Nuestro cerebro está programado para buscar patrones (y se le da genial). De hecho, a lo largo de la evolución esto nos ha ayudado a sobrevivir como especie. Reconocer patrones nos permite predecir lo que viene y prepararnos para ello. Sin embargo, esta capacidad no siempre juega a nuestro favor. Cuando atribuimos a una causalidad lo que solo es casualidad estamos experimentando un sesgo cognitivo denominado apofenia. Es lo que ocurre cuando compramos la lotería de Navidad en un establecimiento donde cayó el Gordo el año anterior porque suponemos que hay muchas probabilidades de que vuelva a tocar ahí.
La apofenia también se conoce como patronicidad o ilusión de serie. Es el proceso de buscar y visualizar patrones, conexiones y/o significados ocultos en sucesos que no tienen relación entre sí o en información aleatoria (y muchas veces sin sentido). Imaginad una mujer que está planteándose quedarse embarazada, o ya lo está, y deduce que hay un ‘boom’ de embarazos porque de pronto está viendo muchas embarazadas por la calle. En realidad, no hay más que otras veces. Su mente está viendo una conexión porque la está buscando, consciente o inconscientemente.
Otro ejemplo. Tengo un problema que no se me va de la cabeza y justo al entrar en Facebook aparece una publicación que parece estar dirigida a mí personalmente. «¡Es una señal!», pienso. Y decido seguir el consejo de la publicación sin pararme a pensar si es adecuado para mí. En este caso también me he dejado llevar por la apofenia. En realidad, no hay ninguna relación entre mi problema y la publicación… más allá de la casualidad. Básicamente, nos fijamos más en ciertos sucesos si estamos predispuestos a ello.
Cuestión de supervivencia
Si nuestros antepasados asumían que un crujido de la hierba podía indicar la presencia de un depredador y buscaban refugio, tenían muchas más opciones de sobrevivir que si se despreocupaban atribuyéndolo al sonido del viento y seguían a lo suyo. Si supones que el ruido es un depredador, pero resulta ser simplemente el viento, no tienes nada que perder. Sin embargo, si das por hecho que es sólo el viento y resulta ser un depredador, puede costarte la vida. El cerebro prefiere los falsos positivos (creer que algo es real cuando no lo es) a los falsos negativos (no creer que algo es real cuando sí lo es).
En este sentido, es comprensible, lógico y muy adaptativo que a nuestro cerebro no le guste la incertidumbre. Y que, a la mínima oportunidad, busque patrones que le resulten familiares. De este modo, cuando nos encontramos ante algo desconocido o ambiguo, nuestra mente ‘rastreará’ entre las diferentes experiencias vividas con el objeto de encontrar una respuesta lo más rápido posible. Dichas experiencias ayudan a nuestro cerebro a crear una especie de «plantillas». Su cometido: simplificar, ordenar y dar coherencia a la realidad que vemos y también adelantarnos a los hechos. El problema es que no siempre acertamos con la respuesta que encontramos.
El historiador científico Michael Shermer explica en un artículo publicado en la revista Scientific American: «Nuestro cerebro es un motor de creencias y una máquina de reconocimiento de patrones, que conecta puntos y encuentra significado en los patrones que creemos ver en la naturaleza. A veces A realmente está conectada a B; a veces no. Cuando lo está, aprendemos algo valioso sobre el entorno y gracias a ello podemos hacer predicciones que nos ayuden a sobrevivir. (…) Por desgracia, lo que no hemos desarrollado es un sistema de detección de errores en el cerebro para distinguir entre patrones verdaderos y falsos».
Demasiada dopamina
Desde un punto de vista biológico, diversos investigadores han relacionado la tendencia a identificar patrones con la dopamina. Se ha demostrado que algunas sustancias que la aumentan (cocaína, anfetaminas, medicación para el TDAH) favorecen la apofenia. Al contrario, otras que contribuyen a disminuir el nivel de este neurotransmisor (fármacos que se utilizan en el tratamiento de la esquizofrenia) hacen que se perciban menos conexiones.
