano en las relaciones interpersonales.

Además, este sentimiento de insuficiencia, de no sentirse válido ni digno, dificulta mucho que puedan reconocer su propio valor, poner límites, confiar en sus propias capacidades o, simplemente, dar su opinión sobre cualquier tema.

5. Miedo a ser especial y a destacar

Existe una profunda aversión a sobresalir, incluso cuando se tiene la capacidad o los méritos para hacerlo. Se trata de un miedo arraigado en la creencia de que destacar podría atraer críticas, envidias, o generar expectativas imposibles de cumplir. Para evitar estos riesgos, el ecoísta tiende a restar importancia a sus talentos, habilidades y logros, prefiriendo mantenerse en un segundo plano. Un mecanismo de evitación que no solo impide que reciba el reconocimiento que merece, sino que también le lleva a limitar su crecimiento personal y profesional y a dejar escapar oportunidades que podrían ser muy importantes para él.

Otro motivo por el que huyen de llamar la atención o sentirse especiales, es el miedo a ser vistos como vanidosos, arrogantes o narcisistas. Hasta el punto de llegar a adoptar una actitud de extrema modestia. Este rasgo, aunque suela verse como una virtud, en realidad refleja un profundo temor a ser vistos como diferentes o a ser juzgados negativamente por sobresalir. De hecho, es posible que se sientan tan incómodos ante un elogio o una muestra de admiración que acaben rechazándola de forma vehemente. Y es que tampoco saben qué hacer con ello. Como si dijeran: «¡No te atrevas a tratarme como si fuera especial!».

Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note

6. Tendencia a acercarse y relacionarse con narcisistas

Es muy habitual y tiene todo el sentido que ecoístas y narcisistas se sientan atraídos entre sí y conecten tan bien entre ellos. Y es que ambos favorecen que se cree una relación en la que las necesidades de ambas partes parecen verse satisfechas (al menos en apariencia).

¿Cómo? El narcisista tiene la oportunidad de monopolizar toda la atención sin que haya ningún desafío o amenaza a su ego mientras que el ecoísta puede ocultarse a la sombra del narcisista para satisfacer su tendencia a rechazar la atención y poner los deseos del otro en primer lugar. Para alguien con un alto grado de ecoísmo supone un alivio desviar la atención de sí mismo y sus necesidades. De este modo, pone todo su empeño en cumplir con su rol de cuidador. Justo lo que busca el narcisista, que disfruta de sentirse admirado, ser el centro de atención y tener sus necesidades cubiertas constantemente.

El resultado es que el ecoísta acaba viéndose atrapado en relaciones tóxicas, donde sus propias necesidades y deseos son ignorados o subordinados a los del narcisista. Y perpetuando así un ciclo de autoanulación y dependencia emocional. Y, para empeorar las cosas, cuando el narcisista comience a mostrar comportamientos abusivos, su pareja, su amigo o su familiar ecoísta se culpará creyendo erróneamente que su sensibilidad o sus ‘altas’ expectativas son la causa del maltrato («Esperaba demasiado», «Estoy siendo demasiado intensa», «No debería haberle molestado con mis cosas», etc.).

7. Priorizan sus relaciones sobre sí mismos

Estas personas tienden a poner las necesidades y deseos de los demás por encima de los suyos propios. Este comportamiento surge de un profundo temor a causar conflicto, a no ser amados o a ser percibidos como egoístas. Como resultado, a menudo sacrifican sus propios intereses y bienestar para mantener la armonía en sus relaciones y asegurar que todos a su alrededor estén contentos.

Este patrón de conducta acaba llevando a la autoanulación. En relaciones desequilibradas, especialmente con personas narcisistas, los ecoístas se vuelven extremadamente complacientes. No dudarán en adaptar su comportamiento para satisfacer a la otra persona, incluso a costa de su propia salud emocional y mental. A largo plazo, esta tendencia a priorizar a los demás puede generar resentimiento, agotamiento emocional y una profunda insatisfacción personal. Se sacrifica tanto por mantener sus relaciones que es fácil que se acabe perdiendo a sí mismo.

8. Dificultad para regular ciertas emociones

En su temor a entrar en conflicto o a herir a los demás, tienden a interiorizar emociones como la ira y la frustración. Sin embargo, el hecho de no exteriorizar el enfado no significa que no esté. Al final, la incapacidad de expresarlo de manera adecuada lleva a una acumulación de emociones rechazadas que antes o después se manifestarán. Y lo harán en forma de ansiedad, depresión, problemas digestivos, trastornos del sueño, etc.

Además, mientras no seamos capaces de poner límites, seguiremos quedándonos en relaciones que no nos hacen ningún bien.

Recuperar la voz perdida

Por mucho que nos hayan hecho creer lo contrario, expresar nuestras emociones (incluso las más difíciles), deseos y necesidades, así como reconocer nuestra valía y nuestros logros o establecer límites en nuestras relaciones no es negativo ni egoísta, sino algo natural y necesario para una adecuada salud mental y emocional.

Si te identificas con lo expuesto en este artículo, quizás sea la oportunidad dar el primer paso y pedir ayuda. Iniciar un proceso de terapia te dará la oportunidad de aprender que, para sentirte aceptado, no necesitas renunciar a lo que deseas y necesitas.  Y también tendrás la posibilidad de explorar y expresar los sentimientos que hasta ahora no te atrevías a compartir. En definitiva, dispondrás de un espacio seguro, donde sanar y recuperar esa voz que durante tanto tiempo ha permanecido silenciada.

(Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

Referencia

Malkin, C. (2021). Replantear el narcisismo: Claves para reconocer y tratar con narcisistas. Barcelona: Eleftheria.

Autosabotaje en el amor: Así boicoteas tu relación de pareja

Autosabotaje en el amor: Así boicoteas tu relación de pareja

Autosabotaje en el amor: Así boicoteas tu relación de pareja 1500 1000 BELÉN PICADO

Marta y Alfonso llevan un tiempo saliendo. Hay complicidad, conexión, tienen aficiones comunes y el sexo es divertido. Aunque no se habían planteado nada serio, cada vez pasan más tiempo juntos y él propone dar un paso más y ser pareja. Marta se muestra entusiasmada con la idea, pero de un día para otro deja de responder mensajes, su comportamiento se vuelve más frío y distante, busca excusas para no quedar o discute por las cosas más tontas. Alfonso, que no entiende nada, expresa su frustración y su enfado por estas muestras de desinterés y al poco tiempo la relación se rompe. La conducta de Marta es un ejemplo de autosabotaje en el amor, pero hay muchos otros: buscar a la relación defectos que no tiene, ser infiel, encadenar relaciones, etc.

Hay personas para quienes amar siempre va asociado a sufrir y esto les resulta tan inmanejable que acaban boicoteando sus propias relaciones con tal de alejar la posibilidad de experimentar dolor. ¿Cómo? Adoptando actitudes y comportamientos que torpedean la buena marcha de la relación. Esto puede hacerse de manera consciente o, como ocurre en la mayoría de los casos, inconscientemente. Y, a menudo, detrás hay una combinación de miedos, inseguridades y patrones aprendidos. La consecuencia inmediata es la frustración, la ansiedad y el desamor.

Qué es el autosabotaje en el amor

A nuestro cerebro no le gusta la incertidumbre. Por naturaleza, busca la seguridad y la familiaridad. Así que cuando nos adentramos en situaciones desconocidas como una relación nueva o se produce un cambio importante en un vínculo ya existente, pueden saltar alarmas internas que nos instan a regresar a lo que ya conocemos. Y ahí es donde entra en juego el autosabotaje, que no es otra cosa que un mecanismo de protección que pone en marcha el cerebro para evitar el dolor y la posibilidad de ser heridos.

El problema es que estas barreras autoimpuestas no solo nos protegen del sufrimiento. También:

  • Nos privan de las cosas positivas y de la plenitud que pueden venir de una conexión íntima y auténtica con otra persona.
  • Pueden conducirnos a una retahíla interminable de historias de amor frustradas y fallidas, reforzando nuestra creencia de que nuestras relaciones están destinadas al fracaso.
  • Nos llevan a perder la oportunidad de tener vínculos profundos y duraderos.

En el amor existe una dualidad constante entre el deseo ferviente de que la relación prospere y el temor a que no sea así. Y precisamente es este miedo al sufrimiento, al abandono o a la falta de reciprocidad el que puede llevarnos a este autosabotaje.

La investigadora y psicóloga Raquel Peel explica que, si bien la necesidad de pertenencia y de conectarse con los otros de un modo significativo e íntimo es algo inherente a nuestra naturaleza, si en este proceso experimentamos dolor es muy posible que el instinto de autoprotección tome las riendas y prevalezca sobre el deseo de conexión con los demás.

Al final, por mucho que estos comportamientos de autosabotaje duelan, en cierto modo también resultan gratificantes, pues nunca se abordará lo esencial que subyace a la relación y que tiene que ver con nuestros miedos y conflictos internos.

Autosabotaje en el amor

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10 señales de que estás boicoteando tu relación de pareja

Para poder acabar con el autosabotaje en las relaciones y cultivar vínculos más saludables y satisfactorios en el futuro, lo primero es aprender a reconocer las formas en que se presenta. Unas son obvias, pero otras son más difíciles de reconocer.

1. Siempre estás a la defensiva

Esta es una de las formas en las que, según Peel, alguien puede sabotear sus propias relaciones. La persona tiene tanto miedo a resultar lastimada que se protege antes de que ocurra cualquier conflicto o en cuanto se siente demasiado vulnerable. Esto es lo que le ocurre a Laura. Creció en un hogar donde siempre se sentía criticada por su familia y en el presente, cada vez que su pareja intenta darle un feedback constructivo, se siente atacada y automáticamente se pone a la defensiva, creando un ambiente enrarecido y hostil.

2. Tu desconfianza es permanente

Tu baja autoestima y el pobre concepto que tienes de ti mismo/a te llevan a dudar de que alguien pueda amarte tal como eres. Así que comienzas a preguntarte: «¿Qué querrá de mí en realidad?», «¿Estará jugando conmigo?», «¿Estará esperando a que me enamore perdidamente para luego dejarme y reírse a mi costa?». Y esa desconfianza va traduciéndose en una actitud vigilante, controladora y posesiva, creando tensión y distancia en la relación.

A Sara le preocupa que su novio pueda estar viendo a otra persona a sus espaldas y trata de controlarle en todos los aspectos de su vida, buscando un contacto constante. Le envía mensajes continuamente, se muestra celosa y le pide pruebas de que le está siendo fiel. Agobiado, él la deja y los peores temores de Sara se confirman: «Sabía que me iba a dejar». Es lo que se conoce en psicología como profecía autocumplida.

Esta desconfianza también puede estar generada por experiencias previas de traición o abandono en otras relaciones.

3. Buscas defectos a tu pareja y a la propia relación constantemente

Sofía se pasa el día buscando fallos a su novio Pablo, desde su elección de ropa hasta su forma de hablar. Quiere que tanto él como la relación sean perfectos, pero como la perfección no existe siempre encuentra algo que criticar. Al final él, ante la imposibilidad de complacerla, deja de intentarlo y la pareja se rompe. A través de este comportamiento, Sofía busca inconscientemente justificar sus propios miedos e inseguridades y sus dudas sobre la relación. Algo que acaba minando la confianza mutua y dificulta la construcción de una conexión sólida.

4. Provocas conflictos innecesarios

Marcos a menudo provoca peleas con su pareja Ana sobre cosas triviales, como quién debe lavar los platos o qué película ver. Si bien ella trata de resolver los problemas de manera constructiva, él parece estar más interesado en salirse con la suya que en resolver los conflictos de manera efectiva. En realidad, el comportamiento de Marcos es una forma inconsciente de mantener la distancia emocional y/o evitar el compromiso. Otra forma de sabotear la relación es irnos en medio de una discusión o amenazar constantemente con romper, ya que crea inestabilidad e inseguridad. Esta tendencia a crear conflictos innecesarios lleva a tensiones constantes que acaban debilitando el vínculo.

5. Comparas todo el tiempo tu relación actual con otras anteriores

A veces idealizas el pasado y otras buscas en el presente signos de problemas similares que tuviste con tus ex parejas. Lucía ha tenido varias relaciones que terminaron mal debido a la falta de comunicación y compromiso de sus parejas. Ahora, en su relación actual, cada vez que su novio cancela un plan o no responde un mensaje de inmediato, ella recuerda sus experiencias pasadas y no puede evitar dudar de la lealtad de su pareja y cuestionar si realmente están tienen el mismo grado de compromiso.

Toni, por su parte, tuvo una relación en el pasado que define como la mejor de su vida. Siempre habla de los buenos momentos que pasó con su ex y compara constantemente a su pareja actual con ella. Esto crea tensiones en su relación actual, ya que su novia se siente constantemente juzgada e inferior a la ex de Toni. Además, él tiene expectativas poco realistas sobre cómo debería ser su relación actual, lo que dificulta su capacidad para disfrutarla plenamente.

