Por muy socialmente aceptado que esté tratar a los niños como a adultos en miniatura, cuando los hijos se convierten en padres de sus padres, hay algo que no va bien. La parentalización, también conocida como parentificación o inversión de roles, se produce cuando la jerarquía entre padres e hijos cambia de modo que es el hijo quien se ocupa de tareas que los cuidadores deberían asumir. Desde el cuidado de hermanos o las tareas de casa hasta cuidar, calmar a sus padres o, incluso, ejercer de árbitro en las discusiones de estos.
De esta forma, el niño se convierte en el encargado de satisfacer las necesidades físicas o emocionales de los cuidadores. Y para ello, sacrifica las suyas (jugar, relacionarse con otros niños…) y asume una responsabilidad mayor de lo que le corresponde por edad y madurez. A primera vista, parecen los hijos perfectos: obedientes, responsables, prudentes, atentos… Pero la realidad es que esta inversión de roles entorpece el adecuado desarrollo del niño y puede tener, además, consecuencias traumáticas en la vida adulta.
El orden natural en cualquier familia es que los padres cuiden de sus hijos y se ocupen de que disfruten de su infancia. Además, para establecer un apego seguro los cuidadores deben encontrar un delicado equilibrio entre favorecer la autonomía del niño permitiéndole explorar y, a la vez, ser base segura y refugio cuando el pequeño lo necesite.
Pero, lamentablemente, no siempre es así. Hay ocasiones en que no solo se restringe la conducta exploratoria del niño, sino que la madre o el padre pueden llegar a convertir a su propio hijo en su figura de apego, convirtiéndolo en lo que en psicología se denomina hijo sostén o hijo parental (o parentalizado).
Tipos de parentalización
Hay varias clasificaciones, pero una de las más comunes es la que establece dos tipos de parentalización:
- Emocional. El niño se convierte en sostén emocional de los padres. Es su confidente, su cuidador, los escucha, los tranquiliza e, incluso, les aconseja. La parentificación emocional es habitual en ciertas familias aglutinadas, en las que los hijos, por ejemplo, reciben de sus padres información que no tienen por qué saber y que pertenece a la intimidad conyugal de aquellos.
- Instrumental. Básicamente, consiste en cargar el peso de las responsabilidades de los adultos sobre sus hijos, delegando en ellos las labores domésticas, el cuidado de los hermanos, realizar encargos lejos de casa, etc. De este modo, el niño se ve sobrepasado por unas tareas que exceden su capacidad física y psicológica.
En qué situaciones es más probable que se produzca una inversión de roles
La parentalización no suele ser algo consciente y es frecuente, sobre todo, en familias disfuncionales donde las funciones y las jerarquías entre sus miembros no están bien definidas. No es extraño que uno o ambos progenitores fueran en su día niños parentalizados y, a la hora de formar su propia familia, repitan ese patrón con sus hijos sin siquiera darse cuenta.
También se da en casos en que los padres han vivido situaciones traumáticas en su infancia que no han llegado a sanar o en progenitores que sufren algún trastorno mental (depresión, trastorno de personalidad narcisista, trastorno histriónico, trastorno límite de la personalidad…).
A menudo, los padres proceden de familias con apego desorganizado y ellos mismos carecen de autonomía, no soportan la soledad, son emocionalmente inestables o experimentan gran ansiedad antes cualquier tipo de separación. Así que buscan en sus hijos el amor que no tuvieron y un apoyo externo para tratar de mantener su propia autoestima.
(En este blog puedes leer el artículo Madres narcisistas, sobreprotectoras, ausentes… 25 pistas para identificarlas)
La inversión de roles también puede ser consecuencia de algún hecho traumático que se viva en la familia. Por ejemplo, una muerte cuyo duelo no se ha realizado de manera adaptativa. Sería el caso de un hombre que se queda viudo e, incapaz de superar la muerte de su esposa, convierte a su hija en su sostén emocional: «Ahora que mamá ya no está, tendrás que ayudarme con las tareas de casa y con tus hermanos». Y la niña, ansiosa por obtener el amor y la aceptación de su padre, acepta ese papel. Esto también ocurre cuando los padres se separan y uno de los hijos pasa a asumir el rol del progenitor que ya no está en casa. En ambos casos, los adultos buscan una manera disfuncional de recuperar el equilibrio perdido.
En otras situaciones es el niño el que asume el papel de «protector». Por ejemplo, en situaciones de maltrato o en caso de enfermedad de uno de los progenitores.
Asimismo, tener algún tipo de adicción también impide a los padres cumplir con la función que les corresponde. En familias en las que hay un progenitor alcohólico, por ejemplo, es habitual que uno de los hijos adopte el papel de padre/madre frente a sus hermanos y, en ocasiones, el de cuidador del progenitor alcohólico y/o el de apoyo del no adicto para que la familia no se desintegre.
