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julio 2025

Mitos sobre la amistad que complican nuestras emociones

20 mitos sobre la amistad que complican nuestras relaciones

20 mitos sobre la amistad que complican nuestras relaciones 1920 1280 BELÉN PICADO

La amistad es uno de los vínculos más fuertes y significativos que establecemos a lo largo de la vida. A diferencia de la familia, que nos viene impuesta, elegimos libremente a nuestros amigos, esas personas que nos brindan compañía, apoyo y un profundo sentido de pertenencia. Sin embargo, igual que ocurre con otros tipos de relación, también han ido creándose numerosos mitos sobre la amistad que impiden aceptarla tal como es: compleja, diversa y cambiante.

Idealizar la amistad suele llevar a forzar relaciones, a exigir demasiado o a frustrarnos cuando no se cumplen nuestras expectativas. Por eso conviene revisar qué creencias, por muy extendidas que estén, no ayudan a tener una visión realista de este lazo tan importante. Aquí os dejo algunas de las más frecuentes.

1. “Los amigos son para siempre”

A veces, sí. A veces, no. Una de las creencias más habituales sobre la amistad es que debe durar toda la vida. Pero la realidad es que las personas cambian, sus prioridades también, y no todas las amistades logran adaptarse a esos cambios. Algunas se transforman, se enfrían o se diluyen sin que necesariamente tenga que haber algún conflicto, y eso no las hace menos reales ni valiosas.

Idealizar la duración puede generar culpa o sensación de fracaso cuando una amistad termina. Sin embargo, hay relaciones que, aunque sean temporales, dejan una huella muy profunda. Aceptar que las amistades pueden tener distintos ciclos —y que no todas serán eternas— nos permite vivirlas desde el presente y valorarlas por lo que son y no por cuánto van a durar.

2. “Un amigo de verdad siempre estará disponible”

Por muy reconfortante que suene, nadie puede estar siempre a nuestro lado. Las personas atraviesan crisis, se agotan, necesitan espacio o simplemente no pueden sostener todas sus relaciones con la misma intensidad en todo momento. Y eso no le quita valor al afecto.

Pedir una presencia constante y disponibilidad incondicional es una forma de exigir sin tener en cuenta los límites del otro. La amistad sana no se basa en estar “siempre”, sino en respetar los ritmos, comprender las ausencias y mantener el vínculo sin necesidad de invadir.

3. “Los verdaderos amigos lo comparten todo, no tienen secretos”

La intimidad y la confianza no implican contarlo todo ni mostrar una transparencia total, sino poder elegir con libertad qué compartir y qué no.

Todos necesitamos espacios propios. Hay vivencias que preferimos procesar a solas, emociones que aún no sabemos nombrar o cosas que simplemente no deseamos contar. Eso no implica falta de conexión. Una amistad sana no requiere explicaciones constantes ni confesiones forzadas. Al contrario, debería ser un espacio donde se respetan los silencios, se acoge sin presionar y se permite que cada uno marque sus propios límites.

4. “La amistad debe ser desinteresada”

Toda relación significativa implica algún tipo de reciprocidad. Es cierto que lo natural es ofrecer apoyo, escucha y validación a las personas que son importantes para nosotros, pero también necesitamos recibirlo. Negar esta realidad suele conducir a extremos poco saludables, como tolerar vínculos desequilibrados donde solo una parte cuida o exigir entrega total sin ofrecer lo mismo a cambio. La amistad no se basa en el sacrificio, sino en el compromiso mutuo y el cuidado compartido.

No se trata de ver quién hace más por el otro, sino de que ambas personas sientan que hay un equilibrio emocional, un interés real por mantener la relación. Dar sin esperar nunca nada puede sonar generoso, pero a menudo solo lleva al desgaste.

Mitos sobre la amistad

5. “Los amigos siempre se perdonan”

El afecto no lo justifica todo. Aunque a la mayoría se nos ha enseñado que si queremos a alguien debemos perdonar siempre, lo cierto es que el perdón es una elección, no una obligación.

Igual que hay errores que se pueden asumir y reparar, otros dañan la confianza de una forma profunda e irreparable. Perdonar puede ser liberador, pero también puede convertirse en una forma de invalidar nuestro malestar o de mantener lazos que ya no son seguros.

