En el anterior artículo sobre la trampa del victimismo, conocíamos los factores que hay en la base de este comportamiento y algunas de sus características para aprender a identificarlo, tanto en nosotros como en otras personas. Así que en esta ocasión vamos a ver cómo salir de una actitud tan dañina y también cómo aprender a relacionarnos con personas que viven en una queja constante.
Porque, si seguimos encadenados a ese rol de víctima, el precio que pagaremos será muy alto. Sí, es posible que a corto plazo obtengamos ciertos beneficios a través de la queja y el lamento y consigamos la atención y el afecto que buscamos. Pero también tenemos que saber que acomodarse en esta actitud acabará paralizándonos y trayéndonos consecuencias muy negativas:
- Aislamiento social. Por mucho que nos quieran, las personas que hay a nuestro alrededor se agotarán con nuestras exigencias, nuestra hostilidad y nuestros lamentos. Y al final acabarán alejándose, bien porque les echemos o bien porque se sientan manipuladas o se cansen de intentarlo todo para ayudarnos y nosotros no hagamos nada para mejorar nuestra situación.
- Insatisfacción. Como no estamos acostumbrados a afrontar nuestros propios problemas o a buscar alternativas, viviremos permanentemente atascados en la frustración y la decepción, esperando que alguien venga a sacarnos de ahí.
- Inestabilidad emocional. La falta de autocrítica, no querer ver la realidad o rechazar emociones que, aunque desagradables, son necesarias (enfado, tristeza, miedo…) impedirán que podamos conseguir una adecuada regulación emocional.
- Abuso emocional. Si seguimos sin respetar los límites de los demás y exigiendo que se hagan cargo de nuestras carencias, acabaremos convirtiéndonos en personas tóxicas que solo saben comunicarse a través de la queja y la manipulación.
- Inmovilidad. Cuando no hacemos otra cosa que quejarnos, sin hacer nada para cambiar nuestra situación, dejamos de avanzar y de crecer como personas. Y, desde esta inmovilidad, renunciamos además a la posibilidad de elegir la vida que queremos llevar, de convertirnos en la persona que deseamos ser.
- Resentimiento. En muchos casos, la persona que cae en el victimismo crónico termina alimentando sentimientos como el odio o el rencor, que pueden desembocar en un victimismo agresivo. Es el caso de quien no se limita a lamentarse o a quejarse, sino que ataca a los demás, mostrándose intolerante e intransigente.
Qué puedo hacer para escapar del victimismo crónico y la queja constante
Si has sido capaz de verte reflejado o reflejada en alguna de las características que enumeré en el anterior artículo sobre la trampa del victimismo, enhorabuena. Acabas de dar el primer paso y, quizás, el más difícil: tomar conciencia. Aquí tienes algunas pautas para salir del «modo queja»:
- Identifica tus necesidades. Para un momento e indaga en los posibles motivos que te han llevado a acomodarte en el rol de víctima. ¿Qué necesidades no satisfechas hay detrás de la queja y el lamento? ¿Necesito ser escuchada? ¿Quiero sentirme querido? ¿Busco que me presten atención? Te ayudará responderte a estas preguntas porque cuando nos damos cuenta de lo que queremos realmente, es más fácil expresarlo y pedirlo de forma abierta (en vez de hacerlo desde una posición manipuladora o victimista).
- Mejora tus habilidades comunicativas. Practica la comunicación asertiva, aprende a expresar lo que quieres de forma más abierta y evita convertirte siempre en el protagonista de cualquier conversación. Y, por supuesto, dale un lugar importante a la escucha activa (del mismo modo que tú quieres desahogarte, los demás también lo necesitan). Todo esto va a suponer un esfuerzo extra, pero verás como el resultado merece la pena.
- Detecta esos pensamientos que están fomentando el victimismo. Afirmaciones como «La vida no es justa conmigo», «Todo lo malo me pasa a mí» o «No le importo a nadie» son creencias irracionales y distorsiones cognitivas basadas en sobregeneralizaciones, pensamientos catastrofistas o predicciones sin una base realista. Esas ideas irracionales son las que a menudo acaban determinando nuestras emociones y decisiones y mediatizando nuestra relación con el mundo y con los problemas que van surgiendo. Para cambiar nuestro modo de interpretar esos pensamientos, antes tenemos que tomar conciencia de ellos y comprender cómo influyen en nuestros estados emocionales.