¿Cómo afecta al niño?
Para el niño parentalizado la única manera de obtener la atención de sus figuras de apego y de sentirlas cercanas, es tratando de agradar, así que en vez de buscar el cuidado que necesita, lo que hace es ofrecerlo. De este modo, percibe que al menos tiene algo de control sobre las circunstancias y, de paso, evita sentirse indefenso.
Pero el precio es demasiado alto. Y es que, por mucho que lo intente, el niño no es un adulto y es imposible que funcione como tal. No puede tener la misma capacidad para entender, tomar decisiones, etc. Lo que ocurrirá es que de tanto estar pendiente de lo que necesitan (o exigen) sus padres, sus hermanos u otros miembros de la familia, el niño no solo no llegará a identificar sus propias necesidades. Además, nunca se sentirá a la altura de las expectativas que los adultos han depositado en él. Sentirá que no vale, que no es suficiente y que es culpable de la infelicidad o la insatisfacción de quienes le rodean.
Por otra parte, cuando a un niño se le empuja a adoptar el rol de padre, también se ve amenazada la evolución de su propia identidad. Y cuando llegue a la edad adulta, lo más probable es que sea incapaz de identificar sus emociones, que no pueda pedir lo que necesita y que tampoco sepa decir “no” o poner límites.
De la flexibilidad a la negligencia
Es importante marcar la diferencia entre ayudar en casa o delegar temporalmente ciertos cometidos en los hijos y convertirlos en figuras de apego de sus padres. No es malo, ni mucho menos, que los niños ayuden en casa, cuiden en ocasiones de sus hermanos menores o, incluso, suplan parcialmente la ausencia de uno de los padres cuando este enferme durante un corto periodo de tiempo. De hecho, delegar en un hijo determinadas responsabilidades puede favorecer el desarrollo de ciertas capacidades y habilidades, así como reforzar su autoestima y aportarle sensación de satisfacción y seguridad en sí mismo.
Salvador Minuchin, creador de la terapia familiar estructural, explica en su libro Familias y terapia familiar: «Un subsistema parental que incluye a un hijo parental puede funcionar perfectamente bien, siempre que las líneas de responsabilidad y de autoridad se encuentren definidas con nitidez». La negligencia se produce cuando los padres «abdican de su autoridad, permitiendo que el niño se convierta en la principal fuente de orientación, control y decisiones. En ese caso, los requerimientos planteados al niño pueden contraponerse a sus propias necesidades infantiles y desbordar su capacidad para encararlas».
Consecuencias cuando el niño parentalizado llega a la edad adulta
La parentalización no solo afecta negativamente al natural desarrollo del niño. También tiene consecuencias en la edad adulta:
- Baja autoestima. Al estar pendiente de las necesidades de los padres, el niño no puede desarrollarse emocionalmente al ritmo que le corresponde y esto afectará negativamente a su autoestima. Se convertirá en un adulto con un excesivo temor a no cumplir expectativas de otros. Un adulto que nunca se sentirá suficiente, que se comparará con los demás y siempre saldrá perdiendo.
- Problemas para manejar el enfado. Por no molestar o para no ser una carga, el niño no se atreverá a mostrar su propio malestar y lo que hará, en vez de exteriorizar su enfado, será inhibirlo. Disociará esa rabia y la dejará fuera de su consciencia hasta que acabe convirtiéndose en un resentimiento latente y oculto incluso para él. En estos casos es habitual que ocurran dos cosas. O, a partir de la adolescencia, esa ira saldrá de forma explosiva y el chico se volverá muy agresivo con los cuidadores. O el enfado permanecerá silenciado aun de adulto y la persona seguirá siendo incapaz de poner límites y defender sus necesidades.
- Idealización. Es normal que el niño sienta rabia hacia el progenitor que no le da la protección esperada y no satisface sus necesidades. Pero, como también lo necesita, inhibe todo sentimiento de ira hacia él, para poder seguir queriéndolo y permanecer cerca de él. Y para hacer esto, además de apartar de su mente sus propias necesidades, el niño se creará una imagen idealizada y parcial de su progenitor. Una imagen en la que este se muestra cariñoso, generoso, amoroso y merecedor de cualquier sacrificio.
- Tendencia a sufrir ataques de pánico. Lo normal es que las figuras de apego enseñen al niño a calmarse. El niño parentalizado, al no haber aprendido a regular sus emociones, vivirá con la sensación permanente de que algo malo va a pasar. Y de adulto la ansiedad se convertirá en su inseparable compañera.