A veces, aunque haya cariño, lo más sano es tomar distancia. Porque querer no siempre basta. La amistad implica responsabilidad afectiva, es decir, reconocer nuestros errores, reparar el daño que hayamos podido causar y respetar los límites del otro. El perdón, si llega, debe surgir de forma consciente, no por presión ni por miedo a perder la relación.

(En este blog puedes leer el artículo Perdonar no es olvidar ni justificar (Qué es y qué no es el perdón))

6. “Todos necesitamos un/a mejor amigo/a”

Desde la infancia se nos anima a elegir a “nuestro/a mejor amigo/a”, como si una sola persona tuviera la capacidad y el deber de ser nuestra principal fuente de apoyo y de confidencias. Sin embargo, a medida que nos hacemos adultos, las relaciones suelen ir ampliándose y diversificando y esa idea acaba quedándose obsoleta.

No todas las amistades cumplen la misma función, ni tienen por qué hacerlo. A veces, aferrarse a la idea de una única figura central puede generar comparaciones, celos o dinámicas excluyentes que empobrecen los vínculos.

La amistad no entiende de jerarquías ni de competiciones por un puesto privilegiado. Tener más de un/a amigo/a íntimo/a no resta valor a los demás: al contrario, multiplica nuestras fuentes de conexión, apoyo y complicidad.

7. “Un buen amigo te entiende sin palabras”

La intuición no sustituye a la comunicación. Este mito, heredado en parte del amor romántico, sugiere que una amistad verdadera debería funcionar casi por telepatía: si te quiere de verdad, sabrá lo que te pasa, entenderá tus silencios y adivinará cómo ayudarte. Pero eso rara vez ocurre así.

Ni siquiera quienes mejor nos conocen pueden leer siempre nuestras emociones o necesidades. Cada persona tiene su forma de expresar el malestar, su ritmo para abrirse, su manera de interpretar lo que sucede. Además, de este modo desplazamos la responsabilidad de la relación en la otra persona y eso tampoco es justo. La intimidad real no se basa en adivinar, sino en poder hablar sin miedo: decir “esto me dolió” o “no lo entendí”.

8. “Los amigos de verdad te lo dicen todo a la cara”

Esta creencia parte de una visión distorsionada de la honestidad, como si callar o suavizar algo fuese sinónimo de falsedad. Pero decir todo lo que se piensa sin filtro y sin considerar el impacto que tendrá, no es autenticidad: es falta de cuidado y, a veces, simple crueldad. Hay que tener cuidado para no confundir sinceridad con sincericidio.

La sinceridad no está reñida con la empatía. Se puede hablar con claridad sin herir, guardar silencio por respeto o posponer una conversación difícil hasta que haya un momento y un clima adecuados.

Frases como “yo soy así” o “te lo digo porque soy tu amiga” suelen encubrir juicios innecesarios o una mala gestión emocional. Decir la verdad con responsabilidad implica hacerse cargo no solo de lo que se dice, sino también del cómo y el para qué.

9. “Los verdaderos amigos nunca discuten”

Este mito se cuela también en frases como “nadie ni nada podrá interponerse entre nosotros”. Pero asociar la ausencia de conflictos con una amistad auténtica es un error: toda relación cercana implica diferencias, malentendidos o momentos de fricción.

Evitar cualquier roce por miedo a perder la conexión no es una forma de cuidarlo, sino de silenciar aspectos importantes. Poder hablar de lo que nos molesta, expresar necesidades o marcar límites no debilita la amistad. Al contrario: la hace más honesta y fuerte.

Las amistades más sólidas no son las que evitan el conflicto, sino las que lo afrontan con respeto y saben escucharse incluso cuando hay desacuerdos.

10. “Perder una amistad no duele tanto como romper con tu pareja”

No siempre es así. A veces, duelen incluso más. Las rupturas amorosas suelen estar socialmente reconocidas: hablamos de ellas, las nombramos, buscamos apoyo. En cambio, cuando se rompe una amistad, muchas veces falta todo eso. Se vive en silencio, sin despedidas claras, sin palabras que ayuden a entender lo que pasó. Y eso puede hacer el dolor aún más confuso y difícil de elaborar.