- Presta atención a tu lenguaje. Las palabras pueden cambiar mucho el modo en que interpretamos la realidad. Olvídate de aquellas que implican obligación, como «tienes que…» o «deberías». Al fin y al cabo, nadie está obligado a satisfacer nuestras necesidades. Trata también de evitar términos categóricos o absolutos como «todos», «nadie», «nunca» o «siempre». Verlo todo en blanco y negro te llevará a tener una visión muy limitada de una realidad que está llena de colores y matices.
- Reconcíliate con tus emociones. Esto implica aprender a reconocerlas y a expresarlas adecuadamente. En gran parte, la actitud victimista es el resultado de la incapacidad de aceptar emociones que pueden ser desagradables, pero también necesarias. Es el caso del enfado, la tristeza o el miedo. Igualmente necesario es mejorar nuestro vocabulario emocional. Los seres humanos somos capaces de experimentar más de cien estados emocionales y cuantos más podamos identificar, mejor podremos regularlos. Por ejemplo, en vez de limitarte al «Estoy mal», intenta ir un poco más allá: ¿Qué tipo de malestar es? ¿Decepción, enfado, tristeza, frustración, humillación…?
- Entrena tu tolerancia a la frustración. Si consigues sostener la frustración que conlleva el fracaso te darás cuenta de que el hecho de no conseguir algo concreto no significa que seas un fracasado o seas menos valioso como persona. Cuando aprendas a relativizar y aceptes que, a veces, las cosas no salen como esperas, ya no necesitarás recurrir a la queja constante como mecanismo de defensa.
- Busca la excepción. Al sobregeneralizar, la persona victimista da por hecho que absolutamente todo lo que le rodea es territorio enemigo. Para empezar a desmontar esta idea irracional, prueba a hacer un análisis de la realidad que te rodea. ¿De verdad es todo tan malo o, quizás, haya algo mínimamente positivo por pequeño que sea? ¿Absolutamente todo el mundo está contra ti? ¿No hay ni una sola persona que no sea tu enemiga?
- Un día sin quejas. Prueba a estar un día sin quejarte y observa cómo te sientes al final de la jornada. Quizás así te des cuenta de que tu sufrimiento no es tan grande como has percibido hasta ahora. En su libro Un mundo sin quejas, Will Bowen propone el reto de estar 21 día sin lamentarse. Su objetivo no es tanto dejar de quejarse por completo, como hacernos conscientes de las veces que lo hacemos y entender las consecuencias de vivir instalados en esta actitud.
- Responsabilízate de tu vida. En vez de culpar a la mala suerte o a quienes te rodean de tus desgracias, aprende a aceptar que a veces las cosas simplemente no salen como queremos. Nadie tiene la culpa de que tengamos un mal día, pero sí soy responsable de mi actitud a la hora de afrontarlo. Otra forma de hacernos cargo de nuestra propia vida es comprender que el hecho de haber vivido en la infancia situaciones complicadas no justifica que sigamos instalados en el rol de víctima, amparándonos en lo injusta que ha sido la vida con nosotros. Como adultos, somos los únicos responsables de nuestras emociones, actitudes y comportamientos.
- Aprende a diferenciar autocompasión de victimismo. Ser compasivo conmigo mismo y acoger mi dolor implica también hacerme cargo del mismo sin buscar responsables externos o culpables, al contrario de lo que ocurre si me quedo en el rol de víctima. La autocompasión es un acto de autocuidado que implica ser capaz de reconocerme, aceptarme y sostenerme en mis momentos de vulnerabilidad. El victimismo, por el contrario, es una forma de hacernos daño a nosotros mismos y a quienes nos rodean desde la negatividad y, en muchos casos, desde la hostilidad.
- Pide ayuda. Si ves que tú solo/a no puedes salir de este lugar y que tu actitud está afectando a alguna parcela importante de tu vida, no dudes en buscar ayuda profesional. Iniciar un proceso terapéutico te ayudará a cambiar una posición pasiva y pesimista por una actitud activa y responsable que mejorará tu salud mental y emocional. (Si lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo y te acompañaré en el proceso)
¿Cómo me relaciono con una persona victimista sin caer en el síndrome del salvador?
Relacionarse con una persona que vive instalada en la queja constante no es tarea fácil, sobre todo para quienes están acostumbrados a funcionar desde el rol de salvador.