6. Pones distancia emocional con tu pareja

Ya sea de forma consciente o inconsciente, este alejamiento emocional puede producirse de diversas formas. Por ejemplo, es posible que unas veces evites el contacto físico y otras rehúyas conversaciones íntimas o te resistas a compartir tus pensamientos y sentimientos más profundos. Este es el caso de Raquel, que prefiere pasar tiempo sola o con amigos en lugar de disfrutar de momentos íntimos con Jorge, su pareja. Aunque él intenta acercarse y conectar emocionalmente, Ana se muestra incómoda al exponer su vulnerabilidad, lo que crea una importante brecha emocional en su relación.

Aquí también se incluye el hecho de mostrarnos inaccesibles emocionalmente. Cuando evitamos acercarnos a alguien que nos gusta por miedo a que nos haga daño, estamos imposibilitando que se establezca una posible relación. O cuando optamos por iniciar un «casi algo», pero sin implicarnos demasiado. «No soportaría otro fracaso», nos excusamos.

Autosabotaje en el amor

7. Eres infiel

En algunos casos, una persona que es infiel puede estar buscando inconscientemente sabotear la relación debido a sentimientos de culpa, miedo al compromiso, baja autoestima u otros problemas emocionales no resueltos. Daniel lleva varios años en una relación, siempre en medio de una lucha interna con su miedo al compromiso y la sensación de estar «atrapado». Sin embargo, en lugar de abordar estos problemas con su pareja, busca gratificación emocional fuera de la relación a través de encuentros breves y superficiales con otras personas. La infidelidad de Daniel es una forma de sabotear la relación y evitar enfrentar sus propios miedos y conflictos internos.

Laura, por su parte, ha experimentado períodos de baja autoestima a lo largo de su vida y, a menudo, se siente insegura en su relación actual. Pese a que su marido le brinda amor y apoyo, a ella le cuesta aceptar que es digna de ese amor y atención. Como resultado, busca validación externa a través de relaciones extramatrimoniales, lo que socava la confianza y la intimidad en su relación principal.

Al final, recurrir a la infidelidad como forma de escapar de las dificultades o de las insatisfacciones presentes en la relación, suele terminar causando aún más daño y conflicto.

8. Culpas a tu pareja cuando las cosas van mal

Si tiendes a buscar siempre culpables en otra parte cada vez que te enfrentas a dificultades, quizás ha llegado el momento de examinar más de cerca lo que ha ocurrido. Cuando no somos capaces de abordar nuestros propios problemas y conflictos internos ni asumimos la responsabilidad por nuestras acciones, es fácil acabar proyectando la culpa en nuestra pareja y atribuyéndole todos los problemas de la relación en un intento de protegernos a nosotros mismos.

Además, culparla a ella puede ser una forma de justificar nuestra propia insatisfacción o infelicidad en la relación. En lugar de reconocer y abordar nuestras propias necesidades no satisfechas, reprochamos al otro que no haya cumplido nuestras expectativas. Al final, este modo de ver las cosas, solo perpetúa la discordia y el resentimiento.

9. Siempre acabas saliendo con personas que no son adecuadas para ti

Esta es una forma muy común de autosabotaje en el amor. Ocurre cuando seguimos vinculándonos con un tipo de persona similar a otras con las que nuestras relaciones acabaron mal, cuando intentamos que las cosas funcionen con alguien que tiene objetivos muy diferentes para el futuro o cuando permanecemos en una relación pese a ver claramente que no va a ninguna parte. Por ejemplo, quieres casarte y formar una familia, pero eliges una pareja que no está emocionalmente disponible o a alguien que tiene claro que no quiere tener hijos.

Siguiendo y repitiendo estos patrones, solo conseguirás boicotear la posibilidad de encontrar a alguien más adecuado a largo plazo, quedarte en relaciones tóxicas y dañinas o seguir con parejas que no te valoran porque crees que no mereces más o por miedo a quedarte solo/a y no encontrar algo mejor.

10. Te pasas la vida saltando de una relación a otra

Cuando encadenamos relaciones sin tomarnos el tiempo necesario para sanar o rompemos con cada pareja ante el más mínimo problema, solo para comenzar a salir con otra de inmediato, lo que estamos haciendo en realidad es escapar de emociones difíciles que no sabemos cómo afrontar y evitando lidiar con problemas no resueltos de vínculos anteriores.

Jaime ha estado saltando de una relación a otra desde que era joven, sin tomarse un tiempo para estar solo y reflexionar sobre lo que realmente quiere en una pareja. A medida que avanza en su vida adulta, se da cuenta de que ha estado evitando la soledad y buscando constantemente la compañía de otra persona para sentirse completo. Sin embargo, esto solo le ha llevado a relaciones superficiales y poco satisfactorias que no le brindan la felicidad y la satisfacción que anhela.

Además del miedo a la soledad de Jaime, hay otras razones que pueden llevar a alguien a ir de una relación a otra, como buscar constantemente la validación externa o la felicidad en otra persona, en lugar de centrarse en el propio bienestar emocional.

«Fleabag» o cómo los traumas no resueltos se hacen oír a través del autosabotaje en el amor

«Fleabag» (Prime Video) es el título de una serie creada y protagonizada por Phoebe Waller-Bridge. El personaje principal es una mujer joven con varios traumas y conflictos internos que boicotea constantemente sus vínculos.

«Fleabag»

Estas son algunas formas en las que la protagonista de esta tragicomedia torpedea sus relaciones (Si no la habéis visto, a partir de aquí encontraréis algún spoiler):

  • Promiscuidad sexual. El personaje recurre al sexo casual como una forma de evitar implicarse emocionalmente y, de este modo, tener que afrontar sus problemas en este aspecto. A lo largo de la serie, tiene numerosas aventuras sexuales sin compromiso, buscando una gratificación momentánea, pero evitando una intimidad emocional real.
  • Evasión emocional. Tiende a evadir o minimizar sus propios sentimientos, especialmente cuando se trata de temas difíciles o dolorosos. En este intento de no confrontar sus emociones, a menudo recurre al sarcasmo para evitar el dolor emocional que experimenta.
  • Relaciones autodestructivas. A lo largo de la serie, va involucrándose continuamente en todo tipo de relaciones tóxicas. Desde el complicado vínculo con su hermana hasta la problemática relación con su padre y su madrastra o la elección de hombres no disponibles emocionalmente, la protagonista acaba atrayendo siempre relaciones que reflejan sus propios conflictos internos no resueltos.
  • Falta de autoestima. Su aparente seguridad en sí misma oculta una profunda falta de autoestima y de autoaceptación. Se critica a sí misma con frecuencia y tiene dificultades para creer que es digna de amor y felicidad en una relación.
Referencias bibliográficas

Peel, R. & Caltabiano, N. (2021). The relationship sabotage scale: an evaluation of factor analyses and constructive validity. BMC psychology, 9(1), 146

Branden, N. (1994). Los seis pilares de la autoestima. Barcelona: Paidós.

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también)

Comportamiento pasivo-agresivo: Cómo identificarlo (en ti también) 2063 1453 BELÉN PICADO

¿Alguna vez tu pareja te ha asegurado que todo estaba bien entre vosotros y que no le pasaba nada, pero sus comentarios sarcásticos te indicaban lo contrario? ¿Tu madre no te reprocha abiertamente que no la visites tanto como le gustaría, pero deja caer frases del tipo «Un día me va a pasar cualquier cosa y nadie se va a enterar»? O, quizás, eres tú quien actúa así… Estas y otras situaciones similares tienen en común un comportamiento pasivo-agresivo que, sin conllevar una violencia directa, puede hacer mucho daño. Se trata de un tipo de agresividad silenciosa, de hostilidad encubierta, que puede afectar muy negativamente a las relaciones interpersonales, ya sea en el ámbito laboral, familiar, de amistad o de pareja.

En general, quienes adoptan estas actitudes suelen tener dificultades para comunicar de forma efectiva sus sentimientos de impotencia, resentimiento o frustración y, en lugar de expresar abiertamente su malestar, recurren a estrategias pasivas e indirectas que lo único que hacen es dificultar la resolución de los problemas y la construcción de vínculos saludables.

La mayoría de nosotros hemos caído en este tipo de conductas en alguna ocasión. Por ejemplo, cuando estamos muy enfadados con un amigo, y, al mismo tiempo, no nos atrevemos a confrontarlo de forma directa por miedo a crear un conflicto que dé al traste con el vínculo que nos une. O cuando en el trabajo empezamos a ‘escaquearnos’ o a ‘olvidamos’ de realizar determinadas tareas para hacer notar nuestro descontento, pero sin arriesgarnos a hablar con nuestro jefe (por si se le ocurre despedirnos). Cuando se trata de episodios puntuales, respuestas como estas son una manera de protegernos o de salir del paso de un conflicto que nos genera temor.

Los problemas llegan cuando estas actitudes dejan de ser esporádicas para convertirse, consciente o inconscientemente, en un patrón persistente que se aplica de forma rígida y ante cualquier situación hasta el punto de no ser capaces de afrontar ningún conflicto de manera clara y directa.

Entre el deseo de agradar y el rechazo a lo que percibo como una exigencia externa

El origen del comportamiento pasivo-agresivo puede estar relacionado con distintas experiencias tempranas, como haber estado expuesto a un estilo de crianza excesivamente rígido, inconsistente o sobreprotector. En ocasiones, surge como una estrategia de afrontamiento aprendida, cuando en la infancia la expresión abierta de la ira estaba prohibida o mal vista. Si he aprendido a esconder y a negar mi enfado, me resultará difícil manejarme en los conflictos y evitaré las confrontaciones directas por miedo al rechazo o a la pérdida de aprobación.

De este modo, cuando estas personas sienten que se les está sometiendo a algún tipo de exigencia externa, se enfrentan a un dilema. Por un lado, están deseando agradar, complacer y ser elogiados por sus acciones. Pero, al mismo tiempo, perciben los requerimientos de los demás como un intento de dominarlas. Desde esta ambivalencia, desarrollarán una actitud cambiante e imprevisible en las relaciones, alternando episodios de auto afirmación e independencia hostil con otros de sumisión y de dependencia absoluta ante el temor de que se rompa el vínculo afectivo.

El comportamiento pasivo-agresivo dificulta las relaciones interpersonales

15 Pistas para identificar un comportamiento pasivo-agresivo

Al tratarse de una hostilidad indirecta y a menudo muy sutil, es normal que haya ocasiones en las que estas conductas lleguen a confundirnos y dudemos de lo que estamos percibiendo. Los personajes que voy a presentaros a continuación ejemplifican algunas de las formas en que se pueden manifestar actitudes y conductas pasivo-agresivas en situaciones cotidianas. De este modo, podréis identificarlas más fácilmente, ya sea en otras personas o en vosotros mismos.

1. Lucía, procrastinadora

Lucía a menudo se muestra cooperativa y acepta realizar tareas para su equipo de trabajo. Sin embargo, a la hora de la verdad siempre encuentra excusas para postergarlas y nunca hace lo que se le ha pedido. Parece muy ocupada en ello, pero la tarea nunca avanza. Y si le preguntan al respecto, responde con evasivas y justificaciones.

La procrastinación intencionada es una forma muy sutil de sabotear. Es decir, posponer o dilatar la ejecución de tareas o responsabilidades, sabiendo que esto puede afectar negativamente a otros o al proyecto en general.

2. Ana, la resentida. «Todos tienen más suerte que yo»

Ana está obsesionado por la aparente falta de justicia del mundo que la rodea. No es capaz de ver que muchas veces su propia actitud le impide conseguir logros significativos en los diferentes ámbitos de su vida. Vive con envidia constante los éxitos de los demás (a quienes, según ella, todo les resulta más fácil). Y, siempre que puede, disfruta socavando la felicidad de aquellos que considera más afortunados, haciéndoles partícipes de lo injusta y mezquina que es la vida.

3. Luis, especialista en echar balones fuera

Experto en eludir situaciones incómodas, Luis no solo niega a menudo lo que ha dicho o hecho, sino que, incluso, se ofende si percibe que los demás dudan de él (aun sabiendo que esas dudas tienen una base sólida). Suele defenderse con frases del tipo «Yo nunca dije eso, lo habrás soñado».

Otra manera en la que personas como Luis echan balones fuera es no asumir su responsabilidad y desviarla en otras direcciones: «Son imaginaciones tuyas, yo no estoy enfadado», «Yo tenía pensado hacerlo, pero ella me dijo que…», «Entendí que ibas a ocuparte tú». Con tal de no hacerse cargo de sus palabras, con su actitud y conducta culparán, de forma más o menos clara, a otros o a las circunstancias.

4. Marta, la pesimista escéptica. «Piensa mal y acertarás»

Escéptica e incapaz de ver el lado positivo de las cosas, Marta vive envuelta por una nube de pesimismo persistente. Su visión negativa del mundo la lleva a reaccionar con sarcasmo y mordacidad ante los «inmerecidos» éxitos de todos los que, en apariencia, tienen más suerte que ella. Desconfía de todo el mundo y está convencida de que las personas, en general, son malas y egoístas. Su lema: «Piensa mal y acertarás».