Aunque a veces se minimice o no se reconozca, perder a un/a amigo/a con quien compartíamos historia, intimidad y apoyo emocional puede dejar una herida muy profunda.

Llorar por la ruptura de una amistad y reconocer ese duelo ayuda a procesar la pérdida con menos culpa y más compasión.

11. “Para ser amigos hay que parecerse y pensar igual”

No necesariamente. La afinidad reconforta, pero la diferencia enriquece. Tener amistades con quienes compartes gustos, valores o formas de pensar puede ser agradable, pero limitarte solo a quienes se parecen a ti empobrece tu mundo relacional.

Las diferencias no son un obstáculo si hay respeto, curiosidad y disposición para escucharse. De hecho, pueden convertirse en una fuente de aprendizaje mutuo. Lo importante no es coincidir en todo, sino poder comprenderse incluso cuando se discrepa.

Mitos sobre la amistad

12. “Cuantos más amigos tengas, mejor”

En la amistad, como en muchas otras cosas, importa más la calidad que la cantidad. Las redes sociales han contribuido a reforzar la idea de que tener muchos amigos es señal de éxito o valía personal. Pero acumular contactos no garantiza vínculos sólidos ni sentirse realmente acompañado.

Las relaciones significativas requieren tiempo, presencia y cuidado, y no es posible ofrecer eso a decenas de personas a la vez. Tener menos amistades, pero más auténticas y basadas en la confianza y el apoyo mutuo, aporta mucho más que una red amplia pero superficial.

13. “Los amigos de verdad son los íntimos”

No todas las amistades tienen que ser profundas para ser valiosas. Más allá de los vínculos íntimos, existen relaciones cotidianas que también aportan bienestar: personas con las que compartimos pequeños momentos, gestos amables o rutinas agradables sin grandes confidencias.

El vecino que saluda cada mañana o esa persona con la que cruzas unas palabras en el tren… Son lazos menos intensos, pero no por ello menos significativos. Refuerzan el sentido de pertenencia, nos hacen sentir acompañados y aportan calidez a la vida diaria.

Una conversación sencilla en el momento justo puede reconfortar más que horas de charla sin verdadera conexión. Por eso, no conviene subestimar el valor de estas relaciones.

14. “Cuando una amistad se rompe, no hay marcha atrás”

No todas las rupturas son definitivas. En ocasiones, con el tiempo y la distancia, dos personas pueden reencontrarse y reconstruir el vínculo desde un lugar más consciente y maduro. Pero para que eso ocurra no basta con tirar de nostalgia ni con fingir que no ha pasado nada: hace falta hablar, revisar lo que ocurrió, asumir responsabilidades, pedir perdón si es necesario… y estar dispuestas a cambiar lo que no funcionó.

Como cualquier relación, la amistad puede pasar por diferentes crisis. Y no todas tienen que acabar en ruptura definitiva. Algunas se transforman y se adaptan. Eso sí: no siempre es posible ni saludable. A veces el daño ha sido demasiado grande o las condiciones han cambiado tanto que retomar el vínculo ya no tiene sentido.

15. “Si una amistad se rompe es porque algo he hecho mal”

El final de una amistad no es sinónimo de fracaso. Aun así, muchas veces lo vivimos como tal: pensamos que hemos elegido mal, que no supimos cuidar la relación o que hicimos algo que lo estropeó. Pero no todas las relaciones están hechas para durar, y eso no las invalida.

Las amistades, como los ciclos vitales, tienen principio y fin. Algunas acompañan durante años, otras solo en etapas concretas. Hay vínculos que nos marcan profundamente, aunque no perduren. Reconocer eso es parte de una mirada más realista y compasiva.

Cerrar una amistad puede doler, pero también puede ser una forma de ser coherente. No todo lo que empieza bien está destinado a continuar, y eso no significa que hayamos fallado. Significa que estamos aprendiendo a soltar lo que ya no encaja, y a valorar lo vivido sin exigirle permanencia.

16. “Entre un hombre y una mujer no puede haber simplemente amistad”

Todavía hay quien cree que entre un hombre y una mujer siempre hay una tensión sexual de fondo, como si fuera imposible que exista una amistad sin deseo o atracción. Esta idea, además de equivocada, es muy limitante.

