¿Alguna vez has tenido la sensación de que lo que estás viviendo no pertenece a la realidad? «Me siento como si hubiera un muro de cristal delante de mí y solo pudiera ver el mundo a través de él», describía Lola hace unas semanas en una de nuestras sesiones. Y lo hacía entre avergonzada y asustada. Le tranquilizó saber que lo que le pasaba no era tan extraño como ella creía, ni se estaba volviendo loca. Percibir que lo que nos rodea forma parte de una ‘dimensión paralela’ es algo que cualquiera puede experimentar en determinadas circunstancias. Se llama desrealización y experimentarlo no significa, ni mucho menos, que uno esté volviéndose loco.
A veces, como en el caso de Lola, es un muro de cristal lo que se interpone entre la realidad y uno mismo. Otras personas lo definen como un banco de niebla. Hay quienes explican que se sienten como si vivieran dentro de un sueño o de una película. Y siempre con la sensación de que nada de lo que les rodea es real. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) la persona que experimenta un episodio de desrealización tiene la «experiencia de sentirse separado del propio entorno y como si se tratase de un observador externo (p. ej., las personas u objetos son experimentados como irreales, oníricos, difusos, sin vida o visualmente distorsionados)».
En muchos casos se trata de una experiencia pasajera cuando se atraviesa una época de mucho estrés. En otras ocasiones, forma parte de la sintomatología de ciertos trastornos psicológicos y los episodios pueden alargarse meses o incluso años en caso de no ser tratados. Además, a menudo quien sufre estos episodios no sabe muy bien qué le está pasando. Y, como es algo que le perturba y le asusta, lo suprime. Intenta apartarlo de su mente y no se lo menciona a nadie por miedo o vergüenza. «Tengo miedo de decirlo y que la gente se aleje de mí. No quiero que me vean como un bicho raro», me decía Lola.
Por todo esto es tan importante conocer esta alteración de la percepción. Pese a lo desagradable que pueda ser, cuanto más sepamos sobre ella, menos miedo nos dará. Y mejor podremos explicar a nuestro entorno qué nos está ocurriendo.
Aunque a veces temamos que detrás de la desrealización hay un problema serio, en la mayoría de las ocasiones es resultado de la ansiedad. Y preocuparse en exceso solo aumentará todavía más el malestar.
Aclarando conceptos. Desrealización, despersonalización y brotes psicóticos no son lo mismo
Hay una alteración que está muy relacionada con la desrealización: la despersonalización. Incluso en ocasiones ambos términos se utilizan cómo sinónimos. Sin embargo, aunque muchas veces se dan de forma conjunta, no son lo mismo. La desrealización se refiere a la percepción alterada del mundo externo y a la sensación de estar desconectado del entorno. La despersonalización, por su parte, tiene que ver con la percepción alterada de uno mismo y con la experiencia, según el DSM-5, de verse como «un observador externo respecto a los pensamientos, los sentimientos, las sensaciones, el cuerpo o las propias acciones».
(En este mismo blog puedes leer el artículo «Despersonalización: ¿Por qué me siento desconectado de mi cuerpo?»)
Tampoco hay que confundir tener un episodio de desrealización con sufrir un brote psicótico. En este último pueden darse delirios o alucinaciones, que no tienen nada que ver con la desrealización. Cuando tengo un delirio, estoy convencida de que algo es como yo lo veo o lo creo, aunque la evidencia me esté demostrando lo contrario. Por ejemplo, estoy segura de que mis vecinos me espían e interpreto la ropa tendida en las ventanas como un código secreto para comunicarse entre ellos. La alucinación, por su parte, es percibir algo que realmente no existe (por ejemplo, oír voces cuando nadie ha hablado). Sin embargo, en la desrealización soy consciente de lo que me pasa y sé que lo que estoy percibiendo no es real.
Respuesta emocional ‘descafeinada’ y desconexión del entorno
Estos son los síntomas más habituales que acompañan a la desrealización:
- La realidad no se percibe en conjunto, sino como elementos aislados.
- Percepción alterada del sentido del tiempo. A veces nos parece que va muy rápido y otras que va lentísimo. La distorsión del tiempo incluye también que sintamos como recientes hechos que pasaron hace mucho.