La actitud distante y huraña de estas personas tiene como principal objetivo provocar malestar en quienes las rodean.

5. Óscar, el oyente hostil

Óscar siempre parece dispuesto a escuchar los problemas de sus amigos. Sin embargo, su atención pronto se convierte en una crítica disfrazada. Aunque sus consejos parecen amables, el tono de sarcasmo y desdén con que los ofrece transmite que no está de acuerdo con las decisiones de quien está depositando su confianza en él.

Debido a esta discordancia entre el lenguaje verbal y el no verbal, es normal que quienes escuchan a alguien como Óscar acaben dudando de lo que están percibiendo. Por ejemplo, hay personas que pueden preguntarte cómo te encuentras o, aparentemente, se muestran interesadas en lo que quieres contarles. Sin embargo, cuando empiezas a hablar, apenas te miran, muestran una actitud desganada o responden con monosílabos. En estas condiciones, es fácil deducir que una buena comunicación es imposible.

Comportamiento pasivo-agresivo.

6. Raquel, maestra de la queja y el victimismo

No hay día en que Raquel no se lamente de la poca atención que le prestan su familia, su pareja o sus amigos y se queje de que no la valoran lo suficiente. Sin embargo, si alguien se interesa y le pregunta qué le ocurre su respuesta siempre es la misma: «Estoy bien. No me pasa nada».

Además, por sistema, siempre se posiciona en contra de los deseos y peticiones de los demás. Siempre tiene preparada una objeción para rechazar cualquier alternativa o sugerencia que le ofrezcan. Eso sí, ella tampoco ofrece otras opciones. Esta actitud crea un ambiente negativo a su alrededor y hace que las interacciones con ella resulten frustrantes y agotadoras.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «La trampa de victimismo (I): Cómo saber si soy una persona victimista»)

7. Santiago, irritable e impulsivo

Santiago casi siempre está de mal humor y, aunque no suele expresar abiertamente su enfado o disgusto, suele dejarlo patente a través de quejas, protestas o comentarios aparentemente triviales, pero que aterrizan como dardos en quien los recibe. Esta conducta hace que la otra persona se sienta incómoda, frustrada y a disgusto sin saber muy bien por qué.

Es posible que, al principio, personas como Santiago se muestren amables, especialmente si desean conseguir algo. Pero cuando los conocemos de verdad nos damos cuenta de que la mayor parte del tiempo están malhumorados e irascibles por algo que la mayoría de las veces no nos dirán.

8. Germán, el olvidadizo oportuno

Los olvidos son una de las estrategias más utilizadas por personas con un estilo pasivo-agresivo. Para Germán son un modo sutil e indirecto de expresar su descontento, su frustración o, sus necesidades. Por ejemplo, tiene la habilidad de recordar selectivamente compromisos según su nivel de interés. Puede ‘olvidar’ una reunión o evento que no le entusiasma, pero recordará claramente aquellos que considera más importantes o beneficiosos para él.

Lo mismo le ocurre con citas o conversaciones que ha mantenido con personas con quienes está molesto por algún motivo (que en ningún caso abordará de forma directa).

9. Eva: «Ni contigo ni sin ti»

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo que se manifiesta en la dificultad para mantener una posición clara o coherente ante los demás. En el caso de Eva, la necesidad de agradar a su pareja la lleva a posicionarse continuamente en el no conflicto. Como sabe lo que su pareja quiere, ella juega con eso hasta que se cansa o se frustra cuando se da cuenta de que, en realidad, se ha comprometido a hacer, o está haciendo, algo que no quería. Entonces, de repente, le muestra su enfado y su hostilidad, pero no abiertamente, sino a través de estrategias indirectas y más o menos sutiles: deja de hablar, no responde a los mensajes, no cumple algo con lo que se había comprometido…

Estas personas pueden decir a su pareja que la aman profundamente y al poco tiempo se muestran indiferentes o hacen comentarios despectivos que contradicen sus declaraciones anteriores.

También puede suceder que se sientan a gusto cuando les cuidan o cuando otros toman la iniciativa y al poco tiempo, se rebelen porque no quieren ‘perder’ su independencia ni que les den órdenes. Este «Ni contigo ni sin ti»  oculta una dependencia emocional que no son capaces de aceptar.

La ambivalencia en las relaciones es una característica del comportamiento pasivo-agresivo.

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10. Samuel, alérgico a la autoridad

Samuel manifiesta su desprecio a la autoridad de múltiples formas. Una de ellas es hacer lo mínimo que su jefe le pide, como una forma de transmitir que está siguiendo las órdenes solo porque es necesario y no porque valore la autoridad de su superior. Del mismo modo, si se le da un plazo para completar un proyecto, demora intencionadamente la entrega hasta el último momento.

En personas como Samuel suele haber un conflicto interno que no saben cómo afrontar y que los lleva a moverse entre el deseo de obtener las ventajas que puede proporcionarles el acatar las órdenes y el empeño en conservar la autonomía. Primero tratan de mantener la relación siendo pasivos y sumisos, pero en cuanto sienten que están ‘renunciando’ a su autonomía se sublevan contra la autoridad.

11. Sara, madre manipuladora

A las personas pasivo-agresivas les cuesta pedir lo que quieren y recurren a tácticas manipuladoras para satisfacer sus necesidades. Sara, por ejemplo, siempre se ha comunicado con sus hijos desde este rol para conseguir su atención y para que hagan lo que ella quiere sin solicitarlo explícitamente. Por ejemplo, en lugar de pedir a su hijo que la ayude, le dirá: «Seguro que me voy a hacer daño en la espalda, pero no quiero molestarte».

O, sin criticar abiertamente la falta de atención de sus hijos, Sara les hace llegar su enfado y su disgusto lamentándose y dejando caer frases hirientes o, incluso, enviando mensajes contradictorios (te digo que no me pasa nada, pero mi cara y mis gestos dicen todo lo contrario).

(En este mismo blog puedes leer el artículo «Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas»)

12. Rocío: pagar la frustración con quien menos lo merece

La incapacidad para mostrar pública y abiertamente su enfado o frustración lleva con frecuencia a Rocío a recurrir a un mecanismo de defensa inconsciente: el desplazamiento. Por ejemplo, un día que recibe una crítica injusta de su jefe en el trabajo, como no se atreve a abordarlo directamente con su superior, opta por no expresar su malestar. Sin embargo, al regresar a casa, desplaza sus emociones negativas hacia su familia mostrándose de mal humor, respondiendo de manera cortante, etc.

El desplazamiento me permite redirigir hacia un objetivo menos amenazante los pensamientos, emociones o impulsos negativos que me despierta alguien con quien no puedo permitirme romper el vínculo. En concreto, desplazo ese resentimiento hacia otras personas o situaciones cotidianas de menor significación emocional o jerárquica.

13. Roberto o la vida en blanco y negro

Para Roberto, no existen los matices. Idealiza a quien admira y desprecia a aquellos que no cumplen con sus expectativas. ‘Poseído’ por esta mentalidad de «todo o nada», si un amigo no le muestra su apoyo incondicional o cuestiona alguna de sus decisiones, puede empezar a verlo como alguien completamente despreciable, sin detenerse a reconocer sus virtudes o a intentar comprender sus motivaciones.

El pensamiento dicotómico, también conocido como pensamiento en blanco y negro o polarizado, se manifiesta en la tendencia a ver las situaciones y a las personas en términos extremos, sin reconocer matices o posiciones intermedias. Esta incapacidad para tolerar la incertidumbre lleva a realizar juicios rápidos y categóricos en los que no hay espacio para la ambigüedad ni para apreciar los matices de las situaciones y las personas.

14. Gustavo, el grosero enmascarado

Algunas personas recurren a insultos muy sutiles para expresar su descontento, su disgusto o sus emociones negativas sin abordar abiertamente el conflicto. Gustavo es experto en disfrazar sus insultos y groserías. Cuando alguien se ofende por sus palabras, él simplemente dice que estaba bromeando o que no era su intención. Algunas de sus especialidades:

  • Cumplidos envenenados. Elogios que envuelven una crítica o una insinuación negativa: «Admiro tu valentía. ¡Yo no me atrevería a salir así a la calle!».
  • Comentarios despectivos disfrazados de bromas. «¡Tu presentación sería perfecta para la hora de la siesta!».
  • Sarcasmo encubierto. «No todo el mundo puede ser tan inteligente como tú».
  • Desvalorización disfrazada de preocupación. «Te convendría bajar de peso» (a alguien que tiene problemas con la aceptación de su cuerpo). Y a continuación, añadir algo como «Solo lo digo por tu bien, porque me preocupa tu salud».
15. David tiene en el silencio su mejor arma

En el catálogo de estrategias para hacer sentir mal a alguien sin recurrir al confrontamiento directo, el silencio es una de las preferidas de David. Cuando está molesto por algo, deja de responder a las llamadas e ignora mensajes y correos electrónicos. Puede pasarse días así y luego actuar como si no hubiera ocurrido nada. En vez de abordar y expresar los motivos de su disgusto o de su enfado recurre al silencio y a la ley del hielo.

Personas como David te ignorarán de un modo más o menos evidente y durante un periodo de tiempo más o menos prolongado. Pueden no darse por aludidas cuando les hablas y luego justificarse diciendo que no te habían escuchado. O, directamente, mirar hacia otro lado cuando te los encuentras y les saludas. Y si les preguntas qué les ocurre, te dirán que no les pasa nada.

El narcisismo sano también existe y es necesario para una adecuada autoestima

El narcisismo sano también existe (y es esencial para tu autoestima)

El narcisismo sano también existe (y es esencial para tu autoestima) 1500 1000 BELÉN PICADO

Seguro que cuando escuchas hablar de narcisismo o de narcisistas automáticamente te viene a la mente la imagen de alguien sin empatía, con aires de grandeza, un deseo permanente de admiración y sin ningún escrúpulo a la hora de manipular a los demás. Sin embargo, también hay un narcisismo sano y adaptativo que es necesario conocer, valorar y cultivar. Es más, todas y todos necesitamos pasar por un proceso de narcisización en nuestra niñez para poder desarrollar una adecuada autoestima.

En realidad, el narcisismo es una característica inherente a la naturaleza humana y estrechamente vinculada a nuestra identidad. Como otras dimensiones de la personalidad, el narcisismo se extiende a lo largo de un continuo. La diferencia entre contar con una buena autoestima y creerse el amo del mundo dependerá básicamente del lugar de ese continuo donde nos coloquemos. En el caso de una persona con un narcisismo sano se situará en la zona media de ese amplio espectro. Es decir, mostrará un autoconcepto positivo y sabrá cómo satisfacer sus propias necesidades, sin perder la capacidad de ser empática con los demás. Así que, ya veis, todo depende de la dosis.

Narcisismo sano y narcisismo patológico

Existen numerosas definiciones de narcisismo, muchas de ellas asociadas a su parte más negativa y patológica. Como mi intención con este artículo es mostrar su lado más saludable, comparto lo que escribe la psicóloga Cristina Rodríguez Cahill en su libro Los desafíos de los trastornos de la personalidad:

«Se concibe el narcisismo como la integración de la experiencia de uno mismo, unido a una autovaloración sana que conlleva el placer de la autoafirmación, una adecuada satisfacción de necesidades, la capacidad para la dependencia madura y el seguimiento de unos valores éticos. Concebimos el narcisismo como el elemento que permite dar solidez a la identidad y sobre el cual se asienta una autoconsideración positiva y realista, experiencia que puede sufrir fluctuaciones a lo largo de la vida en función de los acontecimientos vividos. El narcisismo, por tanto, como fuente organizadora del psiquismo es una fuerza que adquiere un papel relevante en la cohesión y sensación de estabilidad de la identidad, siendo difícil mantener una imagen ajustada de uno mismo sin esta sensación de consistencia interna».

El narcisismo patológico, sin embargo, se caracteriza por una eterna insatisfacción, la necesidad de ser admirado y adulado a todas horas, tener una imagen inflada de uno mismo, manipular para salirse con la suya, etc. Este tipo de personas pueden ser tan encantadoras en público como hostiles en privado con amigos, pareja o familiares.

(En este mismo blog puedes leer el artículo «20 pistas para identificar a un narcisista (y evitar que te manipule)»)

Una dosis adecuada de narcisismo sano ayuda a desarrollar una autoimagen positiva.

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El miedo a sobresalir

A veces, el miedo a convertirse en alguien arrogante y egoísta puede llevar a hacer todo lo posible por no sobresalir, por no llamar la atención. Incluso hay quien tiene tanto miedo a verse y ser visto como narcisista, que se machaca si se le escapa una sonrisa de orgullo o satisfacción por algún logro conseguido o quien cree ser lo peor si se atreve a reconocer que algo se le da muy bien o si en un momento determinado llega a anteponer sus necesidades a los deseos de los demás.