Reducir cualquier vínculo entre personas de distinto sexo a una posible relación romántica refuerza estereotipos, genera desconfianza y dificulta la construcción de relaciones igualitarias. Las personas pueden compartir intimidad emocional, apoyo y complicidad sin que haya nada más.

Reconocer que es posible una amistad genuina entre hombres y mujeres no solo amplía nuestras opciones relacionales, también nos libera de prejuicios y abre la puerta a vínculos más sanos, respetuosos y diversos.

Mitos sobre la amistad

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17. “Un buen amigo nunca te decepcionará”

Incluso en las mejores amistades se cometen errores. Nadie puede estar siempre a la altura de nuestras expectativas, por mucho que nos quiera. A veces nos equivocamos, no entendemos bien al otro o no respondemos como le gustaría. Y eso no quita valor a la relación: simplemente nos recuerda que somos humanos.

Esperar que todo sea perfecto es una trampa que complica las relaciones. Más importante que evitar cualquier fallo es saber cómo afrontarlo: hablarlo, intentar repararlo y seguir apostando por el cuidado mutuo, incluso en los momentos difíciles.

18. “La auténtica amistad surge de manera natural”

La idea de que las amistades “auténticas” fluyen sin esfuerzo alimenta expectativas poco realistas. Claro que puede haber afinidad desde el primer momento, pero las relaciones que perduran suelen necesitar tiempo, constancia y cuidado.

No todo lo que no fluye al instante está condenado al fracaso. Hay amistades que se forjan poco a poco o que se fortalecen tras atravesar momentos incómodos o desacuerdos.

Si esperamos que todo sea fácil desde el principio, corremos el riesgo de alejarnos de vínculos que solo necesitaban un poco más de atención. La química puede acercarnos, pero es el compromiso mutuo lo que mantiene viva la amistad.

19. “Las amistades de toda la vida son las mejores”

Tener amistades de toda la vida puede ser valioso, pero eso no significa que sean mejores. No todas las relaciones largas son sanas o significativas: algunas se mantienen por inercia, por miedo a cerrar una etapa o por lealtades que cuesta poner en duda.

Idealizar la duración puede hacernos sostener vínculos que ya no se corresponden con quienes somos ahora. En cambio, permitirnos crear nuevas amistades en la adultez puede abrirnos a relaciones más conscientes, libres y recíprocas.

20. “Una amistad verdadera se mantiene sola”

Ninguna relación significativa se cuida sola. Aun existiendo mucho cariño, si no se cultiva, es muy probable que se enfríe y acabe diluyéndose con el tiempo.

No hace falta estar todo el día pendiente ni que todo sea recíproco al milímetro, pero sí conviene tener ciertos gestos: mandar un mensaje, preguntar cómo va todo, tener un detalle de vez en cuando.

Pensar que una amistad real no necesita atención o confiar solo en que “si es de verdad, seguirá” puede sonar bonito, pero también es una forma de evitar la responsabilidad que conlleva mantener viva una relación.

Crecimiento postraumático o cómo crecer desde el dolor sin negarlo

Crecimiento postraumático o cómo crecer desde el dolor sin negarlo

Crecimiento postraumático o cómo crecer desde el dolor sin negarlo 1536 1024 BELÉN PICADO

Cuando pasamos por una experiencia traumática, muchas cosas se rompen por dentro: la seguridad, la confianza o la visión que teníamos del mundo y de nosotros mismos. El trauma sacude todos nuestros cimientos. Sin embargo, hay personas que no solo logran reconstruirse, sino que descubren aspectos nuevos de sí mismas: una fuerza inesperada, una mayor conexión con los demás, un nuevo sentido de la vida… Es lo que se conoce como crecimiento postraumático.

No es un proceso inmediato, ni lineal. Tampoco ocurre en todos los casos. Pero es una posibilidad real. Lejos de negar el dolor, este proceso de transformación puede surgir cuando, pese a las heridas, se abre un espacio para integrar lo vivido y darle un nuevo significado.

Qué es y qué no es el crecimiento postraumático

Los psicólogos Richard Tedeschi y Lawrence Calhoun, que investigan  el crecimiento postraumático desde los años 90, lo definen como el «cambio positivo que un individuo experimenta como resultado del proceso de lucha que emprende a partir de la vivencia de un suceso traumático».