El neuropsiquiatra suizo Peter Brugger llevó a cabo una investigación con 20 personas que creían en fenómenos paranormales y otras 20 que se definían como escépticas. Además de concluir que los participantes con una alta concentración de dopamina encontraban con más frecuencia un significado a lo que eran meras coincidencias, Brugger comprobó que cuando a los escépticos se les administraba L-dopa, un fármaco que aumenta el suministro de dopamina al cerebro y se administra sobre todo a enfermos de Parkinson, empezaron a ser más propensos a encontrar patrones que antes no veían.
En el libro El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable, de Nassim Taleb, se cuenta una curiosa anécdota sobre un hombre que perdió mucho dinero en el juego y responsabilizó a su médico: «Hay noticias de una demanda pendiente de un paciente a su médico por más de 200.000 dólares, cantidad que supuestamente perdió jugando. El paciente afirma que el tratamiento de su enfermedad de Parkinson le llevó a apostar salvajemente en los casinos. Resulta que uno de los efectos secundarios de la L-dopa es que una pequeña pero significativa minoría de pacientes se convierten en jugadores compulsivos».
Lotería, falacia del jugador y apofenia
Las personas aficionadas a los juegos de azar a menudo ven patrones en los números que salen en la lotería, las cartas, los dados o la ruleta. Por ejemplo, puedo creer que hay una relación entre los números de la lotería que han salido en el pasado y tener la sensación de que, si tengo en cuenta ese patrón, adivinaré el número que saldrá este año. En el caso de los dados, si lanzo un dado cinco veces y en todas las tiradas me ha salido un 6 puedo deducir que la sexta vez saldrá otro 6, cuando la probabilidad real de que esto suceda es siempre 1/6, independientemente de los resultados previos.
O puede ocurrir también lo contrario. Si han pasado seis años sin que el primer premio de la Lotería de Navidad acabe en 9, puedo pensar que esta vez tendrá esa terminación. Pero la realidad es que todos los números que entran en el bombo tienen las mismas probabilidades de salir.
Precisamente, en el caso de la Lotería de Navidad, los puntos de venta no dudan en aprovechar este sesgo para aumentar sus ventas. ¿Cómo? Anunciando las veces que ha tocado un número vendido por ellos. No hay más que ver las interminables colas que se forman en negocios como Doña Manolita en Madrid o La Bruixa d’Or en Sort…
Pese a saber que todos los números, da igual donde se hayan adquirido, salen del mismo bombo, creemos que si ha tocado antes en un sitio determinado es muy probable que vuelve a tocar. No nos paramos a pensar en el gran número de billetes que se venden en estos lugares e interpretamos que la suerte se ha ‘encariñado’ con esos establecimientos. Esto se explica muy bien en un artículo sobre lotería y apofenia que os recomiendo:
«Para explotar este sesgo cognitivo, algunos establecimientos siguen la estrategia de comprar el máximo número posible de números distintos. Aunque sea a costa de vender muy pocos décimos de cada número. La idea es maximizar la probabilidad de que alguno de estos números resulte premiado con el Gordo. (…) Y con cada nuevo premio se persevera en el círculo virtuoso, desde el punto de vista del vendedor, en el que el premio atrae a más compradores, lo que a su vez permite comprar todavía más números, y a su vez conseguir más premios. Naturalmente, los jugadores que compren un décimo en Doña Manolita tienen únicamente 1 posibilidad entre 100,000 de que su décimo sea premiado con el gordo, ni más ni menos que los décimos vendidos en cualquier otro sitio».
Detrás de estas falsas intuiciones que rodean a los juegos de azar está la falacia del jugador o falacia de Montecarlo. Es un sesgo cognitivo que consiste en creer erróneamente que lo ocurrido en el pasado tiene efecto en hechos futuros que son puramente aleatorios.