Esta actitud, conocida también como comportamiento ecoísta, puede deberse a varias razones. Un progenitor extremadamente narcisista, por ejemplo, puede exigir toda la atención de su hijo, sin dejarle espacio para ‘recrearse’ en sí mismo. Es el caso de Sara. Cuando era niña creía que su madre lo sabía todo y era perfecta. A medida que fue creciendo, aprendió que, para obtener la atención y la aprobación materna, tenía que reforzar la creencia de su madre en su propia perfección. Porque si Sara intentaba hacer valer sus propias necesidades, solo recibía frialdad y desprecio.

Otro motivo por el que hay quienes nunca desarrollan un narcisismo sano es el temor a que los demás los envidien. Cuando un niño aprende que será castigado o tratado de forma hostil si sobresale, esconderá o disminuirá su excelencia, tal vez incluso ocultándosela a sí mismo.

Muchos de estos temores en realidad son ‘mandatos’ tácitos que se van transmitiendo en una misma familia de generación en generación.

En cualquiera de estos casos y aunque nos hayan hecho creer lo contrario, es importante recordar siempre que reconocer nuestra valía y nuestros logros no es negativo ni egoísta, sino algo natural y necesario.

(En este blog puedes leer el artículo «Ecoísmo o la cara opuesta del narcisismo: Existir sin que se note»)

El proceso de narcisización en el niño

El proceso de narcisización, o narcisización primaria, es una parte fundamental del desarrollo psicológico en la infancia. A medida que el niño crece, va aprendiendo a distinguir su propio yo del mundo exterior, a formarse una imagen de sí mismo y, en consecuencia, a desarrollar su identidad. Un camino en el que, si todo va bien, se alcanzará un equilibrio entre el amor hacia uno mismo y la empatía hacia los demás.

Al principio y durante los primeros meses de vida, el mundo del bebé gira en torno a sí mismo, no hay una percepción clara de los demás como entidades separadas. Pero, poco a poco, y a través de la interacción con sus figuras de apego, comenzará a percibir su propia imagen como alguien separado de los otros.

En esa interacción con los cuidadores cobra una especial importancia la respuesta de estos y, especialmente, la de la figura de apego principal, que, no solo a través de la voz sino también con el tacto y el contacto físico, transmitirá al niño que está bien como es y que se le quiere incondicionalmente. Por ejemplo, cuando un bebé empieza a dar sus primeros pasos y sus padres lo aplauden o lo elogian, están narcisizando ese acto, están dando valor a lo que hace su hijo. De este modo, si el pequeñín recibe amor, atención y una base segura podrá desarrollar una autoimagen saludable, una autoestima positiva y, por tanto, mostrará un narcisismo sano y adaptativo.

Pero, a veces, este proceso de narcisización fracasa. Puede ser porque el niño no recibe una retroalimentación suficientemente positiva o crece en un entorno negligente y abusivo. Si recibo críticas constantes, si cuando hablo papá y mamá me ridiculizan, me hacen sentir que estoy haciendo algo mal o, directamente, me ignoran, sentiré que hay algo malo en mí.

O bien, el fracaso puede ser por todo lo contrario. Porque ha habido demasiada sobreprotección y se ha caído en una excesiva e irreal valoración del niño.

¿Qué pasa cuando el proceso de narcisización fracasa?

A menudo, cuando no ha habido una adecuada narcisización, se tratará de rellenar el vacío que queda buscando en otros la mirada y el reconocimiento que no se obtuvieron de los cuidadores. Esto es lo que vemos, por ejemplo, en numerosos realities o en todas esas personas que buscan a través de las redes sociales la mirada y el aplauso como un modo de compensar ese déficit.

Según el psicoanalista Hugo Bleichmar, dependiendo del tipo de fallo que se haya dado en el proceso de narcisización van a desarrollarse diferentes mecanismos que obstaculizarán el desarrollo de un narcisismo sano.

1. Personas con hipernarcisización primaria

Estas personas realmente se sienten grandiosas y mejores que los demás porque en su infancia su necesidad de afirmación se alimentó en exceso. Se llega a este punto cuando el niño recibe constantes elogios de sus figuras de apego que le hacen creer que es mejor que el resto y que, por lo tanto, también merece más. El resultado es el desarrollo de una imagen excesivamente grandiosa de sí mismo.

Por lo general, el ambiente familiar en la infancia de estas personas fue extremadamente indulgente y permisivo. O también pudo ser altamente competitivo, de modo que el niño era valorado más por sus logros que por él mismo, como si fuera un trofeo para sus padres. Igualmente, la falta de límites y de regulación emocional favorecerá que un niño desarrolle una autoimagen exagerada y un excesivo sentido de superioridad.

2. Personas con déficit primario de narcisización no compensado

Hay casos en los que se ha crecido en un entorno familiar donde hubo mucha desvalorización, críticas excesivas, inseguridad, humillaciones, negligencia o, incluso, abuso. También es posible que las figuras de apego no mostrasen una imagen suficientemente positiva en la que la persona pudiera verse reflejada (los niños necesitan idealizar a sus figuras de apego, tener una imagen con la que identificarse). También puede ocurrir que se hayan vivido ciertas circunstancias desfavorables (físicas, psicológicas, sociales) que generaron un fuerte sentimiento de inferioridad.

Debido a alguno de estos factores, o a la combinación de varios, estas personas no solo no han podido construir un narcisismo sano, sino que tampoco han sido capaces de compensar su carencia.

3. Personas con hipernarcisización secundaria compensatoria

Como en el anterior caso, es muy probable que aquí el ambiente familiar también fuese desvalorizador, negligente y abusivo. Sin embargo, estas personas sí van a compensar su déficit de narcisización primaria. Intentarán camuflar su inseguridad inflando su autoestima y construyéndose un yo grandioso y defensivo. Tratarán de ocultar por todos los medios, a veces incluso a si mismos, que tras la máscara de superioridad que exhiben se esconde un enorme complejo de inferioridad.

¿Cómo sé que lo mío es narcisismo sano?

Por último, veamos algunas pistas que nos indican si estamos colocados en un buen lugar dentro del continuo del narcisismo:

  • Tengo una autoimagen positiva, sin necesidad de devaluar la de los demás.
  • Puedo establecer límites saludables y claros.
  • Considero que tengo una buena autoestima y también tengo confianza en mí mismo, en mí misma, sin que eso me lleve a creer que estoy por encima del resto de los mortales.
Un narcisismo sano es necesario para una adecuada autoestima

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  • Conozco mis talentos y cualidades positivas y los valoro. Sé que hay cosas que las hago mejor que otras personas, pero también soy capaz de reconocer y valorar cuándo alguien es mejor que yo en otras. O cuando algo no me sale tan bien como esperaba.
  • Defiendo mis ideas y mis valores expresándome de una manera asertiva y escuchando y respetando lo que el otro tiene que decir, incluidas opiniones que no comparto o que son totalmente opuestas a las mías. Además, no tengo problema en reconocer mis errores cuando me equivoco.
  • Me siento satisfecha y orgullosa de mis logros. Sin embargo, no los utilizo para ponerme por encima de los demás ni tampoco menosprecio lo que consiguen otros.
  • Agradezco sinceramente que alguien me felicite o me haga un cumplido, sin tener que buscar esa validación de forma obsesiva y constante.
  • Soy capaz de expresar y satisfacer mis necesidades en una relación. Pero también tengo en cuenta los sentimientos o las necesidades de la otra persona y no recurro a la manipulación para salirme con la mía.
Referencias

Bleichmar, H. (1997). Avances en psicoterapia psicoanalítica: hacia una técnica de intervenciones específicas. Barcelona: Paidós.

Freud, S. (2006). Introducción al narcisismo. En S. Freud, Obras completas, III. pp.: 2017-2033. Barcelona: RBA. Biblioteca de Psicoanálisis (original de 1914).

Rodríquez, C. (2016). Los desafíos de los trastornos de la personalidad: la salud mental al límite. Madrid: Editorial Grupo 5

Detrás del miedo al compromiso, a menudo hay un estilo de apego inseguro evitativo.

Qué se esconde detrás del miedo al compromiso (y cómo superarlo)

Qué se esconde detrás del miedo al compromiso (y cómo superarlo) 1500 984 BELÉN PICADO

«Dejemos que fluya»«Eres un chico genial, solo que no quiero estar atada a nadie por ahora», «Estoy empezando a tener dudas, así que esto no debe de ser amor verdadero»… Frases como estas son muy habituales en personas con miedo al compromiso, poco disponibles emocionalmente y especialistas en esquivar cualquier tipo de conexión profunda que asome en el horizonte. Pero si no nos quedamos en la superficie y profundizamos un poco más veremos que detrás de esa armadura invisible, a menudo suele haber mucho más: miedo al abandono y al rechazo, baja autoestima, experiencias traumáticas previas, etc.

Hay personas a quienes la idea de mantener una relación de forma prolongada en el tiempo les genera tal nivel de ansiedad que se sienten incapaces de quedarse ahí durante mucho tiempo. Y si, además, se sienten presionadas por su pareja a dar un paso adelante, lo más seguro es que rompan precipitadamente. Sin embargo, y pese al alivio inmediato que suelen experimentar, también es muy posible que luego, a medio y largo plazo, se arrepientan.

Muchas veces no se trata de que no quieran a su pareja o no deseen establecer un vínculo (aunque ellos mismos lleguen a pensarlo). Lo que pasa es que confunden esa angustia que les provoca el compromiso y esa necesidad de poner tierra de por medio con la falta de amor. A esta confusión contribuye el hecho de que, como romper la relación alivia el malestar, se convierte en una estrategia que se refuerza cada vez que se recurre a ella, convirtiéndose a la vez en un patrón que se repetirá en futuras relaciones.

Por otra parte, es importante aclarar que tener miedo al compromiso no es lo mismo que elegir, libre y conscientemente, no involucrarse en una relación a largo plazo.

Qué se esconde detrás del miedo al compromiso y cómo superarlo

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¿Cómo sé si alguien (o yo mismo/a) tiene miedo al compromiso?

A continuación, os enumero algunas de las características que puede presentar alguien con miedo al compromiso:

  • Muestra incomodidad cuando surge una conversación que, mínimamente, le suene a dar un paso más en la relación.
  • No le gusta «poner etiquetas» a la relación y se siente como pez en el agua en situaciones ambiguas o poco definidas.
  • Valora su libertad por encima de cualquier otra cosa y en términos absolutos. Siente que si profundiza en la relación perderá su libertad y su autonomía («Si tengo pareja, no podré salir con mis amigos»). Y en vez de pensar en qué le aporta la pareja, se enfoca solo en lo que está perdiendo por estar con ella.
  • Se define como alguien «muy independiente«.
  • Encuentra mil y una formas de sabotear la relación, consciente o inconscientemente. Con la creencia «Esto no va a funcionar» de base, recurre a comportamientos como ser demasiado demandante con su pareja, pasarse el día buscándole defectos, aprovechar cualquier excusa para enfadarse sin que haya un motivo justificado… Incluso, es posible que estas personas lleguen a ser infieles en un intento de demostrarse que no está hechas para una relación o como una forma de forzar a la pareja a romper cuando ellas no se atreven a tomar la decisión. Lo que hacen con estas conductas no es otra cosa que buscar la manera de que esa creencia se haga realidad. Es lo que se conoce en psicología como profecía auto-cumplida.
  • Se le hace cuesta arriba todo lo que tenga que ver con identificar, expresar y regular sus propias emociones, especialmente la angustia, la frustración, el miedo, la ansiedad… Y, precisamente, el hecho de que le resulte difícil compartir sus sentimientos más profundaos hace que no se sienta cómodo o cómoda en situaciones de intimidad.
  • Cuando está en una relación examina continuamente sus sentimientos. Y, por lo general, siempre tiende a deducir que no siente lo que debería sentir o no con la suficiente intensidad. Esto, por un lado, le genera angustia. Y, por otro, el mero hecho de dudar si está enamorado le acaba conduciendo a una espiral de pensamientos rumiativos que solo aumentan más su malestar.
  • Este constante cuestionamiento de sus emociones se extiende también a la pareja y a la relación: «¿Cumple esta persona mis expectativas?», «¿Merece la pena seguir adelante?», «Si discutimos o tenemos distintos puntos de vista sobre ciertos temas, quizás no deberíamos estar juntos», etc.
  • Ante la imposibilidad de gestionar sus propios sentimientos, algunas personas responsabilizan a su pareja de sus dudas o de eso que sienten y no saben regular. También puede ocurrir lo contrario y que se responsabilicen de las emociones de su pareja. De este modo, al sentirse culpables por el sufrimiento que creen estar generando, eligen la ruptura ante la imposibilidad de sostener su propio malestar.
  • En ocasiones el miedo que tiene a perder su independencia puede fluctuar y convivir con otras emociones. Me alejo porque temo perder mi autonomía, pero a la vez esa distancia despierta mi necesidad de vincularme y vuelvo a acercarme. Hasta que esta proximidad resulta demasiado peligrosa y, entonces, me muestro indiferente e impermeable a las necesidades de la persona que está conmigo, para luego pasar por la vergüenza, la tristeza, etc. Todo este vaivén emocional provoca el lógico desconcierto y desconfianza de su pareja.
  • Alberga ideas muy rígidas acerca de cómo tiene que ser el amor y los vínculos de pareja. Por ejemplo, «si alguien siente malestar dentro de una relación o tiene dudas, no es amor verdadero».
  • No es extraño que detrás de un supuesto «rechazo» de cualquier tipo de compromiso se oculte una baja autoestima y una visión negativa de sí mismo y de su propia capacidad para mantener una relación.
  • Algunas personas reacias al compromiso optan por encerrarse en sí mismas y no buscar nuevas relaciones.
  • Otras siempre van tras amores imposibles, bien porque buscan una pareja perfecta que no existe o bien porque se fijan en personas no disponibles emocionalmente. En realidad, se trata de un autosabotaje en toda regla. ya que, inconscientemente, eluden mantener una relación real y, de paso, colocan el problema fuera.
  • También están quienes son auténticos maestros y maestras de la seducción y solo se sienten cómodos en la etapa de enamoramiento. Esto los lleva a encadenar aventuras o a saltar de una relación a otra (o a solaparlas) como una forma de buscar continuamente esa sensación… para luego huir en cuanto percibe que «la cosa empieza a ponerse seria».
Algunas personas con miedo al compromiso se autosabotean buscando relaciones perfectas que no existen.