Ahora bien, es fundamental tener en cuenta que el crecimiento postraumático…

  • No es universal. No todas las personas que pasan por una experiencia traumática van a experimentar una transformación positiva. Algunas necesitarán tiempo solo para estabilizarse; otras, simplemente, intentarán sobrevivir. Y ambas respuestas son igual de válidas. No hay una única forma «correcta» de atravesar el dolor.
  • No implica ausencia de sufrimiento. Que alguien experimente ciertos cambios positivos no significa que el trauma deje de doler. El sufrimiento forma parte del proceso. Las emociones difíciles no solo coexisten con el crecimiento postraumático, sino que a menudo son su punto de partida.
  • No afecta a todas las facetas de la vida por igual. Puede haber avances en ciertos aspectos (por ejemplo, en las relaciones) y al mismo tiempo mantenerse secuelas o dificultades en otros ámbitos.
  • No siempre aparece después del evento traumático. Puede comenzar a manifestarse durante la propia experiencia, especialmente en personas que activan recursos personales como el humor, la esperanza o la gratitud.
  • No es un premio ni una obligación. A veces se idealiza el crecimiento postraumático como si fuera un logro personal, lo que puede generar culpa en quienes no lo experimentan. También puede convertirse en una expectativa externa («Ya deberías haber aprendido algo de esto») que presiona e invalida procesos genuinamente difíciles o más lentos.
  • No debe confundirse con un optimismo forzado. El crecimiento postraumático no consiste en ver el lado bueno de todo ni en minimizar lo vivido con frases motivacionales vacías. Cuando «pensar en positivo» se convierte en una obligación, se corre el riesgo de trivializar un proceso profundo y complejo, y de reducirlo a un simple cliché.
  • No se puede imponer desde fuera. Expresiones como «Todo pasa por algo» o «Seguro que esto te hará más fuerte» suelen ser más dañinas que útiles. Cada persona necesita su propio ritmo, su espacio y la libertad de encontrar—si quiere y si puede— un sentido a lo vivido.
  • No todas las personas parten desde el mismo lugar. Es importante no perder de vista que ciertos factores sociales, económicos o culturales pueden dificultar profundamente la recuperación. La pobreza, el racismo, la violencia estructural o la falta de acceso a recursos influyen de forma directa en la posibilidad de reconstruirse.
crecimiento postraumático

Imagen de Daniel en Pixabay

Diferencias entre resiliencia y crecimiento postraumático

Aunque a menudo se utilizan indistintamente, no todos los expertos consideran que resiliencia y crecimiento postraumático sean lo mismo. Para algunas corrientes, ambos forman parte de un mismo continuo de adaptación tras la adversidad. Sin embargo, otros enfoques, como el Tedeschi y Calhoun, establecen una distinción clara.

  • Resiliencia hace referencia a la capacidad de una persona para adaptarse, sostenerse y mantenerse funcional tras una situación difícil. Implica recuperar cierto equilibrio o estabilidad, sin que ello suponga necesariamente un cambio profundo en la visión de uno mismo o del mundo.
  • Crecimiento postraumático, en cambio, alude a una transformación significativa. No se trata solo de resistir, sino de reorganizar el sentido de la vida a partir de lo vivido. Quienes lo experimentan suelen hablar de una mayor claridad sobre sus valores, un propósito renovado o un vínculo más profundo con los demás.

Ambos procesos pueden coexistir. Una persona resiliente puede experimentar crecimiento tras un trauma especialmente impactante. Y alguien que inicialmente no se consideraba resiliente puede desarrollar fortalezas inesperadas como fruto de su proceso de elaboración.