- Distorsiones visuales. Vemos las cosas mucho más grandes, mucho más pequeñas, borrosas, sin colores o con texturas y formas que nada tienen que ver con la realidad («Salgo a la calle y es como si las paredes de los edificios fuesen de goma»). También puede verse la realidad plana y sin volúmenes, como si fuese bidimensional. Es posible que haya dificultades para calcular las distancias o el tamaño de los objetos o para describir su forma.
- Alteración en la percepción de los sonidos. Suenan mucho más fuertes de lo normal o, por el contrario, parecen lejanos y apenas perceptibles.
- Sensación de estar desconectados de lo que nos rodea, no solo del entorno físico sino también a nivel relacional. Parece que nada de lo que pasa a nuestro alrededor va realmente con nosotros. Vemos a amigos, compañeros de trabajo o, incluso, a la familia como si estuvieran en un plano de la realidad distinto al nuestro.
- Respuesta emocional ‘descafeinada’. La desconexión del entorno también se traduce en una respuesta emocional bastante reducida hacia personas a quienes queremos y que son importantes para nosotros. A veces, incluso es posible que los demás nos parezcan una especie de robots o máquinas.
- Lugares familiares y conocidos los percibimos como si fuesen extraños, pero no somos capaces de explicar cómo o por qué. Por ejemplo, nuestra propia casa puede resultarnos desconocida, extraña o irreal y sentirnos en ella como si estuviéramos visitando la de cualquier otra persona. Esto también puede pasar con las personas, es decir, que alguien a quien conocemos bien de pronto nos parezca un desconocido.
- Confusión. El hecho de sentirnos como en un sueño, rodeados de una especie de niebla, etc. aumenta la sensación de irrealidad. Y con ella la confusión y la angustia.
- Miedo a perder el control, a volvernos locos o, incluso, a tener una lesión cerebral irreversible.
- Aparición de preocupaciones obsesivas y pensamientos rumiativos y catastrofistas, generalmente acerca de la percepción alterada de la realidad.
- También puede haber síntomas corporales, como sentir la cabeza pesada, hormigueos, estado de aturdimiento generalizado o sensación de que nos vamos a desmayar.
Un mecanismo de protección de nuestro cerebro
Nuestro cerebro está diseñado para la supervivencia. Partiendo de esta base, tiene sentido que cuando estemos sometidos a un alto nivel de estrés, estemos viviendo una situación que nos desborde o nuestro sistema nervioso se vea sobrepasado, la mente haga lo posible por rebajar el efecto de lo que nos está llegando. Y uno de sus mecanismos es reducir el volumen emocional y establecer una distancia de seguridad respecto a lo que nos supera.
Desde esta perspectiva, podemos ver la desrealización como uno de los mecanismos de defensa del cerebro para distanciarnos y protegernos de situaciones traumáticas o altamente estresantes, que son emocionalmente dolorosas y nos resulta difícil gestionar. Por ejemplo, ante la pérdida de un ser querido es posible que aparezca, con mayor o menor intensidad, cierta desrealización; podemos tener la sensación de que estamos en una película o incluso sentirnos emocionalmente desconectados de lo que ocurre a nuestro alrededor.
Según explica Anabel Gonzalez en su libro Trastornos disociativos, «en la respuesta al trauma agudo, los componentes emocionales de la experiencia no se perciben, probablemente como defensa frente a un grado de activación emocional intolerable para el individuo». Y pone como ejemplo el caso de una víctima del 11-M: «Ve el inmenso desastre a su alrededor, lleva una cámara en la mano… de modo automático empieza a fotografiarlo todo y ve las escenas como fotografías. Se desconecta así del horror y solo visualiza imágenes que experimenta como ajenas».
¿Cuándo puede aparecer la desrealización?
Aunque resulte desagradable o inquietante, no siempre es razón para alarmarse. Algunas de las situaciones en las que es más fácil que se produzca esta alteración son:
- Consumo de ciertas sustancias psicoactivas, como alcohol, cannabis, marihuana, ketamina o alucinógenos. También puede formar parte del síndrome de abstinencia de estas sustancias.
- Trastornos como depresión, trastorno de pánico, esquizofrenia, trastorno límite de la personalidad (TLP) o trastorno de estrés postraumático.
- Estar expuesto a un estrés intenso. Por ejemplo, la muerte de un ser querido.
- Privación de sueño. Cuando hay una privación prolongada del sueño puede aparecer la percepción de que lo que estamos viviendo no es real o es como un sueño.
- Estados de fatiga mantenidos en el tiempo.
- Ciertas patologías neurológicas como epilepsia, migrañas o traumatismos craneales.