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¿Por qué nos cuesta tanto implicarnos en relaciones estables?

Las causas de esta aversión a estrechar vínculos son varias, entre ellas:

  • Heridas de la infancia. En un gran número de casos el origen del miedo al compromiso se remonta a la infancia. Pudo ocurrir que el niño desarrollase un estilo de apego inseguro evitativo o distanciante al vivir de forma continuada experiencias que para él resultaban amenazadoras y en las que se sintió solo, rechazado y/o desprotegido. Las figuras de apego, consciente o inconscientemente, no cubrieron sus necesidades de consuelo y apoyo. Y con el tiempo el niño se convierte en un adulto distante con miedo a experimentar ciertas emociones que le conecten con lo que él vivió como rechazo y abandono. Así que, a nivel relacional, es bastante probable que encuentre dificultades para comprometerse y mantener un vínculo a largo plazo.
  • Miedo a perderse uno mismo. Para algunas personas conectar con el otro e iniciar una relación implica que más pronto que tarde acabarán dependiendo de ese vínculo. Hasta el punto de perder su esencia, su identidad. Este miedo es mayor cuanto más independiente o autónoma se considera la persona.
  • Haber sufrido rupturas traumáticas previas. No siempre quien desarrolla aversión al compromiso tiene un estilo de apego inseguro evitativo. Pueden ser personas con un estilo de apego seguro que, tras una o varias rupturas sentimentales muy dolorosas y traumáticas, desarrollan una mayor resistencia a entablar un vínculo estable. No hay miedo a perder algo, sino que se trata de un mecanismo de defensa con el que se busca no volver a pasar por lo mismo. Tengo tanto miedo a que la relación no funcione, a que me engañen, a volver a pasar por el sufrimiento de un fracaso amoroso… que evito comprometerme y entregarme del todo.
  • Miedo a perder otras oportunidades. Hay una gran dificultad a la hora de elegir quedarse en una relación por temor a estar perdiéndose algo mejor. Esto es habitual, por ejemplo, en las aplicaciones de citas. Debido a la sensación ilusoria de tener mucho donde elegir, numerosos usuarios no son capaces de establecer un compromiso o no dudan en poner fin a cualquier relación incipiente, espoleados por el temor a equivocarse habiendo tanto donde escoger.
  • Desconfianza en la propia capacidad para cuidar de otra persona. En ocasiones, el miedo al compromiso va unido a la creencia de no disponer de la empatía, el tiempo o las habilidades necesarias para poder hacerse cargo de la pareja en caso de que fuera necesario. El vértigo abrumador que produce imaginarse ante una responsabilidad que en su imaginación aparece como demasiado pesada lleva a estas personas a huir de cualquier vínculo mínimamente estable. Esta falta de confianza se ve intensificada por el temor a no cumplir las expectativas del otro. Y también por el miedo a que su pareja acabe dependiendo emocionalmente de ellos.
  • Miedo al rechazo y al abandono. En muchas ocasiones, a lo que se tiene miedo es al rechazo y al abandono. Cuando esta es la causa, y aunque parezca una triste ironía, es muy probable que, en realidad, la persona anhele desesperadamente la intimidad y la seguridad que ofrece una relación estable. Sin embargo, lo que hace es huir. Por un lado, por ese temor a ser rechazado. Por otro, por el miedo a que las consecuencias de una hipotética ruptura o abandono sean peores cuanto más tiempo y esfuerzo invierta en la pareja.
  • Poca tolerancia a la incertidumbre. El miedo a no poder controlar todos los factores de una relación y la inseguridad que genera el no saber qué va a pasar en el futuro puede llegar a bloquear a alguien que no se maneje bien en la incertidumbre y llevarle a encontrar en la ruptura la única vía de escape.

Qué puedo hacer

  • No salgas corriendo. El único modo de afrontar el miedo al compromiso es resistir el impulso de huir y quedarse en la relación. Antes de darte a la fuga, para y reflexiona sobre tus temores, tus preocupaciones y tus dudas. Identifica cuál es el origen y si están asociados realmente a tu pareja o si su origen está en tu miedo a apostar por la relación, en la necesidad de deshacerte del malestar que estás sintiendo o en el hecho de haber vivido otras experiencias traumáticas con parejas anteriores.
  • La comunicación es esencial. Tu pareja no es adivina ni puede leerte el pensamiento. Si no te sientes bien en la relación o tienes dudas, compártelo con ella. Y si necesitas tiempo para reflexionar házselo saber. Expresar cómo te sientes y compartir tus temores facilitará mucho las cosas.
  • Escribe y reflexiona. Este ejercicio puede ayudarte a tomar perspectiva. Coge un papel y haz tres columnas. En la primera escribe las cosas que temes que sucederán si te quedas en la relación. En la segunda, anota cuáles de esos miedos se han cumplido. Y en la tercera apunta qué cosas buenas y positivas te aporta tu relación.
  • Apostar por una relación no implica necesariamente que pases el resto de tu vida al lado de esa persona. Significa que el tiempo que estés con ella (sea el que sea) aprendas a confiar y puedas expresar y compartir tus sentimientos. Y si en algún momento optas por romper, que sea por una elección personal y voluntaria y no por miedo. Evidentemente, detrás de la palabra compromiso hay una intención de que el vínculo se mantenga en el tiempo. Sin embargo, siempre tendremos la libertad de decidir si seguir con esa persona o no.
Perder el miedo al compromiso pasa por aceptar que no hay relaciones perfectas.

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  • Practica la interdependencia. Recuerda que para que una relación sea sana debe satisfacer las necesidades de libertad, autonomía e independencia de cada miembro de la pareja. El compromiso no implica perder tu espacio personal ni tampoco la renuncia de la otra persona al suyo. Se trata de teneros en cuenta mutuamente y adaptar vuestros tiempos de modo que haya espacio para actividades individuales y en pareja.
  • Céntrate en el presente. Si estás planteándote todas las opciones que te perderás si decides apostar por una relación, recuerda que el ahora es todo lo que tienes. Esta es la auténtica realidad. Lo demás son solo expectativas.
  • Aprende a identificar el origen de tus preocupaciones. Empezar a vincular las emociones a los pensamientos y a las creencias que las generan y no a las situaciones es muy importante. Es diferente darme cuenta de que «me siento angustiada porque temo que o pienso que…» que dar por hecho que me siento angustiada a causa de la relación.
  • Deja de poner tu relación bajo el microscopio y amplía el foco. Si te pasas la vida buscando pruebas de que lo vuestro no funcionará es lógico que encuentres, no una, sino muchas pruebas. Todas las relaciones tienen pros y contras, pero si te acostumbras a poner el foco solo en los inconvenientes acabarás distorsionando tu mirada. Y llegará un momento en que no seas capaz de ver nada positivo en crear un vínculo a medio y largo plazo.
  • Olvídate del mito de la media naranja. Ninguna relación es perfecta ni vas a encajar al cien por cien con otra persona por mucho que busques tu pareja ideal. Los conflictos no solo son inevitables, sino que son necesarios para conocernos mejor. En las relaciones reales hay dificultades y también negociaciones; hay épocas más apasionadas y etapas más tranquilas… Si creo que en algún lugar del mundo hay una persona que encaje perfectamente conmigo y con quien viviré un cuento de hadas, lo único que alcanzaré será una eterna sensación de insatisfacción y amargura.
  • Pide ayuda profesional. En terapia aprenderás a identificar y a manejar esos miedos que están interfiriendo en tus relaciones. También a encontrar el equilibrio entre la vinculación con tu pareja y tu necesidad de espacio.
    (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)
Tener al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad

Poner al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad

Poner al otro en un pedestal: Cuando la idealización me impide ver la realidad 2121 1414 BELÉN PICADO

Todos somos, en general, bastante aficionados a idealizar. Y no solo a otras personas, sino también situaciones, creencias… En realidad, la idealización no es positiva ni negativa. Todo depende de la intensidad y de la frecuencia con que recurramos a ella. Es normal, por ejemplo, que un niño idealice a sus padres o a sus maestros. O que idealicemos a la persona con quien estamos empezando a salir (la idealización forma parte del proceso de enamorarse). El problema aparece cuando esa perfección que creemos ver en el otro nos deslumbra y no nos permite ver su cara B.

Cuando nos ponemos las gafas con cristales de color de rosa todo parece maravilloso. Pero lo cierto es que solo estamos viendo una imagen distorsionada e incompleta de la realidad. Necesitamos unas gafas sin filtros que nos permitan ver la paleta completa de colores, incluidos los grises y, a veces, también los negros.

Podríamos definir la idealización como un proceso por el que atribuimos a una persona, situación, etc. valores o cualidades que nosotros creemos no poseer o, al menos, no en la medida en que los proyectamos fuera. Nos enfocamos solo en lo positivo y si acaso llegamos a ver alguna sombra inmediatamente la apartamos de nuestra consciencia y la pasamos por alto o la justificamos. ¿Significa esto que el objeto idealizado no posee las características que vemos en él? No necesariamente. Claro que puede tenerlas, pero son solo una parte de un conjunto mucho más amplio. Además, en muchas ocasiones, esta visión irreal puede acabar convirtiéndose en una pesada carga para aquel a quien idealizamos y, en consecuencia, en un obstáculo para cualquier relación honesta y real.

La idealización como parte de nuestro proceso de desarrollo

Durante la infancia, es normal que el niño idealice a sus figuras de apego e incluso que les dote de poderes mágicos y los convierta en superhéroes. De hecho, uno de los aspectos centrales para un correcto desarrollo de la identidad adulta es el tener la posibilidad de poder elaborar e internalizar esas representaciones positivas tanto de lo materno como de lo paterno.

Lo adecuado sería aprender de nuestras primeras relaciones, generalmente con los padres, el significado de sentirnos queridos, cuidados, seguros y validados incondicionalmente. Pero, lamentablemente, no siempre es así. Cuando ese amor, esa seguridad o esa aprobación no existen o se ofrecen de manera condicional el niño necesita desarrollar mecanismos de protección que le ayuden a seguir adelante.

En el caso de la idealización, puede aparecer, por ejemplo, cuando el niño maltratado o abusado aprende a eludir los aspectos más negativos de la figura maltratadora o abusadora como un modo de mantener un vínculo que necesita para sobrevivir.

Muy posiblemente, en la edad adulta la persona recurrirá a este mecanismo de defensa para seguir buscando la seguridad, el reconocimiento y el amor que no tuvo. Por ejemplo, fantaseando cada vez que conoce a alguien con establecer una relación diferente a las que ha tenido en el pasado. Una relación en la que no le lastimen, ni le traicionen. Este podría ser el caso de Manuel, un chico con dificultades en el terreno de las relaciones personales. Cuando conoce a alguien que parece encajar con su ideal de amigo, automáticamente lo sube a un pedestal altísimo, ensalzando sus cualidades positivas e ignorando las que se alejan de ese ideal. Sin embargo, basta que su nuevo amigo cometa un solo fallo, por mínimo que sea, para que Manuel se sienta traicionado e, incapaz de lidiar con esta realidad, lo traslade directamente a su lista de enemigos.

Idealizar a las figuras de apego es parte del desarrollo del niño.

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Un mecanismo de defensa que nos aleja de la realidad

Como hemos dicho al principio, todos idealizamos en algún momento, entre otras razones porque es un modo de mantener la esperanza en que las cosas irán bien. Y esto es positivo y adaptativo porque, si solo pensáramos en las dificultades que vamos a encontrar al iniciar una relación o al afrontar un nuevo proyecto, posiblemente ni lo intentaríamos.

Ahora bien, este proceso interno, en principio adaptativo, puede convertirse en un mecanismo de defensa rígido y automático.