- Ofrécele tu apoyo, pero sin asumir responsabilidades que no son tuyas. Valora hasta qué punto se trata de algo para lo que necesita ayuda o puede hacerlo por sí mismo. «Estoy aquí, te apoyo, pero no voy a hacerlo por ti. ¿Quieres que hablemos sobre cómo puedes solucionarlo?». Si nos dejamos llevar por el síndrome del salvador, no ayudaremos sino todo lo contrario. Resolver los problemas del otro impide que crezca como persona y le deja sin herramientas para afrontar los retos que vaya encontrando en su camino.
- Conviértete en un experto en asertividad. Expresa cómo te sientes desde la honestidad. Y si hay algo que te molesta de su comportamiento, expónselo asumiendo que es posible que no obtengas la respuesta que te gustaría. De este modo, podrás salir indemne de su comunicación pasivo-agresiva. Por ejemplo, si alguien se enfada con nosotros porque esperaba que estuviésemos más pendientes de él, respetaremos su enfado y le ofreceremos hablar sobre cómo se siente, pero sin insistir demasiado. Dejaremos que sea él quien dé el primer paso y una vez que lo haya hecho, le escucharemos, pero también expresaremos nuestro punto de vista. Se trata de generar una relación de igual a igual, en lugar de una de cuidador y cuidado.
- Evita ponerte en modo anti-víctima. Con frases como «Siempre se está haciendo la víctima» o «Me niego a tratar con quejicas» te estás poniendo en una posición de superioridad injusta y que no va a solucionar nada. Escucharle o validar lo que siente, no implica darle la razón si no la tiene. Además, aunque algunas de sus creencias sean irracionales, sus emociones son reales.
- Favorece que pase de la pasividad a la acción. Anímale a que piense qué puede hacer para afrontar alguna situación o problema o para lograr un objetivo determinado. Incluso podéis pensar juntos en estrategias que han utilizado personas que se han enfrentado a lo mismo y han tenido éxito.
- Refuerza sus logros. Valida sus esfuerzos independientemente de los resultados y felicítale por cada paso que da o cada obstáculo que supere. Eso sí, reforzando la necesidad de que se responsabilice de sus tareas.
- Sé honesto contigo mismo/a. Si estás en una relación con una persona que recurre siempre al victimismo para obtener lo que desea, empieza por preguntarte y reflexionar acerca de vuestra forma de relacionaros y de tu parte de responsabilidad. ¿Es posible que algunas de tus conductas o actitudes estén fomentando y reforzando su comportamiento?
- Establece límites. Si nada de lo que haces funciona y sientes que cada vez te está exigiendo más, si te sientes manipulado o te hacen sentirte culpable, toma distancia. Alejarte cuando ves que el otro no sale de su posición pasiva y victimista es una forma de cuidarte y no te convierte en mala persona.
Una última recomendación: «El circo de las mariposas»
«No puedo hacerlo» es una de las frases de cabecera de una persona que se ha dejado atrapar por el victimismo. Y justo lo que hace el cortometraje que os recomiendo es desmontar esa creencia que a veces asumimos como parte de nuestra identidad, cuando, en realidad, es un patrón aprendido. Y, por tanto, puede ‘desaprenderse’. En El circo de las mariposas, corto dirigido por Joshua Weigel, se muestra cómo funciona el victimismo y también cómo acabar con él.
Al principio de la historia, Will (Nick Vujicic), un hombre sin brazos ni piernas se muestra incapaz de aceptar su situación y de ver más allá de sus limitaciones, llegándose a definir como «un inútil». Esta creencia limitante se ve reforzada por quienes le rodean, que solo prestan atención a su discapacidad. Pero, por suerte, aparecerá en su vida el dueño de un circo (Eduardo Verastegui), que le ayudará a ver que, además de limitaciones, también tiene fortalezas. Will tendrá que hacerse responsable de su actitud y dejar a un lado su posición pasiva para centrarse en lo que sí puede hacer.
Es muy cierto que los traumas nos influyen, pero no tienen por qué definir quiénes somos. Haber vivido una situación dolorosa no significa que tengamos que convertir el rol de víctima en parte de nuestra identidad. Es más, podemos crecer a partir del trauma, convertirnos en mejores personas e incluso aprovechar esas experiencias para ayudar a otros que pasan por situaciones similares.