- Mantener un elevado nivel de ansiedad de forma continuada. El desgaste que se produce cuando experimentamos ansiedad durante un tiempo relativamente largo contribuye a que se produzca un desequilibrio en nuestro sistema nervioso. Y nuestro cerebro, para intentar restaurar ese equilibrio, recurre a la desrealización, ayudándonos a distanciarnos de un entorno que interpreta como hostil. Pero no siempre tiene que haber una exposición continuada. La desrealización también puede aparecer ante una subida repentina y muy extrema del nivel de ansiedad, como ocurre en un ataque de pánico.
- Vivencias traumáticas. Se estima que la desrealización aparece (con más o menos intensidad) en la mayoría de los casos de experiencias traumáticas. Cuando, por ejemplo, el trauma ha tenido lugar durante la infancia, disociarse (la desrealización es uno de los síntomas de la disociación) permite al niño o a la niña separarse de una realidad que resulta intolerable.
El trastorno de despersonalización-desrealización
Aunque la mayoría de las veces la desrealización aparece de manera puntual, también puede constituir un trastorno en sí mismo. Algunas de las características del trastorno de despersonalización-desrealización, que se incluye dentro de los trastornos disociativos, son:
- Los síntomas no aparecen de forma pasajera y puntual (como ocurre en un ataque de pánico), sino que se dan con mayor frecuencia. Además, suelen ser más duraderos y persistentes. Tanto la duración como la intensidad son variables. Los episodios pueden durar desde horas o días a prolongarse en el tiempo y la intensidad, aumentar, disminuir o mantenerse en un nivel constante.
- Es más frecuente en personas que han vivido experiencias traumáticas. En estos casos, la desrealización aparece como una reacción al trauma, con el propósito de tener bajo control recuerdos difíciles y traumáticos.
- Es posible que aparezcan otros síntomas disociativos como amnesia, despersonalización y una fragmentación de la personalidad y la identidad.
- En ocasiones, el inicio del trastorno está en la primera infancia, pero no suele haber recuerdo de haber tenido síntomas.
- Si la primera vez la desrealización aparece de forma repentina, es fácil recordar lo que ocurrió y relacionarlo con algún hecho que funcionó como detonante (una crisis de pánico, un hecho traumático). Sin embargo, si el comienzo del trastorno es paulatino la persona no suele recordar los primeros síntomas.
Cuándo pedir ayuda profesional
En la mayoría de los casos los episodios de desrealización son breves y pasajeros. Como hemos dicho, se presentan como respuesta temporal a circunstancias estresantes (hablar en público), un estado de ansiedad extremo o a una vivencia traumática. Sin embargo, hay ocasiones en las que el cerebro tiene dificultades para ‘eliminar’ el cristal que ha interpuesto previamente entre la realidad y nosotros. Cuando síntomas disociativos como la desrealización o la despersonalización aparecen de forma regular y recurrente, se prolongan en el tiempo, interfieren en tu rendimiento académico, laboral y en tus relaciones personales o te perturban en exceso, ha llegado el momento de pedir ayuda profesional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y estaré encantada de ayudarte)
En cualquier caso, hay algunas pautas que pueden ayudarte:
- Aprende a relajarte. Hay muchas técnicas de relajación. Puedes probar varias y quedarte con la que mejor te vaya. Los ejercicios de respiración también te ayudarán.
- Pesta atención a tu regulación emocional. Teniendo en cuenta que la desrealización es un mecanismo de defensa que aparece sobre todo cuando el estrés nos sobrepasa, lo mejor es aprender a gestionar y regular nuestros estados emocionales en este tipo de situaciones. Así no habrá razón alguna para que aparezca porque no habrá nada de lo que defenderse.
- Sustituye el miedo por curiosidad. Lo habitual cuando se experimenta un episodio es tratar de controlar la propia percepción de lo que está ocurriendo e intentar desactivar ese estado de desrealización. Pero todo esto es contraproducente y aumenta más la angustia. Trata de aceptar lo que está pasando y, simplemente, obsérvalo desde la curiosidad sin intentar controlarlo. Aunque resulte paradójico, la recuperación de la normalidad pasa necesariamente por la renuncia a controlarla.
- No te lo guardes para ti. Habla con tus seres queridos. Explicarles qué te está pasando y por qué te ocurre te ayudará a no sentirte «un bicho raro», como le ocurría a Lola.