Los mecanismos de defensa son estrategias psicológicas inconscientes cuyo objetivo es ayudarnos a mantener nuestro equilibrio interior. Nos ayudan a defendernos de pensamientos y sentimientos negativos que pueden generarnos dolor y angustia y amenazar nuestra autoimagen. Serían algo así como esas aplicaciones que siguen ejecutándose en segundo plano en nuestro móvil y que van a agotando la batería sin que nos demos cuenta.

En el caso de la idealización, nuestro sistema busca ese equilibrio interno a costa de negar la realidad. Resaltamos lo bueno del objeto idealizado y lo rodeamos de un halo de perfección, a la vez que eliminamos cualquier defecto, fallo o cualidad negativa que nos estorbe en esta creación de nuestra idea perfecta.

Inconscientemente, nos alejamos de la angustia y del conflicto interno que supondría enfrentarnos con la imagen real y sin filtros. Siguiendo con el ejemplo de las aplicaciones del móvil, Imagina que tienes una de esas que ofrecen filtros super favorecedores. Una cosa es que te entretengas con ella de vez en cuando y otra, muy diferente, es que siga ejecutándose sin que tú seas consciente y modifique cualquier foto que recibas o quieras ver. Las imágenes serán fantásticas y preciosas, pero no estarás viendo la realidad sino un falso reflejo.

En su libro No soy yo, Anabel Gonzalez habla de la idealización como uno de nuestros sistemas de protección: «Idealizo. Me formo una imagen muy positiva de los demás, de mis capacidades para solucionar problemas o de cómo soy yo. Veo las cosas o la gente, o a mí mismo como me gustaría que fueran. Con determinadas figuras de mi vida se me hace difícil reconocer que puedan tener fallos o defectos. Soluciono la realidad cambiándola por mi propia versión. A veces vivo en mi propio planeta donde todo es como debe ser. En ese lugar habitan versiones de las personas, pero tal como querría que se comportaran conmigo. En ese planeta vive la familia que hubiera deseado tener, el trabajo de mis sueños, mi media naranja y los amigos de verdad. Me paso el día comparando la realidad con esta referencia».

¿Por qué colocamos a los otros en un pedestal?

Hay varias razones por las que idealizamos a otras personas, entre ellas:

  • Evitar la frustración y neutralizar nuestra angustia. Necesitamos pensar que aquel en quien depositamos nuestra confianza y a quien mostramos nuestra vulnerabilidad no nos va a decepcionar nunca, especialmente si no nos sentimos capacitados para afrontar determinadas situaciones. Si doy por hecho que alguien es tan maravilloso que nunca podría hacerme daño, me estoy protegiendo de un hipotético sufrimiento. A través de la idealización, estoy convirtiéndole en una figura protectora y atribuyéndole unas cualidades, a veces irreales, en las que apoyar mi esperanza de que todo irá bien.
  • Necesidad de protección. Hay personas que necesitan tener cerca figuras que consideran fuertes y poderosas, a quienes admirar y valorar. La atribución de esos poderes hace que se sientan protegidas. En este caso el objetivo de la idealización es asegurarnos de que hay alguien que va a poder ayudarnos cuando lo necesitemos. Esto nos permitirá sentirnos acompañados y seguros ya que, aunque nosotros no seamos fuertes, el otro sí lo es.
  • Mejorar nuestra autoestima. Si tengo baja autoestima, sobredimensionaré en los demás aquellas cualidades que siento que a mí me faltan. El peligro es que el hecho de considerar al otro perfecto e inalcanzable, mientras yo me siento inferior, puede acabar derivando en relaciones de dependencia y en comportamientos sumisos y complacientes.
  • Búsqueda de la perfección. Para quienes son muy perfeccionistas no hay escala de grises, todo es blanco o negro. Y las personas, igualmente, se dividen entre fantásticas u horribles. Así que, para poder relacionarse, necesitan recurrir a la idealización, ensalzando virtudes y negando cualidades que no cuadren con su sistema de valores.
  • Proyectar en el otro esa imagen idealizada que nos gustaría ver en nosotros mismos y que sentimos que no podemos alcanzar. Esta visión tiene que ver con todo lo que queremos ser y con cómo queremos que nos vean. Ocurre, por ejemplo, cuando convertimos en poco menos que dioses a personas de carne y hueso que han destacado por algún motivo, ya sean cantantes, políticos, futbolistas, influencers y personajes famosos en general.
  • Intentar que otros cubran nuestras propias carencias. Imaginaos a una madre que lleva a su hijo a terapia y aprovecha cualquier ocasión para resaltar la profesionalidad y alabar los conocimientos del psicólogo, pidiéndole consejo continuamente en cada paso que da respecto a la crianza de su hijo. Al idealizar al terapeuta, lo que esta mujer está haciendo inconscientemente es buscar una solución a través del trabajo casi exclusivo del profesional, depositando en él cualquier responsabilidad y eludiendo la que ella tiene como madre.

Cuando idealizamos al otro proyectamos en él la imagen idealizada que nos gustaría ver en nosotros mismos.

Idealización y narcisismo

La idealización está estrechamente ligada al narcisismo, tanto al propio como al de los demás.

El narcisista se identifica con una visión idealizada de sí mismo porque la imagen que tiene de su yo real le resulta inaceptable. Sin embargo, para mantener esta aparente perfección necesita un público que lo admire y alimente su ilusión de grandeza. El modo de conseguir esto es, unas veces, subirse al trono de la superioridad, haciendo sentir al otro afortunado por haberse fijado en él. Y otras, disfrazar ese narcisismo de vulnerabilidad despertando en la persona elegida la necesidad de cuidarle y rescatarle.

A su vez, lo que buscan a menudo quienes idealizan a este tipo de personas es identificarse con lo que esta figura supone para ellos. Si tú, que eres especial y único, te fijas en mí, de algún modo yo también seré especial y único.

Ahora bien, el peligro de adorar a un narcisista es que en cualquier momento podemos pasar de ser los elegidos a ser unos ‘apestados’. Entre frases como «Eres perfecto» o «Eres la mujer de mi vida» y «Eres despreciable» hay una línea finísima. Un narcisista seductor capaz de convertirte en la persona más especial del mundo, también te hará sentir la más insignificante cuando se canse de ti.

Algo parecido ocurre en familias con progenitores narcisistas en las que se otorga a uno de los hijos el papel de favorito o ‘niño dorado’. Este hijo, idealizado por el padre o la madre narcisista, cumple todo lo que se le pide, mostrando obediencia ciega y a la vez aislándose de los demás miembros de la familia, que lo ven como el niñito mimado. Sin embargo, también lleva una pesada carga sobre sus espaldas, ya que el más mínimo fracaso, decepción o cualquier ápice de pensamiento crítico harán que pase de ser el preferido a convertirse en chivo expiatorio.

El alto precio de idealizar a los demás

Convertir a los demás en modelos de perfección puede traernos algunas consecuencias no deseadas. Vamos a ver algunas:

  • De la idealización a la devaluación. Como nadie es perfecto y antes o después todos cometemos errores, cuando la venda se nos caiga de los ojos hay bastantes probabilidades de que pasemos de la idealización a la decepción, la frustración e, incluso, a la sensación de sentirnos traicionados. María puso a Beatriz la etiqueta de «la más amable y generosa» desde que le echó una mano con una tarea en el trabajo. Pero todo cambió cuando volvió a pedirle ayuda y Beatriz le explicó que esta vez no podía sentarse con ella porque tenía algunos encargos que terminar. Automáticamente, María pasó de adorarla a odiarla y a considerarla la peor compañera del mundo.
  • Vivir en una falsa realidad. Siguiendo con el ejemplo anterior, también puede ocurrir lo contrario. Para poder salvaguardar su equilibrio psicológico, María necesita mantener a toda costa las creencias que ha desarrollado sobre Beatriz. Así que, da igual que esta le hable mal, la ningunee o se las ingenie para endosarle siempre los encargos más complicados. María lo justificará todo, ignorará las pruebas y la información que contradigan «su» realidad y buscará activamente aquello que apoye su creencia distorsionada.
  • Desplazar hacia otras personas emociones desagradables que no nos permitimos sentir por la figura idealizada. El padre de Rosa la abandonó cuando era muy pequeña. Ella, incapaz de admitir el dolor que ese comportamiento le había causado, idealizó la figura paterna hasta el punto de crear en su mente todo tipo de justificaciones a aquella conducta. Sin embargo, lo que había detrás era mucha rabia y desconfianza, algo de lo que no era consciente. Esta hostilidad que en realidad sentía hacia su padre la descargaba sobre los hombres que conocía. En respuesta a ello, sus parejas siempre acababan dejándola y ella, incapaz de ver la realidad, insistía en que su ira estaba más que justificada por el hecho de que ellos siempre la dejaban.
  • Evitar emociones como la culpa y la vergüenza. Algo similar a lo anterior ocurre con la culpa y la vergüenza, que también se ocultan detrás de la idealización. Mi madre no me protegió del maltrato de mi padre ni estuvo disponible emocionalmente para mí cuando la necesité. Pero odiarla o sentir rabia hacia ella me produce mucha culpa y vergüenza. Así que encuentro en la idealización el modo de neutralizar, o al menos suavizar, esas emociones tan desestabilizadoras. A fuerza de enfocarme en las cualidades positivas de mi madre y ensalzarlas, transformaré su figura en objeto de idealización en vez de en blanco de desprecio y de reproches. En pocas palabras, ocultaré sus defectos y carencias para poder quererla. Pero lo cierto es que esos sentimientos siguen ahí y por mucho que se oculten acabarán pasando factura. ¿Cómo? Generando malestar, somatizaciones o psicopatologías, como depresión, ansiedad, etc.

No solo convertimos a las personas en modelos de perfección

La idealización puede tener lugar en el ámbito de la pareja, de la amistad, la familia, las relaciones laborales o en otros entornos donde haya implicado algún tipo de vínculo. Sin embargo, también se produce más allá de las relaciones personales. Idealizamos animales, objetos, lugares, ideologías o momentos en los que depositamos o hemos depositado nuestras vinculaciones afectivas.

En la costumbre de idealizar el pasado, por ejemplo, hay cierto sesgo cognitivo. Como cuenta Francisco J. Rubia en su libro El cerebro nos engaña, «cuando una persona intenta recordar un hecho del pasado, muy a menudo el recuerdo está formado e influenciado por la «actitud» hacia lo ocurrido. Es decir, que las expectativas y deseos de esa persona de lo que debería haber ocurrido tienen mucha más importancia que lo que ocurrió en realidad. (…) En este proceso de reconstrucción, llenamos huecos, redondeamos aristas y hacemos lógico lo que no lo es».

En cuanto a la idealización de sistemas de creencias e ideologías, el filósofo colombiano Estanislao Zuleta habla de «demanda y oferta de idealización» en su ensayo Sobre la idealización en la vida personal y colectiva. Detrás de la demanda o, lo que es lo mismo, de la búsqueda de ser idealizado, puede ocultarse la necesidad de exteriorizar una convicción y que los demás la compartan con el mismo entusiasmo. En el caso de la «oferta de idealización», proyectamos en un grupo, una persona o una ideología un «yo ideal del cual se espera una protección absoluta, una identidad garantizada, y una respuesta a todos los interrogantes» para los que nosotros no hemos encontrado respuesta.

Idealizamos el pasado cuando solo somos capaces de ver lo positivo y olvidamos lo negativo.

Cómo puede ayudar la terapia

En caso de que tu tendencia a la idealización esté causándote demasiados problemas, no dudes en buscar apoyo profesional. La terapia te ayudará a:

  • Identificar esos mecanismos que están conduciéndote a relaciones idealizadas e irreales.
  • Localizar creencias irracionales que te llevan a buscar la perfección en ti y en los demás.
  • Comprender que es posible experimentar un sentimiento hacia otra persona y también el contrario.
  • Acoger y validar cada una de tus emociones (por ‘feas’ o desagradables que te parezcan), en vez de reprimirlas y acabar haciéndote daño o haciéndoselo a los demás.
  • Trabajar en tu autoestima. Así no dependerás de la aceptación de los otros o de que te cuiden o cubran tus carencias.
  • Repasar tu historia de vida y entender dónde y cómo aprendiste a recurrir al mecanismo de la idealización.

(Si necesitas ayuda puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en tu proceso)

La triangulación narcisista es una técnica de manipulación tan sutil como cruel.

Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel

Triangulación narcisista, una técnica de manipulación tan sutil como cruel 1920 1280 BELÉN PICADO

Es obvio que a nadie le gusta que le manipulen. Sin embargo, hay tácticas tan sutiles que resulta muy difícil darse cuenta. Una de ellas es la triangulación narcisista y se da en todo tipo de entornos: pareja, familia, ámbito laboral, círculo de amistades… Si tu pareja te compara a todas horas con su ex, si un amigo está hablando mal de ti a tus espaldas con el objetivo de excluirte del grupo, si tu madre te llama cada día para criticar a tu padre o te recuerda siempre que el hijo de la vecina es mucho más inteligente que tú… estás siendo participante involuntario de un ‘juego’ muy tóxico. Deshacer este triángulo y, lo que es más importante, no llegar a ser uno de sus vértices, pasa por conocer cómo funciona.