Esta creencia irracional puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas y, en el caso de la lotería, a perder dinero. Como hemos dicho, los premios no dependen de los resultados anteriores, sino que la posibilidad de obtener uno es la misma en cada jugada. Es decir, las probabilidades de que algo ocurra en el futuro no tienen que ver necesariamente con lo que sucedió con anterioridad.
Conspiraciones, supersticiones y fenómenos paranormales
El hecho de que recurrir a la apofenia suponga mucho menos esfuerzo que poner en marcha nuestro pensamiento crítico conlleva ciertos riesgos. Uno de ellos es que nos convierte en presa fácil de supersticiones, teorías conspiranoicas y fenómenos paranormales.
Y es que, si nos dejamos llevar por este sesgo cognitivo y empezamos a entrelazar y asociar distintos indicios o coincidencias, es fácil que acabemos convirtiendo cualquier sombra, reflejo de luz o sonido extraño en fantasmas, espectros o intentos de espíritus del más allá por comunicarse con nosotros. De hecho, hay un tipo de apofenia que consiste en percibir figuras o imágenes definidas (especialmente caras), en cualquier clase de objetos o superficies. Se llama pareidolia y está detrás de la visión de imágenes de vírgenes o santos en piedras, troncos de árboles o manchas de humedad.
El psicólogo estadounidense Steven Pinker explica en una entrevista para la BBC: «Cuando alucinamos con cosas que no están ahí, corremos el riesgo de tomar decisiones imprudentes. Por ejemplo, podemos imaginar que hay conspiraciones porque ocurren varias cosas malas seguidas. O creer en deidades malévolas porque subestimamos las posibilidades de que puedan ocurrir varias desgracias juntas sin que necesariamente haya un motivo para ello».
Apofenia y enfermedad mental
Aunque este error de percepción es casi siempre inofensivo, en ciertas ocasiones puede ser síntoma de ciertos trastornos mentales. Especialmente en los que se da una actividad desmesurada del sistema dopaminérgico en el cerebro, como la esquizofrenia.
De hecho, fue el neurólogo y psiquiatra alemán Klaus Conrad quien, en 1959, acuñó el término de apofenia. Lo hizo mientras investigaba la distorsión de la realidad que se producía en la psicosis y describía la fase aguda de la esquizofrenia. Durante esta fase ciertos detalles que no están relacionados entre sí aparecen repletos de conexiones y significado. Una persona con esta psicopatología puede interpretar que cruzarse con tres personas que lleven una chaqueta roja significa que ese día todo le saldrá bien.
En cuanto a las adicciones, el consumo de drogas como ciertos alucinógenos o sustancias como la anfetamina también provoca una mayor tendencia a ver patrones donde no los hay. Lo mismo ocurre con adicciones sin sustancias como la ludopatía.
Las cosas no siempre pasan por una razón
Como hemos dicho antes, todos caemos en la apofenia. Una vez que lo hemos asumido, nos toca hacer lo posible para que no afecte a nuestra percepción e interpretación de lo que sucede alrededor.
De momento, el hecho de saber qué es y cómo funciona ya nos va a ayudar a poner en marcha nuestro pensamiento crítico. Y, de paso, a no caer en la trampa de la «patronitis». Cuestionarnos si estamos viendo lo que queremos ver o si estamos haciendo asociaciones apresuradas nos salvará más de una vez de meter la pata.
Y algo muy importante: aprendamos a aceptar que no todo ocurre por una razón. A veces las cosas pasan porque sí. Ni el universo está confabulando contra nosotros, ni siempre la explicación a algo que no entendemos está en una oscura conspiración a escala mundial.
“Somos propensos a sobreestimar cuánto entendemos sobre el mundo y a subestimar el papel del azar en él” (Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía)
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El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable. El autor de este libro traducido a 30 idiomas es el ensayista e investigador Nassim Taleb. En él se reflexiona sobre temas como la incertidumbre y la tendencia humana a reducir las dimensiones del mundo para que resulte comprensible. También se explican los procesos psicológicos que ponemos en marcha cuando nos enfrentamos a algo que no comprendemos.