- Dificultades en las relaciones. Es posible que la persona haya desarrollado un acusado miedo al compromiso y tema que formar una nueva familia supondrá una carga equivalente a la que le tocó llevar de niño. O piense que si se implica en una relación tendrá que estar al servicio de la otra persona. Y también puede suceder que se repita el patrón aprendido y el niño que fue parentalizado se convierta, de adulto, en cuidador compulsivo. Un adulto que establecerá relaciones de dependencia en las que anteponga las necesidades de los demás a las propias y busque, por encima de todo, ayudar y cuidar para sentirse merecedor del amor de la pareja, los amigos, etc.
- Síndrome del impostor. Al convertirse en el cuidador y apoyo principal de sus figuras de apego, el niño carga sobre sus hombros una responsabilidad imposible de asumir. Sin embargo, no atribuye esta dificultad a que es un niño y no puede cumplir las funciones de un adulto. Al contrario, siente que ha fallado a sus padres y nunca será lo suficientemente bueno. Y en su subconsciente, la falta de apoyo y de refugio por parte de aquellos así se lo confirma. Ya de adulto, habrá interiorizado esa inseguridad y no importará el éxito que alcance y cuánto le feliciten. Siempre tendrá la sensación de no ser tan bueno, tan inteligente o tan válido y de no merecer lo bueno que le pase.
Cómo devolver a nuestro niño interior lo que le faltó
Cuando nos ha tocado hacernos adultos antes de tiempo es normal es que nuestra parte más juguetona y espontánea haya sido machacada en beneficio de la parte más responsable y cuidadora. Por ello, es importante volver a contactar con ese niño que se quedó ‘congelado’ en algún lugar de nuestro mundo interno. Tenemos que ayudarle a recuperar esa espontaneidad y esa capacidad de divertirse sin que la culpa y la ansiedad se adueñen de él. Y cómo hacer todo esto… A continuación, os doy algunas pautas
- Toma conciencia. Es difícil aceptar que nuestras necesidades no fueron satisfechas por quienes debían hacerlo, que fue injusto y que nos dolió. Pero es necesario tomar conciencia de ello para seguir adelante. Una vez que lo hayamos hecho, ya sí será responsabilidad nuestra, como adultos, cuidar de nuestro niño interior. Y convertirnos en el presente en el padre o la madre que necesitamos en el pasado y no tuvimos.
- Descubre tus necesidades. Como hemos dicho antes, los niños que fueron parentalizados se olvidaron de sí mismos para ocuparse de las necesidades de otros. Si es tu caso, es necesario que hagas un ejercicio de introspección para descubrir todo eso que necesitabas y no te dieron. Y recuerda que, para poder ayudar a otros, antes tienes que ocuparte de cubrir tus propias necesidades. Lo que no recibimos de nuestros cuidadores de niños suele ser exactamente lo que necesitamos
- Juega, fluye, suéltate. La psicóloga y escritora estadounidense Whitney Goodman, cuyo artículo os recomiendo al final de este post, insiste en la necesidad de reaprender a jugar. Improvisar un fin de semana, hacer deporte, tumbarse en el césped, bailar… cualquier actividad que te haga sentir vivo de una manera segura es válida. Al principio, aflojar las riendas da un poco de vértigo. Pero solo es cuestión de practicar y verás qué bien sienta la libertad de dejarse llevar.
- Comparte tus valores (con las personas adecuadas). Conecta con personas con las que compartes los mismos valores y aprende a poner límites en esas relaciones que te están desgastando y no te permiten ser tú mismo, tú misma.
- Háblate bonito. Un autodiálogo interno positivo y compasivo te ayudará a ser más comprensivo contigo mismo, así que dedica tiempo a hablarte con cariño y con amabilidad. Goodman recomienda decirnos tres cosas bonitas por cada autocrítica que nos hagamos.
- Pide ayuda. Es posible que, pese a tus esfuerzos, te cueste dejar a un lado esa inseguridad o esa baja autoestima. En ese caso, no dudes en buscar ayuda profesional. Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en este proceso enriquecedor y liberador.
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14 señales para saber si fuiste un niño parentalizado. En este artículo, publicado en Psichology Today, Whitney Goodman da algunas pistas que indican la existencia de un posible proceso de parentalización. Entre ellas, haber crecido sintiéndote que tenías que ser responsable; experimentar la constante necesidad de tener el control; haber recibido frecuentemente en la infancia elogios por ser «tan bueno»; o recordar haberte encontrado implicado de forma asidua en las discusiones o los problemas de tus padres.
Hola Marina. No conozco ningún libro que hable exclusivamente de parentalización, pero si te interesa el tema hay algunos autores que hablan de ello en su obra, como Salvador Minuchin y Whitney Goodman a quienes menciono en el artículo. Manuel Hernández también habla de la inversión de roles en «Apego y psicopatología: La ansiedad y su origen» y Susan Forward y Craig Buck lo hacen en «Padres que odian». Espero haberte servido de ayuda.