(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)

La triangulación es un proceso relacional que se produce cuando una persona que está en conflicto con otra involucra a un tercero para conseguir mayor respaldo o disminuir su propio malestar. Se trata de una forma, indirecta y muy sutil, de maltrato y abuso psicológico cuyo objetivo es generar confusión y desestabilizar a alguien recurriendo a terceras personas. Un ejemplo lo tenemos en familias cuyos progenitores están enfrentados y buscan el respaldo de sus hijos tratando de ponerlos en contra del otro. O utilizándolos para transmitirse mensajes sin tener que hablar entre ellos directamente. En estos casos en los que se involucra a menores el efecto puede ser devastador.

También existe triangulación cuando dos o más amigos discuten y buscan a un tercero que ejerza de árbitro. Incluso puede que ni siquiera sea necesaria la presencia de un colaborador. Este es el caso de la madre que, en vez de expresar directamente su enfado con un hijo, le amenaza utilizando al otro progenitor («¡Ya verás cuando se lo diga a tu padre!«).

¿Triangulación o desahogo?

No siempre que recurrimos a un tercero, para desahogarnos o para que nos dé otra perspectiva respecto a una disputa que tengamos con alguien, estamos manipulándolo. La clave está en si somos o no capaces de resolver ese problema con quien lo tenemos de forma abierta y asertiva y también en si lo que estamos buscando es controlar la situación y a la persona con quien estamos en conflicto. Si alguien utiliza la comunicación como una forma de controlar, engañar y manipular, no hay duda. Hay triangulación.

Por ejemplo, imagina que tienes problemas con tu pareja. Estás recurriendo a la triangulación cuando, en lugar de hablar directamente con ella y contribuir a reparar cualquier desconexión emocional entre vosotros, utilizas a alguien más para tu propio beneficio personal. Al hacer intervenir a un tercero, no solo estás eludiendo tu responsabilidad en ese desencuentro. También estás pasando por alto las consecuencias de tus acciones y olvidándote de cómo tu comportamiento va a afectar a tu pareja.

En la triangulación narcisista, el manipulador utiliza la comunicación como una forma de controlar, engañar y manipular.

Los vértices del triángulo

En la triangulación siempre hay tres componentes.

El manipulador o triangulador

Es la persona que despliega el comportamiento tóxico y que, percibiéndose ella misma parte perjudicada de la situación, se atribuye el derecho de acudir a un tercero para malmeter contra la auténtica víctima. Podríamos establecer dos tipos de manipuladores: los que utilizan la triangulación de forma inconsciente, siguiendo un impulso y sin tener un plan previamente trazado, y los que tienen clarísimos los pasos que está dando para aislar, desvalorizar y controlar a su víctima. En cuanto al estilo de comunicación que utilizan en ambos casos, puede ser agresivo o pasivo-agresivo.

Aunque cualquiera puede caer en la tentación de recurrir a un tercero para malmeter contra alguien, es mucho más común en personas con rasgos psicópatas y/o narcisistas y con un bajo nivel de tolerancia a la frustración. Además, quien utiliza la triangulación no lo hace de forma puntual. Tiende a recurrir a ella frecuentemente, con más de una persona y en diferentes contextos (familiar, laboral, pareja, amistades…). Asimismo, son más propensas a valerse de ese tipo de manipulación las personas con un bajo grado de diferenciación. En cuanto a su gestión emocional, como no es capaz de responsabilizarse de sus propias acciones y emociones las proyecta en la víctima, argumentando ante el tercero que él solo está defendiéndose.

Quien pone en marcha esta estrategia busca, básicamente:

  • Que alguien refuerce y apoye su punto de vista (en muchas ocasiones debido a la falta de confianza sí mismo).
  • Eludir y desviar un conflicto, que no sabe cómo manejar, utilizando a otra persona.
  • Obtener apoyo y aprovecharlo para demostrar que tiene la razón y que su propio punto de vista es el único válido.
  • Asegurarse el control de la situación intentando ‘dirigir’ la emoción de alguien contra la persona con quien tiene el conflicto.
  • Desvalorizar a la víctima, debilitarla, descalificarla y minar su capacidad de respuesta. Y así asegurarse de que no tenga fortaleza suficiente como para enfrentarse a él.

Aunque en algún momento pueda llegar a parecer que el objetivo de quien malmete es solucionar un conflicto, nada más lejos de la realidad. Los desacuerdos que no se exponen y se discuten abiertamente entre las partes implicadas no se pueden resolver, así que lo que busca de verdad el manipulador es asegurarse el control de la situación y de los otros dos vértices del triángulo.

El tercero o colaborador

Es la figura que introduce el manipulador en el triángulo para ponerla de su lado y en contra de la víctima. Por lo general, no se percata de que la están utilizando y a menudo acaba convirtiéndose en aliada involuntaria. En función de lo creíble y vehemente que resulte el triangulador, es fácil que esta tercera persona acabe viéndolo como el perjudicado, implicándose en un problema que no va con ella y contribuyendo, directa o indirectamente, a aumentar la vulnerabilidad de la auténtica víctima.

A veces, quien adopta este rol es alguien cercano al manipulador y que quiere ganarse su aprobación y su atención. Esto facilita que caiga en el juego sin oponer mucha resistencia y sin llegar a detectar posibles incongruencias o actitudes tóxicas. En otras ocasiones, el tercero ni siquiera es real. Alguien con rasgos narcisistas, por ejemplo, puede inventarse una tercera persona y utilizarla para desvalorizar a su pareja y erosionar su autoestima.

La víctima

Estoy siendo víctima de triangulación narcisista cuando mi pareja me compara con su ex. Pero también puedo serlo después de romper la relación cuando, de repente, se muestra encantado o encantada con una nueva conquista, anuncia a los cuatro vientos lo feliz que está y se las ingenia para hacerme saber, sutil o descaradamente, que esta nueva persona tiene todo lo que a mí me falta. Igualmente es víctima de triangulación el niño o adolescente que es utilizado como ‘arma arrojadiza’ por unos progenitores que no son capaces de hablar entre ellos y solucionar sus conflictos.

Cuando hay un vínculo emocional con el manipulador es habitual que la víctima no se percate de lo que está ocurriendo y acabe experimentando un profundo sentimiento de culpa. Si la situación se prolonga en el tiempo, las consecuencias, además, pueden llegar a ser muy dañinas: aislamiento, inseguridad, deterioro de la autoestima, depresión, ansiedad, dependencia emocional, etc.

Ahora bien, es importante comprender que en cualquier dinámica relacional cada integrante tiene parte de responsabilidad. En la triangulación, la víctima se convierte de algún modo en ‘cómplice’ de la manipulación cuando asume un rol pasivo y sumiso, creyendo que así evitará problemas mayores. Por supuesto, esto no significa que tenga la culpa de lo que está ocurriendo, ni mucho menos. Lo que ocurre es que algunos mecanismos psicológicos que ponemos en marcha de forma automática e inconsciente facilitan que nos situemos en este vértice del triángulo. Por eso es tan importante aprender a detectar cualquier tipo de manipulación como llegar conocernos bien a nosotros mismos.

Triangulación narcisista en el trabao.

De manipulador a víctima y de tercero a manipulador

Una de las características de la triangulación es que, en ocasiones, los roles se diluyen e intercambian. Si me doy cuenta de que alguien está malmetiendo contra mí, puedo buscar a otra u otras personas que se pongan de mi lado. Así podré hacer equipo contra el manipulador. En este caso, este pasaría a convertirse en víctima y viceversa.

Puede suceder que la tercera persona no solo tome partido por el  triangulador, sino que se tome tan en serio su papel que termine convirtiéndose en manipuladora. Por otra parte, el tercero también puede considerarse víctima en el sentido de que igualmente está siendo utilizado. Es más, posiblemente, una vez que cumpla su función el manipulador no querrá saber más de él.

Comparar, reclutar, difamar y generar desconfianza

Conocer las tácticas que utilizan los trianguladores nos ayudará a no caer en su trampa:

  • Generar celos en la víctima. Esta estrategia es una de las preferidas de los narcisistas en sus relaciones sentimentales y a menudo se suma a otras utilizadas dentro del abuso psicológico conocido como luz de gas. Puede empezar con comentarios esporádicos y aparentemente casuales que poco a poco irán siendo más frecuentes, alabando a su ex o a otra mujer. Por ejemplo, Antonio empieza a flirtear con alguien y cuando Teresa, su pareja, se lo reprocha, él lo niega o le hace ver que son imaginaciones suyas y está exagerando. De este modo, Teresa se obsesionará más y Antonio tendrá la excusa perfecta para adoptar él mismo el papel de víctima. Incluso puede recurrir a una segunda triangulación si luego, además, busca a otra persona para quejarse de lo mal que se lo está haciendo pasar Teresa y de cómo lo está agobiando.
  • Comparación. Comparar a la víctima, de forma implícita o explícita, con otra persona o personas. Esto puede llevarse a cabo, bien dirigiéndose directamente a quien se quiere controlar, o bien indirectamente, hablando de ella a un tercero. En cualquier caso, la que sale peor parada en esta comparación es la víctima, que siempre resultará ser menos atractiva, interesante, inteligente…
  • Reclutamiento. Atraer aliados que se pongan de parte del manipulador, defiendan su versión de los hechos y lo ayuden a aislar a la víctima. Es el caso de padres y madres en conflicto que buscan atraer hacia su ‘bando’ a los hijos contando solo su versión de los hechos. ¿El objetivo? Recabar apoyos y aumentar las posibilidades de que el otro progenitor quede aislado o sea visto como el ‘malo de la película’.
  • Difamación. Haciendo uso de un engaño, más o menos elaborado, el triangulador busca perjudicar a la víctima exagerando la realidad o inventando mentiras sobre los hechos en los que basa su ‘ataque’. De este modo, la persona contra la que está malmetiendo aparece como alguien despreciable y así resulta más fácil que se la rechace. Puede ocurrir que la víctima logre romper con su pareja narcisista y esta recurra a la difamación en un intento de vengarse y aislarla.

La triangulación es una estrategia de manipulación muy utilizada por personas con rasgos narcisistas.

Cómo salir del triángulo o, mejor, cómo no entrar en él

A continuación, os doy algunas pautas para no caer en esta dinámica tan tóxica.

  • Practica la asertividad. A veces, evidenciar y denunciar una estrategia manipuladora como la triangulación no es fácil. Sobre todo, cuando parece que eres tú el único o la única que lo ve o no te sientes cómodo/a manteniendo determinadas conversaciones. En cualquiera de estos casos, la asertividad te ayudará a exponer lo que deseas. Piensa bien lo que quieres decir y exprésate en un tono respetuoso en todo momento.
  • Aprende a poner límites. Establecer límites saludables en las relaciones y asegurarse de que se respetan también es útil para prevenir y, si llega el caso, abordar una triangulación. Es más, basta con que una de las partes establezca dichos límites para poner fin al juego (o para que este ni siquiera empiece).
  • Recuerda que no necesitas competir por el amor de nadie. Si tu pareja, un amigo o un familiar recurre a la triangulación para compararte con una tercera persona o para hacerte ver que eres prescindible recuerda que nadie que te respete y te quiera de forma sana va a desear que compitas por su amor o su atención. El valor de cada uno de nosotros es independiente de lo que otros quieran hacernos ver. Hasta que no tomes conciencia de esto, seguirás comparándote con los demás y antes o después volverás a caer en las redes de otros manipuladores.
  • Aléjate. Si ves que no funciona poner límites o adoptar un estilo de comunicación asertivo, es posible que te toque poner distancia. Hay veces en que las relaciones se vuelven demasiado tóxicas y el único modo de salvaguardar nuestra salud mental y emocional es alejarnos y cortar la relación que nos está dañando.
  • Pide ayuda. En ocasiones, poner distancia no es suficiente y necesitamos emprender un profundo trabajo psicológico para tomar plena conciencia del abuso en el que nos hemos visto inmersos, eliminar las creencias desadaptativas que hayan podido quedarse ancladas dentro de nosotros y recuperar nuestra autoestima. Un proceso terapéutico te ayudará a conocerte mejor. Si detectas patrones psicológicos internos que pueden haber facilitado la triangulación, podrás cambiarlos e impedir que vuelvan a tomar el control de tu vida o tus emociones. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)
  • Reflexiona sobre tu forma de comunicarte. En el caso de que observes que eres tú quien suele iniciar este comportamiento, reflexiona dónde has aprendido a recurrir a este estilo de comunicación. ¿Hasta qué punto te es útil? ¿Qué precio estás dispuesto a pagar por salirte con la tuya? Si realmente crees que tienes razón y que la otra persona no ha actuado correctamente, házselo saber. Pero hazlo de forma directa y no te escudes en terceras personas. Verás que los beneficios son mucho mayores cuando te responsabilizas de tus pensamientos y emociones y los expresas abiertamente sin ayuda de terceros, de forma asertiva y empática.
Liberarse del victimismo y la queja constante es posible

La trampa del victimismo (II): Así puedes salir de la queja constante

La trampa del victimismo (II): Así puedes salir de la queja constante 1297 809 BELÉN PICADO

En el anterior artículo sobre la trampa del victimismo, conocíamos los factores que hay en la base de este comportamiento y algunas de sus características para aprender a identificarlo, tanto en nosotros como en otras personas. Así que en esta ocasión vamos a ver cómo salir de una actitud tan dañina y también cómo aprender a relacionarnos con personas que viven en una queja constante.