Factores que favorecen el crecimiento postraumático

Diversas investigaciones han identificado factores que aumentan la probabilidad de que una experiencia traumática desemboque en una profunda transformación personal. Algunos de los más relevantes son:

  • Apoyo social. Contar con personas que escuchan, validan el dolor y acompañan sin juzgar facilita el procesamiento emocional. Más que la cantidad, importa la calidad del vínculo y la disponibilidad emocional. El apoyo mutuo entre quienes han vivido experiencias similares (por ejemplo, en grupos de ayuda) también pueden favorecer este proceso de transformación.
  • Estilo de apego y recursos adquiridos en la infancia. Crecer en un entorno donde se validaban las emociones, se ofrecía seguridad y se fomentaba la autonomía proporciona una base más sólida para afrontar el trauma. Aun así, haber tenido una crianza más adversa o un estilo de apego inseguro no impide el crecimiento postraumático: muchas personas lo experimentan cuando, en algún momento de su vida, han logrado establecer vínculos que les han hecho sentir vistas, comprendidas y acompañadas.
  • Estilos de afrontamiento adaptativos. Afrontar una experiencia traumática implica lidiar con incertidumbre, cambios y emociones intensas. Las personas con un estilo de afrontamiento flexible, abierto a la reflexión y orientado a la búsqueda de sentido suelen mostrar mayor capacidad para reorganizar internamente lo vivido y adaptarse de forma constructiva.
  • Autoeficacia y diálogo interno. Percibirse como alguien capaz de enfrentar las dificultades aumenta la probabilidad de experimentar crecimiento postraumático. Esta autoeficacia suele ir acompañada de un diálogo interno que, sin restar importancia al dolor, refuerza la confianza en los propios recursos para atravesar la crisis y reconstruirse.
  • Rasgos de personalidad. Cualidades como la extraversión, la apertura a nuevas experiencias, la amabilidad, la responsabilidad o un optimismo estable se han vinculado con una mayor propensión al crecimiento postraumático.
crecimiento postraumático

Foto de Simon Lee en Unsplash

En qué ámbitos de la vida tiene lugar esta transformación

El crecimiento postraumático no es un cambio abstracto, sino una transformación que suele manifestarse en aspectos muy concretos de la vida.  Aunque no todas las personas lo experimentan del mismo modo, se han identificado cinco dimensiones en las que este proceso suele hacerse más visible:

  • Relaciones más profundas y significativas. Muchas personas, tras vivir un trauma, comienzan a relacionarse de una forma más sincera, empática y auténtica. Aumenta la valoración de los vínculos verdaderos, se pone más atención a la calidad que a la cantidad y suele surgir una mayor capacidad para poner límites o pedir ayuda. También es frecuente que aparezca una renovada disposición a acompañar quienes atraviesan situaciones similares.
  • Mayor aprecio por la vida. Lo cotidiano adquiere un nuevo valor. Se desarrolla una gratitud más consciente, una sensibilidad mayor hacia los pequeños placeres y una percepción más nítida de lo frágil que es la existencia. Muchas personas reorganizan sus prioridades y cambian su forma de estar en el presente, que ahora se vuelve más urgente, más valioso. No es raro oír expresiones como «Antes vivía en automático; ahora sé que cada día cuenta».
  • Apertura a nuevas posibilidades vitales. Hay crisis que sacuden tanto que acaban siendo punto de partida. Algunas personas cambian de trabajo, emprenden proyectos, retoman sueños o rompen con dinámicas que ya no les sirven. Surgen nuevas metas, pasiones o caminos que antes ni se contemplaban, muchas veces impulsados por una nueva claridad sobre lo que de verdad importa.
  • Mayor autoconfianza y fortaleza personal. Superar una situación límite puede transformar la manera en que una persona se ve a sí misma. Aumenta la sensación de poder con lo difícil, se fortalece la flexibilidad mental y aparece una actitud más resolutiva ante los problemas. No solo cambia la percepción de los propios recursos, sino también de los límites. Es frecuente escuchar: «Si he podido con esto, podré con lo que venga».
  • Transformación espiritual o existencial. El trauma también puede hacer tambalear las creencias, prioridades y certezas más profundas.  En algunas personas esto despierta una mayor conexión con lo espiritual (dentro o fuera de una religión); en otras, impulsa una búsqueda más filosófica o existencial. En cualquier caso, es una invitación a repensar el sentido de la vida, los valores y el rumbo vital.

Estas cinco dimensiones no siempre aparecen todas juntas, ni lo hacen con la misma intensidad. Pueden darse combinadas, de forma gradual o parcial, y convivir con secuelas, emociones difíciles o momentos de incertidumbre.