Porque, si seguimos encadenados a ese rol de víctima, el precio que pagaremos será muy alto. Sí, es posible que a corto plazo obtengamos ciertos beneficios a través de la queja y el lamento y consigamos la atención y el afecto que buscamos. Pero también tenemos que saber que acomodarse en esta actitud acabará paralizándonos y trayéndonos consecuencias muy negativas:

  • Aislamiento social. Por mucho que nos quieran, las personas que hay a nuestro alrededor se agotarán con nuestras exigencias, nuestra hostilidad y nuestros lamentos. Y al final acabarán alejándose, bien porque les echemos o bien porque se sientan manipuladas o se cansen de intentarlo todo para ayudarnos y nosotros no hagamos nada para mejorar nuestra situación.
  • Insatisfacción. Como no estamos acostumbrados a afrontar nuestros propios problemas o a buscar alternativas, viviremos permanentemente atascados en la frustración y la decepción, esperando que alguien venga a sacarnos de ahí.
  • Inestabilidad emocional. La falta de autocrítica, no querer ver la realidad o rechazar emociones que, aunque desagradables, son necesarias (enfado, tristeza, miedo…) impedirán que podamos conseguir una adecuada regulación emocional.
  • Abuso emocional. Si seguimos sin respetar los límites de los demás y exigiendo que se hagan cargo de nuestras carencias, acabaremos convirtiéndonos en personas tóxicas que solo saben comunicarse a través de la queja y la manipulación.
  • Inmovilidad. Cuando no hacemos otra cosa que quejarnos, sin hacer nada para cambiar nuestra situación, dejamos de avanzar y de crecer como personas. Y, desde esta inmovilidad, renunciamos además a la posibilidad de elegir la vida que queremos llevar, de convertirnos en la persona que deseamos ser.
  • Resentimiento. En muchos casos, la persona que cae en el victimismo crónico termina alimentando sentimientos como el odio o el rencor, que pueden desembocar en un victimismo agresivo. Es el caso de quien no se limita a lamentarse o a quejarse, sino que ataca a los demás, mostrándose intolerante e intransigente.

Escapar del victimismo y dejar atrás la queja constante

Qué puedo hacer para escapar del victimismo crónico y la queja constante

Si has sido capaz de verte reflejado o reflejada en alguna de las características que enumeré en el anterior artículo sobre la trampa del victimismo, enhorabuena. Acabas de dar el primer paso y, quizás, el más difícil: tomar conciencia. Aquí tienes algunas pautas para salir del «modo queja»:

  • Identifica tus necesidades. Para un momento e indaga en los posibles motivos que te han llevado a acomodarte en el rol de víctima. ¿Qué necesidades no satisfechas hay detrás de la queja y el lamento? ¿Necesito ser escuchada? ¿Quiero sentirme querido? ¿Busco que me presten atención? Te ayudará responderte a estas preguntas porque cuando nos damos cuenta de lo que queremos realmente, es más fácil expresarlo y pedirlo de forma abierta (en vez de hacerlo desde una posición manipuladora o victimista).
  • Mejora tus habilidades comunicativas. Practica la comunicación asertiva, aprende a expresar lo que quieres de forma más abierta y evita convertirte siempre en el protagonista de cualquier conversación. Y, por supuesto, dale un lugar importante a la escucha activa (del mismo modo que tú quieres desahogarte, los demás también lo necesitan). Todo esto va a suponer un esfuerzo extra, pero verás como el resultado merece la pena.
  • Detecta esos pensamientos que están fomentando el victimismo. Afirmaciones como «La vida no es justa conmigo», «Todo lo malo me pasa a mí» o «No le importo a nadie» son creencias irracionales y distorsiones cognitivas basadas en sobregeneralizaciones, pensamientos catastrofistas o predicciones sin una base realista. Esas ideas irracionales son las que a menudo acaban determinando nuestras emociones y decisiones y mediatizando nuestra relación con el mundo y con los problemas que van surgiendo. Para cambiar nuestro modo de interpretar esos pensamientos, antes tenemos que tomar conciencia de ellos y comprender cómo influyen en nuestros estados emocionales.
  • Presta atención a tu lenguaje. Las palabras pueden cambiar mucho el modo en que interpretamos la realidad. Olvídate de aquellas que implican obligación, como «tienes que…» o «deberías». Al fin y al cabo, nadie está obligado a satisfacer nuestras necesidades. Trata también de evitar términos categóricos o absolutos como «todos», «nadie», «nunca» o «siempre». Verlo todo en blanco y negro te llevará a tener una visión muy limitada de una realidad que está llena de colores y matices.
  • Reconcíliate con tus emociones. Esto implica aprender a reconocerlas y a expresarlas adecuadamente. En gran parte, la actitud victimista es el resultado de la incapacidad de aceptar emociones que pueden ser desagradables, pero también necesarias. Es el caso del enfado, la tristeza o el miedo. Igualmente necesario es mejorar nuestro vocabulario emocional. Los seres humanos somos capaces de experimentar más de cien estados emocionales y cuantos más podamos identificar, mejor podremos regularlos. Por ejemplo, en vez de limitarte al «Estoy mal», intenta ir un poco más allá: ¿Qué tipo de malestar es? ¿Decepción, enfado, tristeza, frustración, humillación…?

  • Entrena tu tolerancia a la frustración. Si consigues sostener la frustración que conlleva el fracaso te darás cuenta de que el hecho de no conseguir algo concreto no significa que seas un fracasado o seas menos valioso como persona. Cuando aprendas a relativizar y aceptes que, a veces, las cosas no salen como esperas, ya no necesitarás recurrir a la queja constante como mecanismo de defensa.
  • Busca la excepción. Al sobregeneralizar, la persona victimista da por hecho que absolutamente todo lo que le rodea es territorio enemigo. Para empezar a desmontar esta idea irracional, prueba  a hacer un análisis de la realidad que te rodea. ¿De verdad es todo tan malo o, quizás, haya algo mínimamente positivo por pequeño que sea? ¿Absolutamente todo el mundo está contra ti? ¿No hay ni una sola persona que no sea tu enemiga?
  • Un día sin quejas. Prueba a estar un día sin quejarte y observa cómo te sientes al final de la jornada. Quizás así te des cuenta de que tu sufrimiento no es tan grande como has percibido hasta ahora. En su libro Un mundo sin quejas, Will Bowen propone el reto de estar 21 día sin lamentarse. Su objetivo no es tanto dejar de quejarse por completo, como hacernos conscientes de las veces que lo hacemos y entender las consecuencias de vivir instalados en esta actitud.
  • Responsabilízate de tu vida. En vez de culpar a la mala suerte o a quienes te rodean de tus desgracias, aprende a aceptar que a veces las cosas simplemente no salen como queremos. Nadie tiene la culpa de que tengamos un mal día, pero sí soy responsable de mi actitud a la hora de afrontarlo. Otra forma de hacernos cargo de nuestra propia vida es comprender que el hecho de haber vivido en la infancia situaciones complicadas no justifica que sigamos instalados en el rol de víctima, amparándonos en lo injusta que ha sido la vida con nosotros. Como adultos, somos los únicos responsables de nuestras emociones, actitudes y comportamientos.
  • Aprende a diferenciar autocompasión de victimismo. Ser compasivo conmigo mismo y acoger mi dolor implica también hacerme cargo del mismo sin buscar responsables externos o culpables, al contrario de lo que ocurre si me quedo en el rol de víctima. La autocompasión es un acto de autocuidado que implica ser capaz de reconocerme, aceptarme y sostenerme en mis momentos de vulnerabilidad. El victimismo, por el contrario, es una forma de hacernos daño a nosotros mismos y a quienes nos rodean desde la negatividad y, en muchos casos, desde la hostilidad.
  • Pide ayuda. Si ves que tú solo/a no puedes salir de este lugar y que tu actitud está afectando a alguna parcela importante de tu vida, no dudes en buscar ayuda profesional. Iniciar un proceso terapéutico te ayudará a cambiar una posición pasiva y pesimista por una actitud activa y responsable que mejorará tu salud mental y emocional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)

¿Cómo me relaciono con una persona victimista sin caer en el síndrome del salvador?

Relacionarse con una persona que vive instalada en la queja constante no es tarea fácil, sobre todo para quienes están acostumbrados a funcionar desde el rol de salvador.

  • Ofrécele tu apoyo, pero sin asumir responsabilidades que no son tuyas. Valora hasta qué punto se trata de algo para lo que necesita ayuda o puede hacerlo por sí mismo. «Estoy aquí, te apoyo, pero no voy a hacerlo por ti. ¿Quieres que hablemos sobre cómo puedes solucionarlo?». Si nos dejamos llevar por el síndrome del salvador, no ayudaremos sino todo lo contrario. Resolver los problemas del otro impide que crezca como persona y le deja sin herramientas para afrontar los retos que vaya encontrando en su camino.
  • Conviértete en un experto en asertividad. Expresa cómo te sientes desde la honestidad. Y si hay algo que te molesta de su comportamiento, expónselo asumiendo que es posible que no obtengas la respuesta que te gustaría. De este modo, podrás salir indemne de su comunicación pasivo-agresiva. Por ejemplo, si alguien se enfada con nosotros porque esperaba que estuviésemos más pendientes de él, respetaremos su enfado y le ofreceremos hablar sobre cómo se siente, pero sin insistir demasiado. Dejaremos que sea él quien dé el primer paso y una vez que lo haya hecho, le escucharemos, pero también expresaremos nuestro punto de vista. Se trata de generar una relación de igual a igual, en lugar de una de cuidador y cuidado.
  • Evita ponerte en modo anti-víctima. Con frases como «Siempre se está haciendo la víctima» o «Me niego a tratar con quejicas» te estás poniendo en una posición de superioridad injusta y que no va a solucionar nada. Escucharle o validar lo que siente, no implica darle la razón si no la tiene. Además, aunque algunas de sus creencias sean irracionales, sus emociones son reales.
  • Favorece que pase de la pasividad a la acción. Anímale a que piense qué puede hacer para afrontar alguna situación o problema o para lograr un objetivo determinado. Incluso podéis pensar juntos en estrategias que han utilizado personas que se han enfrentado a lo mismo y han tenido éxito.
  • Refuerza sus logros. Valida sus esfuerzos independientemente de los resultados y felicítale por cada paso que da o cada obstáculo que supere. Eso sí, reforzando la necesidad de que se responsabilice de sus tareas.
  • Sé honesto contigo mismo/a. Si estás en una relación con una persona que recurre siempre al victimismo para obtener lo que desea, empieza por preguntarte y reflexionar acerca de vuestra forma de relacionaros y de tu parte de responsabilidad. ¿Es posible que algunas de tus conductas o actitudes estén fomentando y reforzando su comportamiento?
  • Establece límites. Si nada de lo que haces funciona y sientes que cada vez te está exigiendo más, si te sientes manipulado o te hacen sentirte culpable, toma distancia. Alejarte cuando ves que el otro no sale de su posición pasiva y victimista es una forma de cuidarte y no te convierte en mala persona.

Relacionarse con alquien que vive en la queja constante no es fácil.

Una última recomendación: «El circo de las mariposas»

«No puedo hacerlo» es una de las frases de cabecera de una persona que se ha dejado atrapar por el victimismo. Y justo lo que hace el cortometraje que os recomiendo es desmontar esa creencia que a veces asumimos como parte de nuestra identidad, cuando, en realidad, es un patrón aprendido. Y, por tanto, puede ‘desaprenderse’. En El circo de las mariposas, corto dirigido por Joshua Weigel, se muestra cómo funciona el victimismo y también cómo acabar con él.

Al principio de la historia, Will (Nick Vujicic), un hombre sin brazos ni piernas se muestra incapaz de aceptar su situación y de ver más allá de sus limitaciones, llegándose a definir como «un inútil». Esta creencia limitante se ve reforzada por quienes le rodean, que solo prestan atención a su discapacidad. Pero, por suerte, aparecerá en su vida el dueño de un circo (Eduardo Verastegui), que le ayudará a ver que, además de limitaciones, también tiene fortalezas. Will tendrá que hacerse responsable de su actitud y dejar a un lado su posición pasiva para centrarse en lo que sí puede hacer.

Es muy cierto que los traumas nos influyen, pero no tienen por qué definir quiénes somos. Haber vivido una situación dolorosa no significa que tengamos que convertir el rol de víctima en parte de nuestra identidad. Es más, podemos crecer a partir del trauma, convertirnos en mejores personas e incluso aprovechar esas experiencias para ayudar a otros que pasan por situaciones similares.

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