Cómo allanar el camino hacia el crecimiento postraumático

Aunque el crecimiento postraumático no se puede forzar ni garantizar, hay ciertas acciones que pueden facilitar su aparición:

  • Poner palabras al dolor. Hablar de lo vivido, escribirlo o expresarlo de forma simbólica ayuda a ordenar el caos interno y empezar a dar sentido a lo ocurrido. Numerosos estudios han señalado el valor terapéutico de la escritura expresiva, la fuerza integradora que tiene compartir el testimonio con otros. Convertir el trauma en relato —y el relato en conciencia— no borra lo que duele, pero sí puede ayudar a recolocarlo en la historia personal.
  • Dar rienda suelta a la creatividad. Pintar, bailar, apuntarse a teatro o tocar un instrumento son formas de canalizar lo que a veces resulta difícil expresar con palabras. La creatividad permite que las emociones encuentren una salida y, en muchos casos, abre nuevas formas de reconectar con uno mismo y con el mundo.
  • Buscar y habitar espacios seguros. Estar cerca de personas que escuchan sin juzgar, que ofrecen presencia y comprensión, favorece la calma y la sensación de seguridad interna. Sentirse acompañado y comprendido es, a menudo, el primer paso hacia la reconstrucción.
  • Reconectar con el cuerpo. El trauma suele ir acompañado de una desconexión corporal: como forma de protección, muchas personas aprenden a «deshabitar» su cuerpo. Recuperar el vínculo con las sensaciones, el movimiento y la presencia física —ya sea a través del yoga, la danza, el deporte o la respiración— puede ayudar a restablecer la seguridad interna y volver a sentir el cuerpo como un lugar habitable, un aliado, y no solo una fuente de alarma.
  • Revisar el sistema de creencias. Preguntas como «¿Por qué me pasó esto?» pueden transformarse en otras como «¿Qué hago con lo que me ha pasado» o «¿Qué cambia en mi forma de ver el mundo?» Este tipo de cuestionamientos no siempre ofrecen respuestas inmediatas, pero abren la puerta a una reconstrucción del sentido vital y a una nueva mirada sobre uno mismo y sobre la vida.
  • Practicar la autocompasión y la paciencia. Sanar no es un sprint, sino un camino que requiere tiempo. Tratarse con amabilidad, sin exigencias ni plazos, es una forma de resistir sin desgastarse. No se trata de forzar el crecimiento, sino de crear el terreno propicio para que, si ha de brotar, pueda hacerlo sin presión.
crecimiento postraumático

Imagen de Freepik

  • Escuchar y compartir historias reales de transformación. Conocer casos de personas que han atravesado experiencias traumáticas y han encontrado formas de reconstruirse puede generar esperanza, validación y sentido de pertenencia. No me refiero a historias que idealicen o romanticen el sufrimiento, sino a esas que muestran que el cambio es posible. Compartirlas —ya sea en terapia, en espacios comunitarios o en conversaciones íntimas— puede abrir nuevas formas de imaginar el futuro, legitimar el sufrimiento y reforzar la confianza en los propios recursos.
  • Buscar acompañamiento terapéutico. A veces, el crecimiento postraumático necesita un espacio protegido donde sentirse comprendido y sostenido. La terapia puede ofrecer ese lugar: un entorno seguro donde explorar lo vivido, ponerlo en palabras y empezar a reconstruir desde ahí. No se trata de acelerar el proceso ni de imponer un rumbo, sino de contar con una presencia que acompañe con respeto, escucha y cuidado. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo. Estaré encantada de acompañarte en tu proceso)

«El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en sus partes rotas» (Ernest Hemingway, escritor)

Referencias bibliográficas

Calhoun, L.G. & Tedeschi, R.G. (1999). Facilitating Posttraumatic Growth: A Clinician’s Guide. Mahwah, N.J.: Lawrence Erlbaum Associates Publishers.

Calhoun, L.G., & Tedeschi, R.G. (2006). The Foundations of Posttraumatic Growth: An Expanded Framework. In L. G. Calhoun & R. G. Tedeschi (Eds.), Handbook of posttraumatic growth: Research & practice (pp. 3–23). Lawrence Erlbaum Associates Publishers.

Pennebaker, J. (1997). Opening up: The healing power of expressing emotions. New York: Guilford Press.

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